Última de los diez hermanos de una noble familia, la de los Vermesseheim, nació en 1098, en Bermesheim, Renania (Alemania), y murió en 1179, a los 81 años, después de haber ingresado en el monasterio benedictino de San Disibodo, cuando contaba solamente ocho años, y haberse instalado posteriormente en el monasterio de Bingen, tras fundar una comunidad monástica femenina. La historia de Hildegarda atestigua la vivacidad cultural de los monasterios femeninos de la época.
Fue ante todo una poderosa visionaria sobre el misterio del hombre y la contemplación del misterio de la Trinidad divina. Al margen de diversas obras de teología, piedad y música, dejó testimonio de un saber enciclopédico que aborda la medicina, la botánica, especialmente las plantas medicinales, la física, la cosmología y la ética. Esta mujer singular, cautivada por la creación, fue consultora de papas, reyes y reinas.
Con la autoridad propia de un profeta, habló al Papa y al emperador Federico Barbarroja. Muestra de la admiración y confianza depositadas en ella por las más altas autoridades eclesiástica, fue invitada a predicar, tras un sínodo reunido en 1147, en presencia del Papa Eugenio III y de San Bernardo de Claraval.

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