Libro ‘Padre Pío, breve historia de un santo’
Sobre el libro
El Padre Pío no es un santo más. Podemos referirnos a él como uno de los más grandes santos de la historia de la Iglesia. No en vano, el convento en el que pasó más de cincuenta años de su vida – orando con una intensidad de otro mundo y celebrando misas multitudinarias – es hoy uno de los lugares de peregrinación más concurridos de toda Italia.
Una de las muchísimas personas a las que sacerdote italiano cautivó en vida fue el P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma hasta su fallecimiento en 2016. Así, Amorth trabó con él una amistad duradera y fructífera de la que nace Padre Pío, breve historia un santo, una hagiografía en la que el exorcista se sumerge en las profundidades vitales del Padre Pío, desde su infancia hasta su senectud.
No conviene pensar, no obstante, en un texto biográfico ordinario. Padre Pío, breve historia de un santo es mucho más que eso. En él, la rigurosa exposición de los hechos más notables de la vida del santo aparece entreverada con la experiencia personal de Amorth, en quien se percibe una rendida admiración hacia aquél.
La casa que levantó para aliviar el sufrimiento de los fieles, su modo de vivir los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, y su gran familia, la de los miles de hijos espirituales que tiene repartidos por todo el mundo, constituyen los ejes de la obra de Amorth, que ofrece un entrañable perfil de quien fue un gran misterio, también para sí mismo.
Infancia y juventud
San Pío de Pieltrecina ya era distinto a los demás durante su infancia, cuando todavía respondía al nombre de Francesco. Así, Amorth cuenta que, cuando éste tenía diez años, enfermó y tuvo que permanecer un mes en la cama. Su madre preparó unos pimientos fritos y salió de casa un momento. El pequeño convaleciente, aprovechando la circunstancia, se levantó de la cama y se comió todos los pimientos, uno tras otro. ¿Resultado? ¡Se curó!
Además, el joven Francesco fue iluminado por dos visiones que condicionaron su vida posterior:
– La lucha contra un gigante al que venció con la ayuda de un ser resplandeciente.
– La revelación de una misión cuya esencia nunca terminó de revelar. “Una altísima misión que sólo Tú y yo conocemos”.
La misa del Padre Pío
Gente de todos puntos de Italia acudía masivamente a las misas del Padre Pío en la pequeña iglesia del convento de San Giovanni Rotondo, que solían superar la hora y media de duración. Cuando asistió por primera vez, Amorth quedó impresionado:
Cuando entré, corrí con los otros hombres a la sacristía, detrás del altar mayor (…) En pocos minutos la iglesia se había llenado que para la celebración se preparó el altar mayor. Habitualmente, el Padre Pío celebraba en el lateral, en el altar de San Francisco. También yo recibí la comunión de manos del padre y recuerdo la atención, pero también el cansancio, por esa misa que duró una hora y cuarenta y cinco minutos.
Sus confesiones
El Padre Pío pasó en el confesionario la mayor parte de su vida, atendiendo a fieles que se confiaban plenamente a él. El 16 de noviembre de 1919 se sinceraba con uno de sus padres espirituales: Llevo casi diecinueve horas de trabajo, sin descanso. Cuando escribo esto, es la una de la madrugada.
Su confesionario, en contra de lo que se puede pensar, no era un dispensario de absoluciones, sino un lugar de conversión. De hecho, era hasta cierto punto habitual que pospusiese o negase el perdón de los pecados. ¿Y por qué lo hacía? No te he negado la absolución para enviarte al infierno, sino al Paraíso.
Signos
Estigmas
La cuestión de los estigmas del Padre Pío – llagas que aparecían en su cuerpo de modo inexplicable – fue polémica. Las autoridades eclesiásticas y capuchinas se afanaban, en vano, por encontrar una justificación científica a todo aquello y prohibieron a los fieles visitar al sacerdote durante una época prolongada. Se le aplicaron curas con pertinacia, pero ninguna de ellas surtió efecto. Las llagas continuaban ahí.
En 1958, el padre Amorth escribió un artículo defendiendo la veracidad de los estigmas del Padre Pío. De acuerdo con él, reunían las cinco condiciones necesarias para considerarlos sobrenaturales:
– Eran modificaciones importantes de los tejidos y estaban localizadas en los lugares de las llagas de Cristo (manos, pies y costado).
– Aparecían al instante y, por lo general, causaban un dolor más agudo en los que se recuerda la Pasión del Señor.
– En sus llagas no había ni putrefacción ni supuración ni olor fétido.
– Estaban acompañados de hemorragias continuas.
– Persistieron a pesar de los estigmas médicos.
Bilocación
El día de la beatificación de Santa Teresita de Lisieux se vio al Padre Pío presente en San Pedro (¡y no había salido de San Giovanni Rotondo!). Un obispo de cierto renombre, testigo del hecho, se lo refirió al Papa, añadiendo que don Orione también lo había visto. Y el Papa respondió: ‘Si lo ha visto también don Orione, lo creo’.

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