Adorar al Señor «no es fácil», ya que «no es un hecho inmediato»: «Exige una cierta madurez espiritual, y es el punto de llegada de un camino interior, a veces largo. La actitud de adorar a Dios no es espontánea en nosotros. Sí, el ser humano necesita adorar, pero corre el riesgo de equivocar el objetivo. En efecto, si no adora a Dios adorará a los ídolos, y en vez de creyente se volverá idólatra». Así lo expresaba esta mañana el Papa Francisco durante la la Eucaristía que ha presidido en la Misa en la Basílica de San Pedro, celebrando la Solemnidad de la Epifanía del Señor. En su homilía, el Pontífice invitó a los fieles a seguir la «escuela de adoración» de los magos llegados de Oriente a Belén para adorar al Hijo de Dios recién nacido. Y para ello Francisco ofreció tres claves que pueden ayudarnos en «nuestro viaje» hacia el crecimiento espiritual: «Levantar la vista, ponerse en camino y ver más allá de las apariencias».
Reflexionando sobre el pasaje del Evangelio según san Mateo que narra el encuentro de los tres magos de Oriente que llegaron a Belén para adorar al Hijo de Dios, recién nacido, el Santo Padre recordó que precisamente por esto resulta fundamental «que en nuestra época dediquemos más tiempo a la adoración», tanto individual como comunitariamente, «aprendiendo a contemplar al Señor cada vez mejor».
«Hoy, por lo tanto, pongámonos en la escuela de los magos, para aprender de ellos algunas enseñanzas útiles: como ellos, queremos ponernos de rodillas y adorar al Señor», añadió el Obispo de Roma.
Levantar la vista
Francisco destacó tres expresiones que pueden ayudarnos a comprender mejor lo que significa ser adoradores del Señor: «Levantar la vista», «ponerse en camino» y «ver».
«La primera expresión, levantar la vista, nos la ofrece el profeta Isaías. A la comunidad de Jerusalén, que acababa de volver del exilio y estaba abatida a causa de tantas dificultades, el profeta les dirige este fuerte llamado: “Levanta la vista en torno, mira” (60,4)», indica el Papa. Para él es una invitación a dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones. Para adorar al Señor es necesario ante todo «levantar la vista», es decir, no dejarse atrapar por los fantasmas interiores que apagan la esperanza, y no hacer de los problemas y las dificultades el centro de nuestra existencia. «Eso no significa que neguemos la realidad, fingiendo o creyendo que todo está bien. Se trata más bien de mirar de un modo nuevo los problemas y las angustias, sabiendo que el Señor conoce nuestras situaciones difíciles, escucha atentamente nuestras súplicas y no es indiferente a las lágrimas que derramamos».
Ponerse en camino
En cuanto a la segunda expresión que nos puede ayudar, «ponerse en camino», el Papa ha puntualizado que antes de poder adorar al Niño nacido en Belén, los magos tuvieron que hacer un largo viaje siguiendo la estrella en el firmamento. «Un viaje que implica siempre una transformación, un cambio», dijo.
Así, ha indicado esta mañana: «No se llega a adorar al Señor sin pasar antes a través de la maduración interior que nos da el ponernos en camino. Llegamos a ser adoradores del Señor mediante un camino gradual. La experiencia nos enseña, por ejemplo, que una persona con cincuenta años vive la adoración con un espíritu distinto respecto a cuando tenía treinta. Quien se deja modelar por la gracia, normalmente, con el pasar del tiempo, mejora. Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje. No permitamos que los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento. Por el contrario, reconociéndolos con humildad, nos deben servir para avanzar hacia el Señor Jesús».
Ver más allá de las apariencias
Finalmente, la tercera expresión, «ver»: El evangelista escribe «entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). En este contexto, el Papa ha explicado que la adoración «era el homenaje reservado a los soberanos, a los grandes dignatarios. Los magos, en efecto, adoraron a Aquel que sabían que era el rey de los judíos» (cf. Mt 2,2). Preguntándose que fue lo que vieron estos sabios, el Santo Padre ha explicado que «vieron a un niño pobre con su madre y que sin embargo, estos sabios, llegados desde países lejanos, supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano». Así, los magos vieron más allá de las apariencias y «arrodillándose ante el Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior: abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus corazones».
Trascender lo visible para poder adorar a Dios
Finalmente, el Santo Padre ha subrayado que este modo de «ver» que trasciende lo visible, «hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz».
«Que el Señor Jesús nos haga verdaderos adoradores suyos, capaces de manifestar con la vida su designio de amor, que abraza a toda la humanidad», ha concluido el Papa.
