Viernes Santo: Dolor, llanto, angustia, derrota y fin
Cristo entre los malvados colgado en el madero y el pueblo haciendo escarnio de lo que acontece, ante la mirada aburrida de las autoridades militares y la complacida de las religiosas de su tiempo. El Gobernador ha dejado en manos de la mayoría la decisión que lleve al reo a la muerte o lo salve del suplicio (no sabía él que aquel acto iba a hacer que entrara en la historia de la humanidad, pobre pusilánime).
Bajo la Cruz, unas mujeres llorosas, entre ellas, su Santísima Madre, María de Nazareth. Junto a la madre llorosa un discípulo, el más joven, sostiene a la Madre. Ninguno sabe el Misterio que iba a sobrevenirles. Desde aquel momento ella fue a vivir con él. La Madre del hijo sin pecado se ha hecho madre de pecadores (la Madre de Cristo –con cuerpo de carne y hueso- se ha hecho Madre del Cuerpo Místico de Cristo).
Qué misterio encierra todo esto si a simple vista solo se ve llanto, derrota y fracaso. Qué inefable verdad esta composición que expresa desesperación.
El cristiano se encuentra siempre con esta tesitura de perplejidad y sinrazón cada vez que mira el calvario y le cuesta entender aquello que sus labios cantan: “Victoria, Tú reinarás, oh Cruz, Tú nos salvarás”. Sí, es cierto, cuesta aceptar eso que se nos presenta como la verdad más clara de la fe. Cuesta, pero es la verdad más profunda y cierta; en ella está nuestra salvación. La cruz es la prueba más evidente de la victoria de Cristo y encierra en sí el todo del misterio de la Redención. “La mayor prueba de la fiabilidad del amor de Cristo se encuentra en su muerte por los hombres. Si dar la vida por los amigos es la demostración más grande de amor (cf. Jn 15, 13), Jesús ha ofrecido la suya por todos, también por los que eran sus enemigos, para transformar sus corazones” (Francisco, Lumen Fidei, n. 16).
He aquí la razón de ser de la muerte en cruz del Redentor:
- Humanamente, la cruz expresa la victoria de la fidelidad frente al miedo y la angustia, ya que Jesús de Nazareth quiso permanecer fiel a su misión hasta el final. Cuando la amargura y el terror lo atormentaban, Jesús se fió de su Padre. Fue capaz de lanzarse al vacío de la suerte que le tocaba vivir, al abismo del sufrimiento que le sobrevenía. De ese modo no sucumbió a la presión de los que le amedrentaban y presionaban. Jesús de Nazareth supo mantener su dignidad sin violencia pero manteniéndose erguido frente a los adversarios. Con su muerte mostró que Él sí que creía lo que predicaba y era consecuente.
- Sobrenaturalmente, la cruz es al expresión de la ternura del Padre que se apiada por sus criaturas ofreciéndoles plenamente la filiación. Sí, por el Sacrificio de Cristo el hombre pasa de ser criatura para ser hijo, hijo en el Hijo. El costado abierto de Cristo, del que se derrama el agua y la sangre del Redentor, es la puerta abierta, manantial inagotable, fuente y cauce de la gracia divina. Dios quiso hacer por siempre las nupcias salvíficas con el género humano asumiendo hasta el extremo más absoluto la situación del hombre caído. Abrazó en la Cruz a todos los hombres: a sus enemigos, perdonándolos; a los poderosos, mostrando el verdadero sentido del poder; a los rotos, rompiéndose como ellos; a los injustamente tratados, poniéndose en su lugar. En la Cruz de Cristo toda la humanidad puede ser asociada: la puerta está abierta, mana gracia la fuente que no se agota, Cristo se ha hecho uno hasta con el más caído. Qué abismo de misericordia que no deja a nadie fuera de su Redención. Después del Gólgota la salvación solo depende de la correspondencia del hombre.
A María, la Madre Dolorosa, con los fieles de todos los siglos le decimos: “Fac ut ardeat cor meum in amando Christum Deum ut sibi complaceam” (Haz que mi corazón arda en el amor a Cristo Dios para que así le complazca).
