Un no sé qué que queda balbuciendo, por Francisco Vaquerizo
Para esta Cuaresma os envío el cuarto poema de mis “Veinte poemas a la sombra del Cántico”. San Juan de la Cruz, a mi modo de ver, se siente un tanto pesaroso porque las criaturas le “hablan” de Dios, del Amado, pero de una manera que lo dejan llagado, herido, insatisfecho, compungido. Esa es la lectura que hago de la estrofa. Saludos y del libro ursulero no digo nada porque estoy acabando la redacción. Santa y feliz Cuaresma a todos. Francisco.
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
UN NO SÉ QUÉ QUE QUEDAN BALBUCIENDO
La magnitud, la gracia del amado,
la inmensidad que todos me descubren
pero sin acabar de descubrirme,
un no sé qué, que nadie hasta el momento,
ha sabido decirme a ciencia cierta,
es lo que me ha sumido en la congoja.
Cuando se ignora, el corazón no sufre,
pero, cuando se sabe lo mucho que se ignora,
se hace mayor la herida.
De Dios, cuanto más sabes, más ignoras
y más sabes qué ignoras lo que ignoras.
Las criaturas me han asegurado
que la divinidad no tiene límites,
que no puede entenderse por completo
ni llegar a expresarse en esta vida.
Todo lo que me cuentan
deja en mí un no sé qué, deja una herida,
una llaga que se abre, que se encona,
que se convierte en úlcera sangrante
y que hace del amor un sufrimiento,
una andanza mortal, una penosa
y adorable amargura.
Eso es lo grande y eso es lo pequeño;
eso es lo complicado,
que no sabemos descifrar los signos,
que siempre nos quedamos
en una comprensión minimizada
porque ni el corazón ni el pensamiento
están capacitados para tan vasta empresa.
El lenguaje de Dios no es como el nuestro,
no tiene ni los signos ni las reglas
que el que usamos los hombres.
Sabemos que habla y dice y canta y ama
y sueña con nosotros noche y día,
pero, cuando acudimos a más explicaciones,
agacha la cabeza y se sonríe.
Nuestra mente es un muro de las lamentaciones
donde rebota el eco de su divina esencia.
¿Quién comprende la muerte de los seres queridos?
¿Quién comprende la muerte ni siquiera de un pájaro?
¿Quién comprende el dolor, la guerra, el hambre,
los múltiples horrores de que está lleno el mundo?
Un no sé qué que quedan balbuciendo,
una especie de ráfaga que ciega e ilumina,
un canto que llevamos por dentro de nosotros,
un diluvio quizás, tal vez un trueno
o la súbita furia de la naturaleza,
que apaga de un plumazo nuestros conocimientos.
¿Porque qué significa lo que quieren decirme
si mi sabiduría no alcanza a imaginarlo?
¿Porque por qué mi alma se siente más herida
que cuando la ignorancia y la ceguera?
Acaso los porqués que estoy haciéndome
tengan que ver con la respuesta exacta.
Acaso mis preguntas sean todo
lo que puede seguir alimentando
mi acertada locura de buscar a mi Amado
hasta que me lo encuentre, cara a cara,
y “acabe de entregarse ya, de vero”.

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