El Papa Benedicto XVI ha convocado mediante la Carta Apostólica Porta Fidei el “Año de la Fe” que empezará el 11 de octubre de 2012 y terminará en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo el 24 de noviembre de 2013. A nivel diocesano, tendremos la inaugurara el domingo 14 de octubre a las 6 de la tarde en la Catedral.
Al anunciar este Año de la Fe el Papa dice: “Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año” (Porta Fidei 9).
En el Santuario de la Fuencisla durante este Año de la Fe, todos los sábados a las 10 de la mañana, se celebrará la Eucaristía para que la Virgen nos ayude a renovar nuestra fe y para anunciarla con gozo al hombre de nuestro tiempo. María nos enseña a vivir el día a día de nuestra vocación y de nuestro ministerio apostólico con la obediencia de la fe: “Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Son las palabras de Isabel cuando María va a visitarla. María es feliz y dichosa porque ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor. María ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo porque ha creído.
Debemos preguntarnos dónde está el origen de muchas tristezas nuestras. ¿Por qué esa falta de ilusión apostólica, de cansancio, esa mirada triste sobre la gente? La tristeza, en muchas ocasiones, tiene su origen en la falta de fe y surge cuando la obediencia de la fe se debilita. Tenemos que vivir con María el gozo de la salvación y la alegría de sentirnos llamados. Y esa obediencia de la fe es la que nos hace superar todas las dificultades. “Si tuvierais fe como un granito de mostaza seríais capaces de mover montañas” (Mt 17,20).
Cuando Dios manifiesta su Misterio, cuando el Señor nos invita a una tarea hay que prestarle, como la Virgen María, la obediencia de la fe y experimentar como ella la alegría de haber creído. Pero no una obediencia a medias, sino una obediencia plena como la de la Virgen; esa obediencia por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios. Toda la vida de María es un caminar en la fe; un abandonarse en la verdad de Dios, en la Palabra misma del Padre de la Misericordia, sabiendo y reconociendo que los caminos de Dios son insondables y sus designios inescrutables.
Nuestra vida, como la de María, sólo puede sustentarse en la obediencia de la fe, sufriendo al lado del Salvador que sufre, unidos al Señor que hoy, en nuestra cultura, es señal de contradicción. No tienen que extrañarnos esas contradicciones y esa confrontación permanente en un mundo que se mueve con unos valores tan diferentes a los de Cristo.
María constante y diariamente está en contacto con el Misterio inefable de Dios, que se ha hecho hombre. La mente de María, sus pensamientos y sus sentimientos han sido introducidos en esa novedad radical de un Dios que en su Hijo Jesucristo se ha hecho carne. María pertenece al grupo de los pequeños y humildes a los que Dios ha querido revelarse y por los que Jesús, años más tarde, dará gracias al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los sencillos… nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,21-22). ¡Ojalá nosotros formemos parte de ese grupo de los pequeños y humildes para que, lo mismo que a María, el Hijo nos lleve al conocimiento del Padre! María pertenece a ese grupo. María está en contacto con la verdad de su Hijo y es conducida por Él al conocimiento del Padre, en la fe y por la fe.
En este final del novenario en honor de Nuestra Señora de la Fuencisla deseamos y pedimos vivir intensamente el Año de la Fe bajo su guía y protección.
+ Ángel Rubio Castro – Obispo de Segovia

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