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Mons. Julián López
Mons. Julián López

Vacaciones de verano, tiempo para el espíritu

Queridos diocesanos:

Con el mes de julio muchas personas y familias que pueden hacerlo, toman vacaciones. Es una paradoja hablar de vacaciones en estos tiempos de crisis económica cuando son tantos los que están en el paro o se ven obligados a realizar tareas que no permiten el ocio y el descanso necesarios como alternativa al trabajo. Por eso, mi primer pensamiento se dirige a quienes se encuentran en situaciones como las apuntadas. Tampoco me olvido de aquellos que, por diversas razones, no pueden salir de su ambiente ordinario, porque se lo impiden motivos de edad o de salud, o la falta de medios u otros problemas.

De todos modos las personas que trabajan necesitan de un período de descanso físico, psicológico y espiritual. Sobre todo quienes viven en poblaciones grandes y no pueden sumergirse durante algún tiempo en la naturaleza. En este sentido nuestros pueblos que cobran vida al llegar el verano, especialmente los de la montaña y premontaña, constituyen un regalo para el cuerpo y para el alma, con el aliciente añadido del reencuentro familiar y de los vecinos. Como sabéis, para que las vacaciones merezcan este nombre y proporcionen un auténtico bienestar, es preciso que las personas encuentren en ellas un buen equilibrio tanto consigo mismas como con los demás y con el medioambiente. Esta armonía interior y exterior, que regenera el espíritu y devuelve las energías físicas, es de todo necesaria y uno de los mejores alicientes de las vacaciones.

         Otro de los valores de las vacaciones consiste en la oportunidad de reunirse y entrar en contacto con los demás por el placer de la amistad y el deseo de compartir puntos de vista, proyectos o, sencillamente, disfrutar de la convivencia de manera serena y constructiva. Los jóvenes, especialmente, pero también los mayores no deberían ceder a la presión de la sociedad de consumo o del ambiente desinhibido que se genera en el periodo estival. La evasión y la diversión han de ser sanas y enriquecedoras lo más posible, evitándose transgresiones perjudiciales para la propia salud y la de los demás. De lo contrario, se acaba por perder el tiempo y los recursos y se trastorna el fin de las vacaciones, de manera que, en lugar de ser una ocasión para el merecido descanso, se convierten en una quema inútil de energías de todo tipo desembocando en el hastío y a veces en alguna forma de desencanto o de fastidio.

Llenar el tiempo de vacaciones de manera útil y provechosa constituye para algunos un problema. Permitidme aconsejaros la compañía de un buen libro, mejor si es de espiritualidad o que facilite la reflexión y el alimento de los valores humanos y morales.  No siempre se dispone de tiempo para pensar, contemplar la vida, repasar momentos transcendentales, recordar, hablar con Dios o rezar dando gracias, alabando o pidiendo. Jesucristo invitaba a contemplar los campos y las aves del cielo para sumergirse en el amor providente de Dios abriendo el corazón a la alegría y a la confianza. Si alguien quiere hacer esto y no sabe cómo, que tome la Biblia en las manos y busque los salmos o que lea el evangelio o trate de mirar la naturaleza con los ojos de San Francisco de Asís que llamaba hermanos al sol y a la luna, al agua, al fuego, a la tierra, a las hierbas y a las flores… ¡Feliz verano a todos! Con mi cordial saludo y bendición:

+ Julián, Obispo de León



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