«Vergüenza y estupor». Esto es lo que dicen sentir los obispos chilenos tras los actos de violencia contra inmigrantes venezolanos cometidos el sábado 25 de septiembre en la localidad de Iquique, al norte del país. Así lo indica un comunicado del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal emitido el día 27, con el que la institución se une al «dolor y al rechazo» por estos sucesos expresados también por instituciones como Amnistía Internacional, Unicef o el Relator de la ONU para los Refugiados.
Los hechos sucedieron durante una protesta contra la inmigración ilegal en la que participaron entre 3.000 y 5.000 personas, algunas de las cuales portaban la bandera nacional y gritaban consignas xenófobas. La manifestación acabó con la quema de las pertenencias de un centenar de familias migrantes —la mayoría venezolanas— que el día anterior habían sido desalojadas por los carabineros de una céntrica plaza de la ciudad en la que llevaban un año acampadas. Los agresores quemaron tiendas de campaña, ropas, juguetes, carritos de bebé y demás enseres de los extranjeros, a los que instaron a dejar la ciudad y volver a su país. La policía hubo de intervenir para evitar agresiones físicas.
«Como obispos de la Iglesia Católica en Chile —dice el pronunciamiento del episcopado— nos unimos al dolor y al rechazo que han ocasionado los actos de violencia cometidos contra hermanos inmigrantes en la ciudad de Iquique, ocurridos en los últimos días. Observar la agresión a personas en situación de vulnerabilidad, incluidos niños y adolescentes, junto a la destrucción de sus pocas pertenencias, mientras se gritaba “vivas” a Chile, nos llena de vergüenza y de estupor. No es ese el Chile al que todos aspiramos».
El organismo episcopal indica asimismo que, como persona que es, todo emigrante tiene unos «derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación» (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 62), y reclama «una acción coordinada de las autoridades locales y nacionales para hacer frente a una situación que no se puede dejar a la deriva». «No puede haber indolencia o negligencia de parte del Estado, pues ello solo agrava el problema», escriben los obispos, que recuerdan que tras la migración «hay situaciones de pobreza, de violencia y de crisis de las que se huye», y que los chilenos, en otra época, también huyeron de la desesperación y encontraron acogida en los países del entorno.
El episcopado pide que no se asuman ni promuevan «actitudes hostiles» contra los extranjeros. «Una mentalidad xenófoba y replegada sobre sí misma, sea por la consideración que sea, no puede prevalecer por encima de las más hondas convicciones de fe», afirma la jerarquía, que reclama a las autoridades que ofrezcan «espacios de acogida en condiciones dignas, que permitan no cargar a las comunidades locales con situaciones urbanas indeseadas», y faciliten «los procesos de regularización de acuerdo con la ley» -«Todos estamos de acuerdo en que la migración debe ser regulada, pero regular no es lo mismo que prohibir o hacerla imposible inflexiblemente», señalan los obispos.
Coferre: «Rechazamos todo tipo de violencia contra nuestros hermanos extranjeros»
La Conferencia de Religiosas y Religiosos de Chile (Coferre) también ha expresado su «rotunda condena» a los sucesos de Iquique, unos hechos —dice— «que nos indignan y avergüenzan».
«Nos duele contemplar la violencia de estos hechos», dice el organismo que preside el sacerdote mercedario Mario Salas Becerra. «Queremos pedir perdón por este trato inhumano e indigno que han recibido por parte de algunos compatriotas. Como Vida Religiosa Chilena, en primer lugar, los ponemos en el centro de nuestra oración personal y comunitaria. En segundo lugar, nos ponemos a disposición de lo que sea necesario para buscar una solución ante estos hechos».
El estallido social de Iquique se ha producido en vísperas de la celebración de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, en cuyo mensaje el Papa Francisco invita a construir un mundo en el que «no haya más “otros”, sino un “nosotros” grande como la humanidad».
Iquique es una ciudad costera de unos 200.000 habitantes, la primera gran urbe con que se encuentran los migrantes que cruzan la frontera con Bolivia. El Papa Francisco la visitó en su viaje a Chile y Perú de enero de 2018. En la Eucaristía que celebró allí el Santo Padre dijo que todo el mundo tiene derecho a «tierra, techo y trabajo», y animó a «aprender de los valores que los inmigrantes traen consigo». La palabra Iquique significa en lengua aymara «tierra de sueños». Se calcula que en Chile hay actualmente unos 400.000 inmigrantes venezolanos.
