En España hay, aproximadamente, un millón y medio de estudiantes universitarios en los diferentes niveles, desde grado hasta doctorado. Muchos de ellos se encuentran ya en periodo de exámenes, esos que antes eran en junio pero que, desde la implantación de nuevo calendario con el Plan Bolonia, se han adelantado. Algunos estudiantes, para mediados de mayo, ya habrán terminado el curso. Una de las ventajas que ha causado este cambio es que, a mitad de marzo, los temarios de muchas asignaturas estaban muy avanzados.
Ante la situación, las universidades católicas han adaptado primero su docencia y, luego, sus sistemas de evaluación. Ahora, muchas están ya inmersas en prever cuáles pueden ser los escenarios más probables a partir de septiembre, con el nuevo curso. El cambio fue imprevisto y con el anuncio del cierre de la docencia presencial tuvieron que adaptarse. Para ello se crearon equipos interdisciplinares que trabajaron en ello. En la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), por ejemplo, el 10 de marzo se creó la comisión de seguimiento de impacto del COVID-19, con dos objetivos. «Proteger la seguridad de la comunidad universitaria y mantener la actividad académica para evitar el perjuicio a los alumnos», según explican desde la UPSA. Dos días después, antes de la instauración del estado de alarma, se decidió suspender la docencia presencial. Esta medida ya había sido impuesta con anterioridad en otras comunidades autónomas como Madrid. Supuso cambios muy rápidos, como explican desde el CEU: en 48 horas pasaron a la docencia a distancia.
De igual manera, varias universidades tomaron la decisión de suspender las clases presenciales y realizar las evaluaciones a distancia en momentos en los que todavía parecía posible volver a las aulas. Uno de los motivos principales era facilitar el seguimiento de las clases a los alumnos. En la Universidad de Navarra indican que «muchos de sus estudiantes son de fuera de la comunidad foral» y rápidamente viajaron a sus comunidades y países de origen.
Del pupitre a la casa
Pronto se hizo patente que el regreso físico a las aulas durante este curso iba a ser difícil. De ahí decisiones como la de la rectora de la UPSA, Mirian Cortés, el viernes 3 de abril, justo antes de las vacaciones de Semana Santa: la docencia presencial no volvería este curso en ningún estudio de grado y posgrado de su centro. En la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD), el rector, Javier María Prades, comunicó a mediados de abril que la actividad docente presencial se suspendía hasta el 31 de julio. El apoyo académico se ha mantenido por vía telemática, adaptada a la carga horaria de cada asignatura.
La mayor parte de universidades integraban desde antes diferentes sistemas de aulas virtuales y gestión de la docencia, como Moodle o el entorno de Microsoft o Google. El estado de alarma ha supuesto un esfuerzo extra para los servicios informáticos de las universidades, que han tenido que coordinarse con los responsables pedagógicos. Así lo explican en la Universidad Pontificia Comillas: «En estas tareas profesores y alumnos están recibiendo el asesoramiento y apoyo de varios servicios, principalmente del Servicio de Tecnologías de la Información y la Comunicación, en el plano tecnológico, y del Instituto de Ciencias de la Educación y de la Unidad de Apoyo a la Innovación Docente en el terreno pedagógico y metodológico; estos servicios han elaborado varios documentos de orientación al profesorado, vienen programando con asiduidad seminarios virtuales sobre el uso de recursos y herramientas y también asesoran de modo personalizado al profesor que lo requiere».

Por su parte, la rectora del CEU San Pablo, Rosa Visiedo, hace especial hincapié en «el papel fundamental de los embajadores digitales», profesores con formación previa en nuevas tecnologías y que han dado soporte a sus compañeros. De esta experiencia y sus dificultades también se sacan aspectos positivos. Por ejemplo, la profesora de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) Patricia Castaño destaca que «se está realizando un trabajo colaborativo que va más allá de la actividad académica y que entra en el terreno personal».
Jacobo Gross es alumno de Business Analytics y ADE. Desde su experiencia, asegura que «los profesores han estado disponibles en todo momento». Muchos coinciden en que las nuevas metodologías han llegado para quedarse, al menos en parte. En esta misma universidad ponen de relieve que los propios estudiantes han tomado iniciativas para coordinarse entre ellos. En su caso, han creado Brunchboard, donde los representantes escolares comparten experiencias para mejorar el trabajo del aula virtual.
Parte de la adaptación implica cambiar métodos. Así, se combinan actividades simultáneas (por ejemplo, clase por videoconferencia) con otras que no lo son. Esto no solo es una cuestión de adaptarse al día a día de los estudiantes españoles, sino de los internacionales, quienes tienen husos horarios diferentes, como en América Latina.
Exámenes… según cada caso
La evaluación continua que se introdujo con la aplicación del Plan Bolonia no supuso el final de las evaluaciones finales y el temido periodo de exámenes, que siguen teniendo un peso específico relevante. Las tecnologías posibilitan modalidades muy variadas, desde algunas muy cercanas a un examen presencial hasta la entrega de trabajos. Por ejemplo, en Comillas señalan que «destaca la herramienta Respondus, que ya ha sido utilizada en el Grado en Filosofía, Política y Economía como pionero de uso sistematizado de ese software». Se trata de un programa que graba al estudiante mientras realiza la prueba (con su consentimiento explícito) al tiempo que bloquea el uso de otras aplicaciones o programas, generando unas condiciones de examen muy parecidas a las que sería uno presencial. Una herramienta parecida utilizarán a partir del 18 de mayo en el CEU San Pablo, según explica Paloma Saá, adjunta al vicerrector de estudiantes y vida universitaria. «Si la prueba final estaba prevista en la asignatura, se mantiene, porque tenemos los medios técnicos para hacerlo». En caso de que las circunstancias impidan a algún estudiante realizar la prueba por este medio, ya han pensado en la posibilidad de llevar a cabo una prueba oral, por videoconferencia.
Septiembre: buscando normalidad
Por ahora, todo parece indicar que en septiembre volverán las clases presenciales. Sin embargo, en las universidades católicas no descartan otros escenarios en los que sea necesario aplicar algún modelo diferente, teniendo en cuenta lo aprendido estos dos meses. En el CEU, por ejemplo, ya han realizado los exámenes de admisión para Medicina online y preparan varios escenarios. Con la mirada puesta en septiembre, la UPSA asegura que se prepara «para la aplicación de cualquier alternativa, desde la presencialidad a la virtualidad, pasando por modelos mixtos en porcentajes diversos».
Es difícil pensar que todo vuelva a ser como antes. Paloma Saá defiende que, a veces, la no presencialidad es más efectiva y es algo que ella misma dice haber experimentado en sus tutorías. Lo que es cierto es que muchos esperan el momento de volver a verse las caras, y retomar el contacto cara a cara con los compañeros.
