El día 27 de agosto, con ocasión de la peregrinación diocesana a Polonia, visitábamos la ciudad de Czestochowa y celebrábamos la Santa Misa en el Santuario de Jasna Góra (Monte Claro). El corazón de este Santuario y el tesoro más precioso del mismo es el icono de la Virgen, bajo cuyo patronazgo está la nación polaca. Millones de peregrinos, movidos por la fe y la devoción a la Madre de Dios, acuden cada año a Jasna Góra para venerar a su Patrona y para pedir su protección.
El 4 de junio de 1979, el beato Juan Pablo II, que ya había visitado y orado ante el incono de la Santísima Virgen en muchos momentos de la vida, visitó el Santuario como primer Papa polaco. En la homilía pronunciada con esta ocasión, después de reconocer públicamente que allí se detenía a menudo para orar de rodillas sobre la tierra desnuda, como un polaco más, puso en manos María las necesidades de la Iglesia universal, los problemas de la nación polaca y su propia persona, exclamando ante el icono de la Santísima Virgen: “Madre, soy todo tuyo y aquello que es mío es tuyo”.
En muchas ocasiones, a lo largo del año, también nosotros peregrinamos a distintos Santuarios marianos de nuestra diócesis para encontrarnos con la Madre, para pedir su protección y para descubrir su fidelidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Ella, como Madre buena, nos acoge siempre con los brazos abiertos y nos muestra con profundo amor a su Hijo como camino seguro para avanzar en medio de las dificultades de la vida y como respuesta permanente a las inquietudes del corazón humano.
Concretamente, el pasado día 8, festividad de la Natividad de la Santísima Virgen, los cristianos estábamos convocados a celebrar con alegría y devoción el nacimiento de María, de cuyas entrañas salió el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios. Los católicos de Guadalajara y de muchos otros pueblos de la diócesis veneraban ese día, bajo distintas advocaciones, a la Madre de Dios como Patrona, refugio y consuelo. Aunque haya pasado ya la fiesta de la Natividad de María, no dejéis de postraros ante su imagen para entregarle cada día vuestras personas y para presentarle las necesidades de toda la humanidad.
Lo más importante es que, detrás de las imágenes, que representan a la única Madre de Dios, descubramos a la mujer de carne y hueso que, en cada instante de su existencia, pudo decirle a Dios: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Ella, como Madre y modelo de la Iglesia, nos invita también a todos nosotros a decirle a Dios, con el testimonio de las obras y de las palabras, que creemos en Él, que confiamos en el cumplimiento de sus promesas y que queremos vivir en fidelidad al Evangelio, buscando ante todo el Reino de Dios y su justicia.
Cuando estamos a las puertas del “Año de la fe”, pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude a crecer en la conversión a Jesucristo, a descubrir la importancia de la fe y a vivirla con gozo. De este modo, imitándola a Ella, podremos ser testigos alegres y valientes del Señor resucitado, capaces de señalar el camino de la fe a todos los hermanos que buscan la verdad, la libertad y el sentido de su existencia.
Invocando la protección de María sobre todos los diocesanos, os hago llegar mi cordial saludo y bendición.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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