Algo se mueve en la ruta migratoria hacia Canarias. A 31 de mayo, el número de migrantes que habían arribado a las islas ascendía a 4.406, la mitad que en 2022. Una tendencia que se rompió en los últimos meses. Entre junio, julio y agosto han alcanzado estas cosas 7.033 migrantes. Son 11.439 en total, 802 más que el año anterior. Una gran parte de los que están intentando alcanzar Europa por esta vía proceden de Senegal, reactivando así lo que podría ser una nueva gran crisis después de las de 2006 y 2020.
Pero las cifras no muestran toda la realidad. A los 11.439 habría que sumar todos los que se quedan por el camino, aquellos de cuya muerte tenemos la certeza porque sus cuerpos han sido recuperados o porque otros compañeros fueron testigos de su fallecimiento y a los que nunca encontraremos, absorbidos por la profundidad del océano Atlántico.
Son numerosos los medios de comunicación que se han hecho eco de estos sucesos. Fue especialmente mediático el caso de la patera que estuvo navegando durante un mes tras salir de Senegal, hasta que fue rescatada en torno a Cabo Verde. La organización Caminando Fronteras alertó de la situación de esta embarcación a los pocos días de zarpar, pero nadie hizo nada. El resultado: más de 60 fallecidos, según la Organización Internacional de Migraciones, 92 según Caminando Fronteras. Pero es que Senegal informó de una docena de muertos más a mediados de agosto y de la desaparición de un cayuco con 200 migrantes, entre ellos niños, que partieron a finales de junio de Kafountine, al sur de Senegal.
David Melián, abogado y miembro de la Delegación de Migraciones de la diócesis de Canarias, estaba en Kafountine pocos días después de la partida del pequeño barco. Allí le contaron que 200 jóvenes se habían echado a la mar. Fue una de las etapas de un viaje que realizó para conocer la situación del país y, de paso, visitar a familias de algunos de los chicos que ha atendido en Canarias. Estaba, precisamente, con una de ellas, la de Paul Diatta, que llegó a las islas hace casi tres años, durante la crisis de 2020. Es una realidad que Senegal vive tiempos de mucha inestabilidad política y que decisiones como el encarcelamiento de un opositor en junio no están ayudando, pero, para Melián, esta no es la principal causa de que haya jóvenes que decidan jugarse la vida durante 1.500 kilómetros en embarcaciones precarias para alcanzar Europa. La principal es la miseria, la falta de esperanza y de futuro. «Hablé con mucha gente y nadie me habló de la inestabilidad política y yo no percibí que esa fuera una causa para migrar. Lo que hay es una falta de esperanza absoluta. La vida diaria se resume en subsistir. En conseguir tres plátanos y cinco lechugas para venderlas en el mercado. Es dramático», explica el abogado canario a ECCLESIA.
La desnutrición es acusada, pero hay una imagen que muestra la dimensión de la emergencia social. Al ganado lo alimentan con los sacos de papel donde traen la harina. La atención sanitaria, además, es bastante mala. Los jóvenes que han podido ir a la universidad, o la han dejado o trabajan en la agricultura. Las infraestructuras solo son aceptables en la capital, Dakar. En las zonas más deprimidas no hay servicio de recogida de basuras y, por este motivo, siempre hay un fuego quemándola. «El país huele a quemado», añade el abogado. La electricidad no está garantizada y la corrupción también es muy acusada a todos los niveles.
Por todo ello, considera muy pertinente que el tema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que la Iglesia celebra el próximo 24 de septiembre, sea Libres de elegir si migrar o quedarse. Porque ahora mismo para los senegaleses migrar no es una opción. Es una necesidad. «Es difícil garantizar esa libertad», afirma.
A lo largo de su ruta por el país, de norte a sur, David Melián se fue encontrando con familias cuyos hijos estaban en Canarias y que él conocía bien. Algunos de estos le pidieron expresamente que fuera a visitar a sus seres queridos. También hubo gente que al verlo se acercaba para comentarle que tenían allegados que habían migrado y preguntarle si sabía algo de ellos. Una mujer con cuatro hijos había perdido tres en su ruta migratoria. El cuarto vive en Valencia.
Los senegaleses quieren quedarse o, algún día, volver y contribuir a la prosperidad de su país, pero no les queda más remedio que marcharse. Incluso jugándose la vida. «Dicen que si no se mueren en el mar se morirán en su casa», explica Melián.
Paul Diatta emprendió ese camino en el año 2020, en plena pandemia. Se fue de madrugada sin decir nada a su madre. Pasó una semana entera en el mar, de la cual dos días sin beber. Su padre había fallecido y la familia necesitaba que alguien llevase recursos. Salir, de nuevo, era la única opción. Hoy, gracias al apoyo de la Iglesia, trabaja como mediador en un centro de menores y ayuda a su familia. Está pagando parte de los estudios universitarios de sus hermanos.
Guía de Recursos Atlántica
En estos momentos, uno de los proyectos en los que está trabajando el Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española tiene que ver con esta ruta migratoria. Se trata de una Guía de Recursos Atlántica, liderada por el citado departamento en colaboración con el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. Se trata de un espacio de comunicación entre diócesis del sur de Europa, la de España entre ellas, y el noroeste de África con el objetivo de ofrecer una mejor acogida e información a los migrantes. Será un punto de referencia para encontrar un lugar seguro, un intérprete, una parroquia donde rezar o espacios especializados para los que viajan con niños. Junto a esta iniciativa, la Iglesia española sigue trabajando en otras dos, con un pequeño camino ya recorrido: los Corredores de Hospitalidad, inaugurados en diciembre del año pasado, y la Mesa del Mundo Rural.
Una política que inflige sufrimientos
En un encuentro informativo con periodistas, Xabier Gómez OP, director del Departamento de Migraciones de la CEE, ha puesto en valor el trabajo que la Iglesia realiza en este ámbito. «Siempre está al lado de los migrantes», ha agregado. También ha subrayado que hay un derecho a migrar con dignidad, a través de vías legales y seguras, y que los migrantes deben ser rescatados y buscados si están desaparecidos.
«Nadie se jugaría la vida si pudiesen venir de forma segura», ha sentenciado. Y ha recordado que es un deber legal y moral, también para los cristianos, socorrer a los migrantes en el mar: «No se puede dejar perder una vida humana. La cultura de la vida pasa por rescatar vidas en el mar».
El religioso dominico ha sido muy crítico con la política europea de fronteras, que, para disuadir a las personas de migrar, «inflige sufrimientos» «Si Europa quiere tener futuro, tiene que estar vinculada al futuro de África», ha añadido. Del mismo modo, ha concluido, el futuro de la Iglesia pasa por las migraciones y al diversidad, por construir comunidades acogedoras y misioneras.