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Ramos para el Rey, por César Franco, obispo de Segovia

 Ramos para el Rey, por César Franco, obispo de Segovia

La Semana Santa se inicia con una procesión litúrgica que escenifica la entrada de Jesús en Jerusalén, a lomos de un asno, y rodeado de gentes que le aclaman mientras agitan ramas de sauce y palmera con exclamaciones de júbilo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9). La palabra hebrea «hosanna» significa «salva». En la fiesta de los Tabernáculos, la multitud coreaba el recitado de los salmos con «hosannas», como señal de la salvación que esperaban de Dios. Jesús, conocedor de las Escrituras y de las fiestas judías, quiso cumplir la profecía de Zacarías, que dice: «He aquí que tu rey viene a ti, es justo y victorioso, humilde, a caballo sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna». Su intención era clara: mostrar en su persona el cumplimiento de la Escritura. Así lo entendió el pueblo que lo aclamaba y lo sigue aclamando al inicio de la gran semana que celebra los misterios de la redención.

            Ante Poncio Pilato Jesús proclamará abiertamente que él es Rey. Para eso ha venido: para ser Rey. Deja claro, sin embargo, que su realeza es de un orden distinto. Dice el padre Lagrange que si, junto a Jesús sobre el asno, un romano hubiera pasado cerca «sobre un caballo bien enjaezado, el casco en la cabeza, la lanza en ristre, se habría sonreído con ganas de aquel cortejo grotesco; una mascarada, una caricatura de la subida al Capitolio». El rey que ha venido a quebrantar los arcos de la guerra y a derribar de su trono a los poderosos, se define a sí mismo como «manso y humilde de corazón». Promulga su ley en las bienaventuranzas de los pobres y sencillos y se presenta como rey pacífico, humilde sobre un asno. Y cuando algunos de sus recalcitrantes enemigos, ante el alboroto de la gente humilde, le piden: «Maestro, reprende a tus discípulos», Jesús replica: «Si ellos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,39-40).

A los pocos días de esta manifestación del humilde rey, los ramos se convertirán en palmas de martirio. El rey, vestido de púrpura roja, coronado de espinas, y con una caña por cetro, subirá al trono de la cruz, donde aparecerá el motivo de su condena: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». Ante semejante paradoja – un rey crucificado – algunos responsables de su muerte pedirán a Pilato que cambie la leyenda por otra: «Este ha dicho que es rey de los judíos». Y Pilato, sin saber que profetizaba, dirá: «Lo escrito, escrito está». No se refería sólo a lo que aparecía escrito en el letrero de la cruz, sino al cumplimiento de la Escritura sobre el Rey pacífico, que sería aclamado con hosannas de júbilo por una multitud que, también sin saberlo, ensalzaba al que sería llevado al Calvario. Esta es la gran paradoja cristiana del «hosanna», que canta y espera la salvación de Dios hecha realidad en la entrega de Cristo. El Mesías aclamado por el pueblo, es el Varón de dolores que se entrega libremente a la pasión, como un cordero llevado al matadero, sin abrir la boca, manso y humilde. Y esta mansedumbre y humildad es la señal de su realeza; la que impera a Pedro que guarde la espada en la vaina; la que calla ante el rey Herodes que le toma por loco; la que se revela al Pilato cobarde que lo entrega sin causa a la muerte; la que pide perdón para sus verdugos y la que abre las puertas de su Paraíso al ladrón que le implora. Es la realeza de un rey que no se impone por la fuerza bruta sino por la atracción del amor que salva. Desde entonces la Iglesia no ha dejado de cantar, agitando las palmas del triunfo y del martirio: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»

+ César Franco

Obispo de Segovia

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