Seminaristas hoy, para ser mañana sacerdotes y apóstoles de los jóvenes
Queridos diocesanos:
El Papa Francisco ha convocado un sínodo para el próximo octubre, con la propuesta a los padres sinodales de reflexionar sobre «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Con este propósito, parece oportuno considerar que los padres sinodales tienen ante sí una tarea harto compleja, porque es difícil reducir a común denominador los millones de jóvenes del mundo, aunque la globalización cultural ha desencadenado desde hace algunas décadas un proceso de homologación de los jóvenes a estándares sostenidos por los medios de divulgación y la publicidad comercial. Valgan algunas reflexiones para tomar buena nota de ello.
1. Los jóvenes, mies zarandeada por los vientos de la globalización cultural
Comencemos diciendo que en esta homologación de los jóvenes tienen un papel de primer orden los diferentes dispositivos móviles, en cuyo manejo se inician desde tierna edad los niños que serán los jóvenes en pocos años, sucediéndose en generaciones de quince en quince años, si seguimos la teoría de las generaciones más divulgada. Con el móvil a dos manos los jóvenes van haciendo propios y comunes modelos de estar y ser, de vestir, mal-vestir y despojarse, de peinar el cabello con tupé y sin él, y raparse; de comer y mal-comer, beber y mal-beber y divertirse; beber alcohol y demasiados drogarse; y lo que es más importante, de hablar expresando un discurso premioso o sugerido y no pronunciado, por la incapacidad de recitar casi nada, y la enorme facilidad para comunicarse por signos casi ideográficos en digital, contraseñas y expresiones cifradas o abreviadas.
Me dirán enseguida que esto responde a una determinada adolescencia y juventud, pero la verdad es que son millones; y son muchos menos millones los que lentamente afrontan un futuro complejo y al mismo tiempo esperanzado, después de salir de la pubertad; menos los que se enfrentarse a la Universidad y se deciden por la búsqueda de un puesto de trabajo apropiado en razón de su cualificación laboral.
Sí son muchos los jóvenes migrantes que esperan hallar la realización de los estándares en las metrópolis de los países ricos, viniendo de países pobres y con un futuro comprometido, mientras muchos millones de jóvenes se ven recluidos en sus países de origen, aunque desean salir y promocionar sus vidas que, de lo contrario (¡éste es su miedo!) no podrán lograr. Los jóvenes de los países del llamado Tercer Mundo son, de hecho, el futuro de sus países que está comprometido si no evoluciona la sociedad a la que pertenecen con la ayuda de los países que pueden ofrecerla, los más ricos. Jóvenes que, sin embargo, son muy necesarios para que esa sociedad que es la suya salga adelante.
2. Jóvenes cristianos, apóstoles de los jóvenes
Son cíclicamente muchos también, aunque muchísimos menos que los que están fuera de las comunidades cristianas, los jóvenes que se mueven en parroquias, escuelas y universidades católicas o movimientos apostólicos, de los cuales sale el millón o millón y medio de jóvenes que van con el Papa a la Jornada Mundial de la Juventud. Con ellos, es verdad, quisieran ir otros muchos que se tienen que dar sin el viaje que no pueden realizar.
Son muchos menos los que, educados en la escuela católica o estatal, forman parte de las comunidades parroquiales, porque han sido y aún siguen siendo educados en la fe y la practican o simpatizan con ella. Son menos, muchos menos aún, los que son apóstoles de los otros jóvenes, de los cuales tienen con demasiada frecuencia pocos conocimientos objetivos, ni le son tan cercanos como algunos de ellos quisieran.
Los más comprometidos con la fe cristiana se enrollan apostólicamente en pequeños comunidades o movimientos apostólicos y algunos, incluso, dedican un verano, unos meses o un año a experiencias de cooperación al desarrollo, evangelización en sociedades del Tercer Mundo, si no marginales, retardadas en el desarrollo y con graves problemas de promoción humana, personal y comunitaria.
3. Para evangelizar a los jóvenes se necesitan sacerdotes y quienes cooperan con ellos en el apostolado
¿Cómo evangelizar a estos jóvenes? ¿Cómo acercarlos al evangelio de Jesús y darles a conocer la esperanzadora visión del hombre y del mundo que dimana de la palabra de Dios? ¿Cómo hacerles ver que en Jesús llega a su culmen la historia de la revelación salvadora? ¿Cómo decirles que el contenido de esa historia de revelación es que Dios nos ama infinitamente y que su amor se nos ha manifestado en la entrega de Jesús a la muerte por nosotros?
Anunciar el Evangelio a estos jóvenes es ayudarles a descubrir el sentido trascendente de la vida y la vocación del hombre a la santidad; lo que es tanto como decir colocarlos ante el amor inmenso de Dios por el hombre y el mundo, y hacerlo mediante el compromiso real con el apostolado evangelizador del que hoy tiene necesidad la Iglesia.
La escuela católica no se justifica por la sola transmisión de saberes específicos, para situar competitivamente a los jóvenes en una sociedad compleja y sin alma. El mandato de Cristo de anunciar la buena nueva del Evangelio «enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,20) es imperativo al que no podemos renunciar. No nos es posible renunciar, entonces, al carácter verdaderamente católico, confesante, de la educación cristiana de los jóvenes. No, no es posible renunciar a la educación católica de la infancia y de la juventud. De su éxito dependen las comunidades cristianas de mañana cristianos y que el proceso de transmisión del evangelio de Jesús siga históricamente adelante.
De ello depende que mañana haya sacerdotes, maestros de la fe y celebrantes de los sacramentos de la salvación. Crecerá el conocimiento de Dios y habrá Iglesia en otras partes, pero si renunciamos a transmitir la fe a los niños y a los jóvenes, no habrá quien escuche la llamada al ministerio pastoral y nuestras comunidades cristianas sucumbirán. No habrá fe en nuestra casa, en nuestra geografía y en nuestro país, tradicionalmente procedente de una historia cristianamente vivida como distintivo de identidad.
Para afrontar la evangelización de los jóvenes con mente abierta y conciencia clara de los signos de los tiempos, en fidelidad a la tradición de fe apostólica, son necesarios los sacerdotes, jóvenes hoy que quieran ser mañana ministros de la palabra de Dios y de los sacramentos que Cristo instituyó para nuestra salvación. Necesitamos apóstoles de los jóvenes, que lo serán si son de verdad apóstoles a secas, es decir, si suceden en su condición y grado sacramental a los Apóstoles de Jesús, a los Doce y a los varones apostólicos, los colaboradores apostólicos de las primeras generaciones.
Lograrlo es tarea difícil, lo sabemos bien. Las causas están en esos estándares que la globalización de una cultura materialista y alejada de la inspiración cristiana de la vida ha difundido por doquier, santo y seña que identifica a las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes. La inseguridad con la que se abren a un futuro incierto y la debilidad en la que una concepción líquida de la vida ha colocado tantas vidas juveniles, incapacitadas para soportar cualquier contratiempo, atrapados en la comodidad de una cultura sin reciedumbre espiritual, bloquea la evangelización y las vocaciones al sacerdocio. Es incluso preocupante el desconocimiento de la tradición cristiana, de la que acuden despojados al Seminario los jóvenes que se sienten atraídos por el sacerdocio, aunque no sepan muy bien distinguirlo a veces de un anhelo de mayor humanidad y filantropía.
Sólo queda la fuerza que viene de Jesús mismo, porque Él es quien lo hace todo y sólo Él puede sostener a los jóvenes que llama, a los que deja sentir su llamada caldeando su joven corazón. El Seminario es un proyecto educativo para los jóvenes que eligen con vocación el ministerio pastoral, un proyecto que progresa ayudando a discernirlo a los que entran en él. Necesita maduración y, para ella, tiempo y experiencia. Los jóvenes seminaristas van venciendo los reclamos que llegan insistentemente de fuera y disciplinando la voluntad y los afectos, aprendiendo junto al Señor a hacer de Él el destinatario de su amor, para poder ofrecerlo a cuantos pongan a su cuidado un día. Aprenden a ser para todos pegados al Sagrario, donde experimentan la atracción de la presencia del Señor. Y sostenidos por esta experiencia de fe, se ponen en manos de los educadores que los acompañan y guían para mejor ser instruidos en la caridad pastoral de quien está llamado a ser un sacramento vivo del Señor para el mundo: el sacerdote que serán mañana.
Para cubrir con esperanza de éxito duradero la etapa de mayor certeza de estar en el sendero que Dios les va trazando, aunque cueste seguir por él, lo mejor es comenzar en la comunidad educativa del Seminario Menor, precedido de la labor vocacional de la parroquia y sostenido por una familia cristiana. ¿Estamos en ello o tenemos que esperar a convencernos? No demos más tumbos que los necesarios. Trabajemos las vocaciones juveniles de quienes vienen de las parroquias, la Universidad y el compromiso laboral, pero no volvamos la espalda a lo que la experiencia y la historia nos garantizan.
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Añadir comentario