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Jóvenes, desempleo y anticlericalismo: una responsabilidad histórica, por Teresa García Noblejas

Hace ahora una semana de la huelga de la enseñanza en la que sindicatos y algunos profesores, alumnos y padres de CEAPA protestaron contra la reforma educativa del Gobierno. Durante la huelga, plagada de símbolos políticos de extrema izquierda y banderas republicanas, se produjeron algunos incidentes violentos, como la ya clásica quema de contenedores y destrozo de material urbano.

En Extremadura tuvo lugar un incidente que ha tenido amplia difusión en los medios de comunicación: medio centenar de jóvenes asaltaron un colegio salesiano de Mérida al grito de «¿Dónde están los curas?, que los vamos a matar».  El suceso no es solo una gamberrada de cuatro jóvenes radicales sino la manifestación de un trabajo sistemático en educación, comunicación y adoctrinamiento político.

En educación, llevamos 30 años (convenientemente financiados y alentados por el irresponsable zapaterismo de la última década) enseñando una historia de malos y buenos en la que, naturalmente, los curas eran malísimos y los del bando republicano buenísimos. La persecución religiosa y los 7. 000 clérigos (sacerdotes, religiosos de ambos sexos, obispos) que fueron asesinados han sido borrados de la historia oficial y de los libros de texto que, a su vez, reflejan lo que les dictan los decretos curriculares de educación.

En comunicación hay una fuerte tendencia, muy visible en la mayoría de las televisiones privadas y en alguna pública, a ridiculizar, despreciar y marginar a sacerdotes, religiosos y creyentes en general, siempre y cuando sean católicos. Naturalmente, esto no es casual y necesita la decisión de los directivos y la ejecución aborregada de los presentadores, guionistas y demás colaboradores.

En adoctrinamiento político sigue habiendo, aunque parezca mentira, grupúsculos antisistema y radicales (los que eramos universitarios en los ochenta bien lo sabemos) que dan a leer panfletos leninistas y marxistas y transmiten consignas a sus jóvenes aprendices de revolucionarios. También políticos profesionales que no desperdician la ocasión de atacar a instituciones y personas vinculadas a la Iglesia (si es un obispo, mejor) o a alguno de sus movimientos e instituciones: o simplemente por ser políticos que van a Misa (o tienen aspecto de ir) o citan a Dios en público y por ello se les acusa de servir prácticamente al Vaticano como si este fuese un Estado peligroso y armado hasta los dientes.

Una vez más, creo que los católicos y en general las personas con sentido común, sean o no creyentes, debemos decir basta a esta peligrosa dinámica. El cóctel de jóvenes desempleados fácilmente manipulables y radicales, sazonado con una buena dosis de odio anticatólico, ha tenido suficientes precedentes en nuestra historia para que frenemos en seco esta espiral. Y todos podemos hacer algo protestando, difundiendo la verdad histórica con rigor, dando testimonio de la belleza de la fe católica (si somos creyentes) y ayudando a los jóvenes a construir un proyecto común de convivencia.



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