La Fundación Pablo VI ha realizado una entrevista a Leopoldo Calvo Sotelo Ibáñez Martín, jurista, profesor, experto en relaciones internacionales y Letrado del Consejo de Estado, que ha ocupado hasta ahora innumerables cargos, entre ellos el de juez del Tribunal General de la Unión Europea y subsecretario del Ministerio del Interior.
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes, promulgada por el Papa Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, habla claramente de la necesidad de que predomine un orden político-jurídico basado en las libertades democráticas y que proteja los derechos de la persona.
Aunque aún quedaban 10 años para el final de la dictadura, la publicación de esta Constitución Pastoral fue un revulsivo y se empezó a trabajar para abrir camino a la democracia en nuestro país. ¿Está suficientemente reconocido el empuje que le dio la Iglesia a la Transición en España?
R.- Yo creo que sí. Habría que distinguir dos aspectos. En primer lugar, citando a Herrero de Miñón, antes de que empezara la Transición política hubo en España una transición económica (una liberalización de la economía que dio paso a un desarrollo económico); una transición jurídica, con las grandes leyes de Derecho Administrativo de finales de los años cincuenta que introducen una estructura que permite el Estado de Derecho cuando llega la democracia; y una transición religiosa, que no es otra que el Concilio Vaticano II que pone a Iglesia Católica del lado de la democracia.
El segundo aspecto es el papel que tiene la Iglesia en la propia transición política, a partir del 75. Podíamos decir que la Iglesia respalda, acompaña y ve con simpatía la transición política en España y de ahí la importancia de Pablo VI, un Papa que conoce bien la situación política española y, por su formación y biografía, conoce también muy bien los riesgos que las posiciones autoritarias pueden tener para el catolicismo, (estoy hablando del Mit brennender Sorge de Pío XI y sus advertencias sobre los errores de la acción francesa). Todo eso formaba parte de la biografía de Pablo VI y cuando llega el momento para España, respalda plenamente la transición, sin dejar de mencionar la figura del Cardenal Tarancón. Por eso yo creo que para cualquiera que quiera estar bien informado, es claro, importante, positivo y favorable el papel de la Iglesia en la transición.
Si hay algo que caracterizó el período de la transición fue el diálogo y la capacidad de acuerdo entre posiciones que, hasta el momento, habían sido muy hostiles ¿Por qué hoy, 40 años después, se cuestiona ese período y se pone en duda esa generosidad que llevó a sus artífices a sentarse, incluso desde posiciones enfrentadas?
R.- Sí, la verdad es que ese es un error particularmente grave en la coyuntura política española, porque hay otras grandes democracias occidentales que están viviendo situaciones de crisis tan graves como la que estamos pasando aquí y, sin embargo, no cuestionan los momentos fundadores. Tenemos el caso de EE.UU, donde, tanto el partido demócrata como el republicano, atraviesan crisis por cuestiones distintas. Pero los padres fundadores de la nación americana no solo no son cuestionados, sino que ambos partidos los reclaman para sí. Tomemos el caso de Francia, que tampoco está en una situación fácil y, sin embargo, el legado del general De Gaulle se acepta desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha (Melenchon no impugna la figura de De Gaulle y el Frente Nacional tampoco tiene una posición que se desentienda de su figura). Por eso, creo que en España se comete un error al rechazar el legado de una Transición que trae la paz civil a España por primera vez en la historia contemporánea de nuestro país. Yo he escrito en algún lugar que Adolfo Suárez fue el primero en la paz civil entre nosotros, usando el símil con George Washington. Y, claro, desentenderse del momento en el que conseguimos la paz civil es un error grave. En Gaudium et Spes, por seguir con el ejemplo, en el capítulo dedicado a la paz, se dice: “el cuidado de la paz reclama para cada uno constante dominio de sí mismo”. A mí esta referencia al autocontrol me parece muy importante, no puede uno en política dedicarse a la desinhibición o al desahogo, porque eso lo que hace es exacerbar las divisiones y socavar la paz.
Vivimos una política tan polarizada que ya no se habla de derechas contra izquierdas, sino de ‘ultraderecha’ contra ‘izquierda radical’. ¿Queda totalmente descartada la posibilidad de un centro político en España, no tanto como partido, sino como modo de hacer política?
R.- En realidad, el centro político constituye un objeto necesario siempre que haya elecciones, porque las elecciones se acaban disputando en torno al centro. El candidato de centroderecha o centroizquierda que se escora acaba perdiendo las elecciones. En Inglaterra tenemos dos ejemplos en Michael Foot hace ya 40 años y el último líder laborista, que se escoraron mucho a la izquierda y acabaron perdiendo escandalosamente. Y podríamos buscar otros ejemplos. Es decir, ya sea en el centroizquierda o el centroderecha, el que se aparte del centro comete un error electoral grave. Por lo tanto, aunque un partido no quiera arrogarse la etiqueta centrista porque no esté de moda, no puede dejar de pensar en el centro, porque otra cosa es suicida en términos electorales.
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