La fe es obra de Dios, pero llega a los hombres que no conocen a Cristo por medio de aquellos que le conocen y le aman. La cooperación en la transmisión de la fe comienza con el testimonio y se hace explícita confesión de Cristo mediante el primer anuncio. Dar razón de la fe supone haber conocido a Cristo, pero también se le da a conocer cuando se argumenta en favor de la fe, afrontando el reto de la increencia.
La fe puede generar la inquietud del corazón que intuye encontrarse ante la verdad y el bien largamente buscados; pero puede también provocar oposición al Evangelio cuando la verdad proclamada es percibida como obstáculo para la propia libertad y la propia idea de felicidad. Jesús es salvador del hombre y al mismo tiempo “piedra de tropiezo y contradicción”. El hombre puede rechazar el mensaje de la Iglesia porque con la buena nueva del perdón divino el Evangelio pide la conversión y renunciar a construir un mundo “sin Dios y sin Cristo”.
La nueva evangelización nos urge a mostrar al hombre de hoy que el mensaje de la Iglesia es la buena noticia de Cristo, que ha venido a salvamos y ofrecernos la felicidad completa. Devolver la fe a quien ha perdido a Cristo es tarea difícil, pero no podremos hacerlo con quienes viven dominados por una cultura agnóstica, sin entrar en diálogo con la idea del hombre promovida por la cultura contemporánea, teniendo en cuenta las garantías de una sociedad abierta.
Tarea que ha de ir acompañada (1°) del fortalecimiento interno de la comunión eclesial, superando la fragmentación actual de la Iglesia mediante el fortalecimiento del catecumenado de adultos y de la catequesis y la cooperación entre la parroquia, la familia y la escuela en la educación cristiana de niños y jóvenes; y (2°) mediante la santidad de vida y el testimonio de la caridad.

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