“Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!”. El profeta Elías está huyendo de la amenaza de la reina Jezabel. Ha pasado la noche en una cueva del monte Horeb. Pero Dios quiere encontrarse con él al amanecer.
Contra lo que podría imaginar Elías, el Señor no está en el viento huracanado, ni en el terremoto ni en el fuego. El Señor se hace presente en una brisa suave. Esa presencia de Dios le dará fuerza para denunciar el orgullo y la crueldad de la reina y anunciar el proyecto de Dios sobre su pueblo (1 Re 19,13-18).
También nosotros esperamos que el Señor nos muestre su misericordia. En ello está nuestra salvación, según el salmo responsorial. “Su misericordia y su fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Sal 84,11).
San Pablo confiesa a los Romanos su dolor por la actitud de las gentes de su pueblo. A pesar de contar con la alianza, la ley, el culto y las promesas, no reconocen al Mesías que ha nacido entre ellos (Rom 9,1-5).
Una humilde confianza
El evangelio presenta a Jesús orando en la soledad de un monte (Mt 14,23). Mientras tanto, sus discípulos navegan en una barca que está siendo sacudida por las aguas y por el viento contrario. Al amanecer se les hace presente el Señor. El terror les hace creer que es un fantasma. Pero su palabra suscita en ellos la confianza.
- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Jesús no ignora la situación angustiosa en la que se encuentran sus discípulos. No puede abandonar a su suerte a los que lo han dejado todo para seguirle. Ellos nunca deberían dudar de la fidelidad de su Maestro.
- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” El relato es siempre actual. Esta situación de peligro se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia. También ahora nuestra nave es sacudida por el vendaval y nosotros navegamos con dificultad.
- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Los griegos y los romanos tenían miedo de sus dioses. Los discípulos de Jesús se insertaron en aquella sociedad, tan sometida al destino, dando testimonio de una humilde confianza en el Dios de la vida y del amor.
La confesión de la fe
El evangelio añade un dato sorprendente. Simón Pedro pide a Jesús que le permita caminar hacia él sobre las aguas. Esa es nuestra vocación, por osada que pueda parecer. Siempre es un riesgo tratar de seguir al Señor, caminando sobre las aguas. Pero ante el fracaso de nuestros deseos, el Señor nos toma de la mano y podemos confesar:
- “En verdad tú eres el Hijo de Dios” (Mt 14,33). Solamente su presencia nos ayudará a recuperar la serenidad en medio de las tormentas que nos atemorizan.
- “En verdad tú eres el Hijo de Dios”. Solamente su cercanía y su compasión nos harán descubrir que nuestros miedos pueden ser superados por la fe.
- “En verdad tú eres el Hijo de Dios”. Solamente esa fe nos llevará a reconocer y a proclamar a Jesús como el Hijo de Dios que nos trae la salvación.
– Señor Jesús, a tus discípulos los llamaste sabiendo que eran pescadores. Si su trabajo no los apartó de ti, tu oración no te alejaba de ellos. También hoy te acercas a nosotros al amanecer. Líbranos del miedo a las tormentas y ven a fortalecer nuestra fe en tu presencia salvadora.
