Por Antonio Díaz Tortajada, sacerdote-periodista
El obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla Aguirre y responsable del Departamento de Pastoral de Juventud en la Conferencia Episcopal Española (CEE), ha asegurado hoy, durante la segunda ponencia del Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, que Cristo es la clave de nuestra implicación en la Pastoral Juvenil; y a partir de ahí, cualquier cosa que podamos decir será un eco de la gran noticia de que Cristo es libertador y sanador de los jóvenes.
El ponente ha expuesto tres “heridas profundas” que padece la sociedad postmoderna, que dificultan conocer el verdadero rostro de Cristo y que, paradójicamente, necesitan del mismo Jesucristo para ser sanadas: Narcisismo, pansexualismo y desconfianza”
El narcisismo lo ha considerado “como la incapacidad, o cuando menos una seria dificultad, de amar a un “tú” distinto de uno mismo”. “El narcisismo está ligado a la hipersensibilidad, a la absolutización de los sentimientos y temores, a la percepción errónea de que todo en la vida gira en torno a uno mismo…
Por el contrario, la Revelación judeo-cristiana nos ha mostrado en la práctica que amar es siempre un éxodo. La Historia de la Salvación es la historia de la llamada que Yahvé hace a su pueblo a vivir en plenitud; para lo cual es necesario salir de nuestro propio entorno, ir en busca de una tierra nueva, distinta, desconocida, caminando con la confianza propia de quien tiene la firme esperanza de que Dios quiere nuestra felicidad”
“Sin la sanación del narcisismo, ha añadido más adelante, es imposible conocer, amar y sobre todo, seguir a Jesucristo, en profundidad y en coherencia; y en último término, ser feliz. Sin la sanación del narcisismo es imposible la entrega generosa, que es un aspecto clave en el Evangelio. Cuando el mensaje de Cristo se recibe en su totalidad y no de una forma fragmentada, nos educa a no ser unos quejicas, a ser positivos y agradecidos, a no autocontemplarnos con una insana y excesiva preocupación por la imagen, a no pretender ser siempre especiales ante los demás, a no ser hipersensibles a las críticas…”
“Sin la sanción de la herida del narcisismo es imposible la entrega generosa, que es un aspecto clave en el Evangelio”, ha matizado.
El obispo ha propuesto cuatro caminos en los que “deberíamos incidir en estos momentos para la sanción herida del narcisismo: el anuncio del amor de Dios, que funda la autoestima; el cultivo de una espiritualidad equilibrada (mística- ascética); la aceptación humilde de la realidad y poner de manifiesto que las experiencias de acercamiento al sufrimiento del prójimo tienen una gran potencialidad sanadora en los jóvenes”.
Una segunda característica de nuestro tiempo y de nuestra cultura es el fenómeno del pansexualismo o del hipererotismo ambiental que “invade prácticamente todos los ámbitos y espacios”.
“Para poder percibir la herida afectiva de nuestra generación, es necesario partir de un profundo conocimiento antropológico y teológico de la vocación al amor que todos hemos recibido y llevamos grabada en lo más hondo de nuestro corazón.” Y ha invitado a los participantes al Congreso a leer los diversos documentos del Magisterio de la Iglesia; el más reciente de ellos, publicado por la CEE, se titula “La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”
“La Iglesia no se cansa de predicar , manifestó monseñor Munilla, que el origen del amor no se encuentra en el hombre, ya que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. A partir de ese amor originario entendemos que cada uno de nosotros hemos sido creados para amar, y que el amor humano es una respuesta al amor divino. Aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. Creer en el amor divino es vivir con la esperanza de la victoria del amor. Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad.
Según el obispo de San Sebastián, “parece como si viviéramos una alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida”. Así, “el bombardeo de erotismo es tal que facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca innumerables desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, hasta el punto de hacernos incapaces para la donación”.
“La fe y la religiosidad se ven seriamente comprometidas, en la medida en que jóvenes y adultos no sean capaces de mantener una capacidad crítica ante una visión fragmentada y desintegrada de la afectividad, la sexualidad y el amor”, según el prelado que ha asegurado que “no es nada fácil vivir en coherencia los valores evangélicos en medio de una cultura dominada por el materialismo y el hipererotismo”.
La “herida afectiva de la desconfianza supone la sensación de no pisar suelo firme y el temor por el futuro”, ha explicado. “En este terreno, ha apuntado, también les puede ocurrir a las nuevas generaciones, lo mismo que he señalado en referencia al pansexualismo: que no lleguen a percibir la dimensión del problema, porque han nacido inmersos en él.
Uno de los fenómenos “más determinantes” en la extensión de esta herida afectiva de la desconfianza, ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar. “Cuando un niño o un adolescente desde su habitación escucha a sus padres discutir, faltándose al respeto, llega a albergar dolorosas dudas sobre si su familia continuará unida al día siguiente o si se tomará la decisión de la separación… No dudemos de que así se están poniendo las bases del síndrome de desconfianza”, según el obispo.
Por otra parte, “hay que añadir que la crisis del principio de autoridad y de referentes morales, puede conllevar una dificultad a la hora de desarrollar la confianza en Dios”. Así, “muchos jóvenes han crecido sin modelos que les sirvan de referente y de los que sentirse orgullosos” y “arrastramos numerosas heridas afectivas, que han generado en no pocos una especie de orfandad moral”.
Para sanar la herida de la desconfianza, monseñor Munilla ha propuesto “experimentar la comunión en el seno de la Iglesia y educar a los jóvenes en la confianza”.
“El Evangelio de Jesucristo es el Evangelio de la confianza. Son muchos los textos a los que podríamos referirnos: Pedro caminando sobre las aguas, la invitación de Jesús a que nos fijemos en el cuidado amoroso que Dios tiene de los lirios del campo, la tempestad calmada, etc. Un método eficaz para aprender a confiar es afrontar nuestros miedos, mirarlos a los ojos, y comprobar que cuando estamos unidos a Cristo, los miedos se disipan como la nieve al sol” ha concluido el ponente

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