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El templo de su cuerpo, por el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez Plaza

El templo de su cuerpo, por el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez Plaza

La Cuaresma es tiempo de purificación. Lo decimos y es verdad, pero hay que preguntarnos en este tercer domingo cuaresmal por nuestra preparación a la Pascua, y, en concreto, si en nuestra conciencia reconocemos nuestros pecados y si queremos confesarnos.

Porque la purificación de los pecados es siempre un encuentro con Jesús. Hoy, en el evangelio de la Misa, nos sorprende la actitud airada de Cristo, esparciendo monedas y volcando mesas. ¿Será Jesús un alborotador que no respeta nada, ni en el templo? No piensa esto el evangelista: más bien indica que es un gesto profético (el único violento en su vida), pero no sin importancia, pues rechaza en los dirigentes del Templo de Jerusalén un cierto monopolio sobre el dinero de los pobres, y la actitud de los cambistas que extorsionaban con las ofrendas que la gente hacía.

Más importante en esta purificación del Templo es lo que dice Jesús y cómo la interpretan los discípulos. Ellos se acuerdan de este suceso citando unas palabras del Antiguo Testamento: “El celo de tu casa me devora”; la razón está en que Jesús responde cuando los judíos le preguntan por su manera de actuar: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Es decir, con este acto Jesús anuncia que purificará a la Iglesia con su muerte, resurrección y donación del Espíritu Santo, levantando así el nuevo Templo de su Cuerpo.

La figura del antiguo templo de Jerusalén –que cuando san Juan escribe su evangelio está ya destruido– deja paso a una realidad nueva, ya que, a través de la humanidad resucitada de Jesús, tenemos acceso a Dios Padre. De modo que tanto el templo como el cuerpo de Jesús son símbolos de la Iglesia. El templo será levantado y el cuerpo resucitará al tercer día, porque al tercer día resurgirá en el cielo nuevo y en la tierra nueva, cuando los huesos, es decir, toda la casa de Israel se levante en el gran día del Señor, y la muerte será de este modo vencida.

¡Ah, esto es otra cosa! Igual que el cuerpo de Jesús, sujeto a la condición humana, fue clavado en la Cruz y sepultado, y luego resucitó, así el cuerpo total de los fieles a Cristo fue clavado en la cruz “porque hemos sido sepultados con Cristo”, dice san Pablo y añade, como si hubiera recibido una prenda de la resurrección: “Y con Él somos resucitados”.

De este modo en este tercer domingo de Cuaresma, la escena evangélica de la purificación del templo nos lleva a fijarnos en lo esencial de nuestra relación con Cristo. Por el Bautismo tendrán nuestros catecúmenos, y tenemos los ya bautizados, acceso a Dios a través de Jesús. Es un buen día por ello para pensar si nuestra vida religiosa, nuestra vida de fe, pasa por el encuentro personal con Cristo, o es una relación fría y rutinaria. Jesús nos llama a la purificación interior y a descubrir el verdadero culto que es encontrarnos en Él. Su cuerpo es el nuevo Templo. Jesús se ofrecerá en la cruz por todos nosotros y su entrega amorosa es la que ha de mover nuestra vida.

Dios nos ha abierto en su Hijo su intimidad para que entremos en lo más profundo de su amor y nos da la fuerza para que nuestro culto no quede reducido a lo ritual, sino que se extienda a nuestra vida mediante la vivencia la caridad. Pero para ello tenemos que ser purificados; y no es la purificación del pecado y el alejarnos de nuestros intereses, cosa que podamos hacer nosotros: solo lo hace Cristo porque “le devora el celo de su casa”, la que formamos con Él, Cabeza de la Iglesia, Esposo que entrega su vida. Una ocasión más que nos proporciona el Señor en esta Cuaresma para abandonar la vida de pecado, confesar los pecados en el sacramento de la Reconciliación. Es la renovación pascual, al considerar otra vez que por mi amor va Cristo a su pasión y muerte. Es el misterio de la Pascua del Señor, que se despliega ante nosotros en la Semana Santa, sobre todo en el Santo Triduo Pascual.

+ Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo y Primado de España



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