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Palabras del Papa Francisco en la inauguración de la Exposición Universal de Milán

Percibir la presencia de los rostros de quienes pasan hambre

Intervención televisiva en directo del Papa Francisco en la ceremonia de inauguración de la Exposición Universal de Milán, dedicada al tema «Alimentar al planeta. Energía para la vida» (1-5-2015)

Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!

Agradezco la posibilidad de aunar mi voz a la de cuantos han acudido aquí para esta inauguración. Es la voz del Obispo de Roma, que habla en nombre del Pueblo de Dios que peregrina en el mundo entero; es la voz de tantos pobres que forman parte de este pueblo y que con dignidad intentan ganarse el pan con el sudor de la frente. Quisiera hacerme portavoz de todos esos hermanos y hermanas nuestros, cristianos y también no cristianos, a quien Dios ama como hijos y por los que entregó su vida, partiendo ese pan que es la carne de su Hijo hecho hombre. Él nos enseñó a pedir a Dios Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». La Expo constituye una ocasión propicia para globalizar la solidaridad. ¡Intentemos no desperdiciarla, y valorizarla plenamente!

En especial, nos reúne el tema: «Alimentar al planeta. Energía para la vida». También por eso debemos dar gracias al Señor: por la elección de un tema tan importante, tan esencial… siempre y cuando no se quede tan solo en un «tema»; siempre y cuando esté siempre acompañado de la consciencia de los «rostros», de los rostros de millones de personas que hoy pasan hambre, que hoy no comerán de una manera digna del ser humano. Quisiera que, a partir de hoy, toda persona, toda persona que pase a visitar la Expo de Milán, al atravesar sus maravillosos pabellones, pudiera percibir la presencia de esos rostros. Una presencia oculta, pero que, en realidad, ha de ser la protagonista auténtica de esta exposición: los rostros de los hombres y de las mujeres que pasan hambre, y que enferman —e incluso mueren— debido a una alimentación con demasiadas carencias o nociva.

La «paradoja de la abundancia» —expresión que empleó san Juan Pablo II hablando precisamente a la FAO (Discurso a la I Conferencia sobre Alimentación, 1992: ecclesia 2.613 [1993/I], págs. 25-27)—, persiste aún, a pesar de los esfuerzos realizados y de algunos buenos resultados. También la Expo, en cierta medida, formará parte de esta «paradoja de la abundancia» si obedece a la cultura del derroche, del descarte, y no contribuye a un modelo de desarrollo equitativo y sostenible. Procuremos, pues, que esta Expo brinde la ocasión para un cambio de mentalidad, para que dejemos de pensar que nuestras acciones diarias —en todos los niveles de responsabilidad— no repercuten en la vida de quienes, cercanos o lejanos, pasan hambre. Pienso en tantos hombres y mujeres que padecen hambre, y especialmente en la multitud de niños que mueren de hambre en el mundo.

Y hay otros rostros que desempeñarán un importante papel en la Exposición Universal: los de tantos agentes e investigadores del sector de la alimentación. Que el Señor otorgue a cada uno de ellos sabiduría y valor, pues es grande su responsabilidad. Hago votos por que esta experiencia permita a los empresarios, a los comerciantes, a los estudiosos, sentirse implicados en un gran proyecto de solidaridad: el de alimentar al planeta respetando a todo hombre y a toda mujer que lo habita y respetando su ambiente natural. Se trata de un gran reto al que Dios llama a la humanidad del siglo XXI: dejar, por fin, de abusar del jardín que Dios nos tiene encomendado, para que todos puedan comer de los frutos de ese jardín. Asumir tan gran proyecto confiere  plena dignidad a la labor de quien produce y a la de quien investiga en el campo de la alimentación.

Pero todo arranca de ahí: de la percepción de los rostros. Por eso no quiero olvidar los rostros de todos los trabajadores que han consagrado sus fatigas a la Expo de Milán, especialmente los de los más anónimos, los de los más ocultos, que, gracias también a la Expo, se han ganado el pan que han llevado a su casa. ¡Que nadie quede privado de esta dignidad! ¡Y que ningún pan sea fruto de un trabajo indigno del hombre!

Que el Señor nos ayude a aprovechar con responsabilidad esta gran ocasión. Que él, que es Amor, nos dé la auténtica «energía para la vida»: el amor para compartir el pan, «nuestro pan de cada día», en paz y fraternidad. Y que no falten el pan y la dignidad a ningún hombre y a ninguna mujer.
Gracias.

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)



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