La Pascua del Año Jubilar de la Misericordia, por Julián López, obispo de León
Queridos diocesanos:
La Semana Santa culmina en la celebración gozosa del misterio pascual de la muerte y de la resurrección del Señor. Recibid mi saludo fraterno con la expresión usada por el Resucitado en sus apariciones a los discípulos: “La paz sea con vosotros” (cf. Lc 24,36; etc.). Ambos aspectos de la Pascua, muerte y resurrección, son inseparables, pero tenemos la tendencia a destacar mucho más el aspecto de la pasión que el de la gloria. Algo parecido sucede con nuestra referencia a la misericordia divina: nos fijamos más en la dimensión, ciertamente fundamental, de la compasión y del perdón pero no siempre tenemos en cuenta que el fruto de la acción misericordiosa de Dios es, ante todo, la transformación del corazón del hombre, acontecimiento que es como una resurrección anticipada. Lo dice el Señor en la parábola del hijo pródigo: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela… celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,22-24).
Este aspecto es el que quisiera destacar al llegar el domingo de Pascua y la gozosa cincuentena de días que culmina en Pentecostés. Lo sugiere también el salmo 117, tan significativo en este tiempo litúrgico: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, aleluya”. Este salmo, dice el papa Francisco, cantado por Jesús y sus discípulos al final de la última cena (cf. Jn 26,30), nos sitúa en el horizonte mismo de la misericordia divina en el que nuestro Señor vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios (cf. Misericordiae Vultus, 7).
El papa san Juan Pablo II dejó escrito en su célebre encíclica “Dives in misericordia” (30-XI-1980): “El misterio pascual es el culmen de la revelación y actuación de la misericordia que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio” (n. 7). Por eso el acontecimiento que se revela en la cruz y se derrama sobre la humanidad en la resurrección es la expresión cumbre de ese amor de Dios y, por tanto, de su misericordia. “¿Qué nos está diciendo pues la cruz de Cristo, que es en cierto sentido la última palabra de su mensaje y de su misión mesiánica?”, se preguntaba también el papa. Y respondía: “Y sin embargo ésta no es aún la última palabra del Dios de la alianza: esa palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los Apóstoles después, venidos al sepulcro de Cristo crucificado, verán la tumba vacía y proclamarán por vez primera: «Ha resucitado» (ib.).
La Pascua, que integra necesariamente la cruz y la hace resplandecer como el gran signo de la victoria sobre el pecado y sus consecuencias, pone de manifiesto de manera gozosa y definitiva la prueba de la infinita misericordia de Dios revelada en la entrega de su Hijo a la muerte para que tengamos la vida eterna al creer en Él (cf. Jn 3,16) y al confesarlo resucitado de entre los muertos (cf. Rm 10,9). Esta expresión, “resucitado de entre los muertos”, que aparece tantas veces en el Nuevo Testamento (cf. Rm 6,9; 2 Tm 2,8), sintetiza todos estos aspectos y nos invita a celebrar la cincuentena pascual como el gran día que hizo el Señor, el tiempo símbolo y profecía de la eternidad, sobre todo si lo comparamos con la cuaresma, la cuarentena del desierto y de la lucha contra enemigo de nuestra salvación. Por cierto, la cincuentena pascual es también el tiempo del Espíritu Santo. Os lo explicaré más adelante. ¡Feliz Pascua Florida!
+ Julián, Obispo de León

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