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Joaquin Luis Ortega, servidor de la palabra

Han pasado solo unas horas de la despedida del «escribidor», como gustaba llamarse José Jiménez Lozano, cuando llega desde Burgos la noticia del adiós a Joaquín Luis Ortega, sacerdote y periodista. Una cercana coincidencia en la muerte de dos personas que a mediados de los años 80 apostaron con fuerza por el proyecto cultural Las Edades del hombre que creció y maduró en torno al recordado sacerdote vallisoletano José Velicia en una clara apuesta por el único y rico patrimonio de las diócesis de Castilla y León al servicio de la sociedad, la cultura y la evangelización.

Joaquín Luis Ortega nació en Burgo de Osma un 12 de agosto de 1933 y pronto se trasladó por el trabajo de su padre en la administración hasta la cercana localidad burgalesa de Aranda de Duero. Una y otra vez no se cansaba de recordar cómo desde la ventana entornada de su habitación contemplaba al amanecer de cada día la maravilla artística de la fachada de la iglesia de Santa María, testigo de sus primeros juegos de infancia y juventud y también de su futura apuesta por el arte y el patrimonio. Pronto partió hacia el seminario de Burgos donde completó los estudios de humanidades y filosofía. El siguiente destino para licenciarse en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana le llevó hasta la ciudad eterna. Allí, en el Colegio Español, formó parte del grupo poético reunido en torno a la revista Estría que fundaron José Luis Martín Descalzo y José María Javierre en la que también colaboraban José María Cabodevilla, el arzobispo emérito Antonio Montero, el biblista Luis Alonso Schökel o el poeta José María Valverde. Todos ellos convencidos en aquellos años de la oportunidad de usar los púlpitos que ofrecían los medios de comunicación para hacer llegar a la sociedad la cultura y el humanismo cristiano. Todos ellos conforman, junto a otros como Bernardino M. Hernando, Antonio Pelayo, Pedro Miguel Lamet, Manuel de Unciti, Manuel Alcalá o José Antonio Carro Celada, una generación, única e irrepetible, de periodistas y comunicadores al servicio de la Iglesia y la sociedad de la segunda mitad del siglo pasado, que el propio Joaquín calificó como un «estallido literario en la Iglesia española». «Toda esta tropa clerical —escribió JLO— tuvo su gloria y su corona en la celebración del Vaticano II… fue la oportunidad, la gracia de nuestras vidas». Incansable, completó su formación con estudios de Filosofía y Letras, el doctorado en Historia de la Iglesia amén de otras incursiones en la cinematografía, la paleografía o los estudios lingüísticos en varios países. De vuelta a Burgos, además de impartir clases en el seminario y la facultad de Teología, se convierte a finales de los años 50 en el primer director de Radio Popular de Burgos-3 que algunos Jóvenes de Acción Católica habían puesto en marcha con escasos medios y mucha imaginación en el desván del seminario menor San José y que algunos bautizaron en tono despectivo como «Radio Bonete» que pronto pasó a la historia ante la variada oferta y calidad de sus programas.   

Llamado por Martín Descalzo, en 1970 dará el salto desde Burgos a Madrid como redactor de la revista Vida Nueva. Cinco años más tarde se hace cargo, durante una década, de la dirección de la revista ECCLESIA, en años de intenso trabajo con colaboraciones con RNE, el Consejo Editorial del diario Ya o el Consejo Doctrinal de COPE. Desde 1985 y llamado por el obispo Fernando Sebastián en la secretaría general afronta una nueva etapa —cinco años— como portavoz y vicesecretario para la Información de la Conferencia Episcopal Española. Un encargo que dejó en 1990 para dirigir hasta su jubilación la prestigiosa Biblioteca de Autores Cristianos y ser profesor en la Universidad Pontificia Comillas.

Tras sus primeros pasos en Burgos, su vinculación a la cadena COPE en una constante apuesta por su fidelidad y su genuina identidad se mantuvo hasta el año 2006 con su participación en la redacción de su Ideario, como redactor durante años de su línea editorial o la participación en programas como «La linterna de la Iglesia» o «El Espejo de la Cultura». Pero la dedicación al mundo de la comunicación no fue algo exclusivo de Joaquín. Su hermano y también sacerdote José Antonio —a quien tenía siempre presente en la lejana Chile— fue promotor de diversos medios en la diócesis de Chillán donde trabajó como misionero de la OCSHA hasta su muerte a los 83 años tras una breve etapa como vicario en Burgos.

Los méritos periodísticos de JLO fueron reconocidos con los premios Ramón Cunill, Luca de Tena y Bravo, pero donde Joaquín encontraba siempre serena acogida era en su querido monasterio de Santo Domingo de Silos. Allí viajaba con frecuencia para huir de los ruidos de Madrid, para encontrarse con la oración, la paz y la serenidad del claustro benedictino. Y allí dedicó unos entrañables versos a «La secuoya que quisiera ser ciprés», a ese ejemplar de origen canadiense, de 130 años y más de treinta metros de altura que aporta sombra y serenidad a las puertas del monasterio mientras por encima del tejado mira de reojo al conocido ciprés: «Los dos árboles de Silos que con Silos hacen tres». Joaquín tenía claro que la comunicación es un proceso que consiste en observar, rumiar y exponer; o si se prefiere en mirar, pensar y escribir para —en dos palabras, en lugar de tres— ser testigo y testimonio a la vez. Porque para él escribir era «una forma de comunicar y de comunicarse» porque como sentenció santo Tomás de Aquino «la comunicación es como la predicación, es decir, brindar a los demás lo que uno ha molido ya y saboreado en su molino interior».

Joaquín, sacerdote y periodista, supo ver y analizar las luces y sombras de la realidad para, desde el análisis de lo esencial y huyendo de lo superfluo, ofrecer con su pensamiento, con la palabra justa y equilibrada, un rayo de luz y esperanza. Una vida entregada a la historia, la literatura, el periodismo y la comunicación, siempre en actitud de servicio desde el ser y hacer del mejor periodismo, del verbo justo y el calificativo medido, de la palabra en su más y evangélica acepción al servicio de la Iglesia y a la sociedad de nuestro tiempo plasmadas en más de una veintena de libros y cientos de artículos y colaboraciones.

Así fue, testigo y testimonio durante los años de su jubilación en los que continuó escribiendo colaboraciones en diversas revistas y artículos en la prensa local de Burgos, su ciudad en la que no era difícil encontrarle en la calle Laín Calvo o en el entorno de la catedral de la que tanto disfrutó y que se prepara para celebrar su octavo centenario. Es momento de terminar, Joaquín. Bien sabías lo que vale el tiempo o el espacio en la radio o la prensa. Gracias por haber sido —con Manuel de Unciti y José Luis Gago— mi maestro y amigo, y quien me encaminó en el apasionante sendero del periodismo religioso que conduce a la mejor, a la Buena Noticia.

Faustino Catalina
Director de La linterna de la Iglesia de COPE
@fcatalina1

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