Mis queridos niños y niñas:
Cada vez que comienza el Curso me acuerdo especialmente de vosotros. Pienso que habréis descansado mucho durante el verano, y que os habréis divertido mucho con vuestros amigos. Todo eso me alegra porque así podréis comenzar de nuevo a trabajar, aprendiendo cuanto os enseñan vuestros profesores, y a realizar todas esas cosas que no podéis hacer durante las vacaciones.
Un nuevo curso es como un nuevo regalo que os hace el Señor. Es una oportunidad para crecer en vuestra alma igual que crecéis y os hacéis mayores en vuestro cuerpo. Es una ocasión especial para desarrollar las cualidades que os ha regalado el Señor, y que un día constituirán la riqueza de vuestra personalidad bien formada.
Como veis, todo son dones de Dios: poder comenzar un nuevo curso, encontraros de nuevo con vuestros amigos y compañeros del Colegio, con vuestros maestros y profesores que tanto os quieren y que tanto trabajan para ayudaros a ser verdaderos hombres y verdaderas mujeres el día de mañana y a ser ahora niños auténticos y felices.
Por todo ello, debéis dar gracias a Dios y procurar corresponderle acercándoos a él con mucha devoción cada Domingo, que es su Día, y hablando con él al despertar y al acostaros, porque cada día es, también, un precioso regalo de Dios.
Yo me fío mucho de vosotros porque sois buenos; unos más inquietos y traviesos, y otros más seriecitos trabajadores. Pero todos tenéis un corazón que ama al Señor, a vuestros padres, a vuestros hermanos y abuelitos, a vuestros amigos y compañeros, y a todas las personas a quienes podéis ayudar cuando les veis en gran necesidad.
Como confío en vosotros, cada vez que os escribo os pido que me ayudéis en una cosa importante. Este año os pido que me ayudéis en lo mismo en lo que el Papa nos ha pedido a los Obispos y Sacerdotes que le ayudemos. El Papa, que sabe lo que pasa en todo el mundo, tiene noticia de que muchas personas que han conocido y seguido a Jesucristo, ahora parece que se rinden, parece que le hacen menos caso rezando muy poco y haciendo cosas que a él no le gustan. Esto significa que tienen poca fe porque no la han cuidado. Al mismo tiempo, hay muchos otros que no tienen fe porque no han conocido a Jesucristo que es nuestro Señor y salvador, y no pueden seguir el buen camino que nosotros conocemos por la fe. ¿Verdad que esto es una pena?
Por todo ello, os pido que me ayudéis a cumplir lo que el Papa me ha encomendado. Para eso basta con que cada día, cuando os acordéis, cerréis los ojos pensando solo en Dios y le digáis: “Señor, ayúdanos a tener cada día más fe, a rezar por los que no la tienen o están perdiéndola. Y haz que todos podamos conocer lo mucho que nos quieres y lo dispuesto que siempre estás para ayudarnos en todo. Te lo pedimos por intercesión de la santísima Virgen María que es tu Madre, y a quien tú siempre escuchas.”
Muchas gracias, queridos niños y niñas. Yo rezaré también por vosotros para que nunca perdáis la fe, sino que la cultivéis constantemente. Con ella estaréis más y más unidos al Señor y corresponderéis al amor que él os tiene. ¿Recordáis aquellas palabras: “Dejad que los niños se acerquen a mí”? Pues procurad vosotros acercaros también a Jesús.
Me despido de vosotros muy contento y muy agradecido. Saludad de mi parte a vuestros profesores, a vuestros papás y vuestros abuelitos.
Un abrazo para cada uno y para cada una, de parte de vuestro Arzobispo y amigo.
Santiago García Aracil
Arzobispo de Mérida-Badajoz

Añadir comentario