VIVAMOS EN EL ESPIRITU DEL RESUCITADO
Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez, para el domingo 27 marzo 2016
Recibid hoy, en primer lugar, mi saludo y felicitación pascual con el deseo de que la alegría y la paz del Señor Resucitado esté en vuestros corazones, en vuestras familias, en vuestros trabajos, en vuestra vida.
“Este es el día en el que actuó el Señor. Sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Estas palabras del Salmo 136, que hemos cantado en la vigilia pascual, las repetiremos frecuentemente a lo largo de las próximas semanas. Expresan de modo magnífico lo que estamos celebrando: el Dios Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu, han manifestado en la resurrección de Jesús hasta dónde llega su amor y todo el alcance de su misericordia. Ahí tiene sus raíces el contenido de nuestra fe y de nuestra espiritualidad: el amor es más fuerte que la muerte, la generosidad es capaz de perdonar el pecado, la esperanza desborda nuestras decepciones y abatimientos, la dignidad de cada ser humano queda reafirmada y revalorizada contra quienes la pervierten y la manipulan…
La celebración de la Pascua regala al cristiano una alegría que brota del corazón mismo de la Trinidad. Gracias a la acción del Espíritu la Iglesia ha vivido desde sus orígenes de esta convicción y de este gozo: Jesús vive, nos acompaña, nos convoca, nos sostiene y nos envía. El Resucitado es el Viviente y por eso podemos tener también nosotros un encuentro personal con él. Es ese encuentro, repetido a lo largo de generaciones, lo que hace posible cada día la existencia de la Iglesia, de cada una de nuestras comunidades cristianas.
Es el mensaje que proclamó el Papa Benedicto XVI desde el inicio de su primera encíclica, que llevaba como título precisamente Dios es amor: no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o aceptar una gran idea sino por el encuentro con una Persona, con un acontecimiento que da un nuevo horizonte a la vida en virtud de la alegría de saberse amado hasta ese extremo. Esa alegría en Dios, añadía, se convierte en la felicidad esencial del creyente.
Ese encuentro personal debe determinar la vida de cada cristiano, de cada comunidad cristiana, de cada diócesis. Pero no podemos darlo por descontado. Nos amenaza siempre la rutina, la indiferencia, la decepción. Es el Espíritu del Resucitado el que debe recordarnos a cada uno de nosotros lo que el ángel decía a las mujeres que fueron a visitar el sepulcro según nos cuenta el evangelio de la vigilia pascual: ¿Por qué buscáis en el sepulcro al que está vivo? El Espíritu es quien nos devuelve el sabor del júbilo pascual, el optimismo y la esperanza, cuando sabemos desprendernos de lo caduco, de lo que queda atrás, de lo que no es fuente de vida. Deberíamos pensar cuántas veces buscamos la vida entre las cosas muertas, en una existencia sin horizontes amplios, en una biografía sin proyectos de futuro, en un egoísmo que nos impide salir al encuentro con los demás.
También nosotros como diócesis de Burgos, como Iglesia concreta, debemos dejarnos renovar siguiendo al Resucitado y a su Espíritu que van siempre delante de nosotros. Con esa intención durante este tiempo pascual iniciaré -como ya os he informado- mi visita pastoral, celebraremos la beatificación de mártires burgaleses, muchas parroquias y grupos apostólicos seguirán realizando gestos de misericordia, iremos elaborando el proyecto pastoral que nos unirá y convocará durante los próximos años…
La experiencia pascual no existe en abstracto, como algo individual o intimista. Debe transformar las actitudes y los compromisos. Somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte o de resignación. Aprendamos a vivir nuestra existencia, en solidaridad con los afanes de la Iglesia y del mundo entero, a la luz de esta mañana de Pascua, de este alborear de la Vida nueva. No debemos privar al mundo del testimonio sincero y del anuncio del Resucitado.
Jesús no está en el sepulcro. Es el Resucitado, el que con su Espíritu sigue renovando su Cuerpo, que es la Iglesia, que somos nosotros, para que sigamos avanzando por los caminos de una evangelización siempre nueva. Y nosotros estamos llamados a anunciar con obras y palabras la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.

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