Revista Ecclesia » Isabel Sánchez: «En la Iglesia, poder es servir»
Isabel Sola
España

Isabel Sánchez: «En la Iglesia, poder es servir»

La laica Isabel Sánchez dirige el consejo que asesora al prelado del Opus Dei en su tarea de gobierno. Tras haber viajado por varios países

y conocido la realidad de miles de mujeres, esta murciana de 51 años, ha recogido un elenco de testimonios de mujeres que han logrado sobreponerse a los grandes desafíos que les ha presentado la vida para convertir- se en referentes de sus congéneres. «Las mujeres nos hemos anticipado a la hora de cuidar, de humanizar nuestro entorno y poner a la persona en primer lugar por encima de otras consideraciones».

El texto Mujeres brújula en un bosque de retos (Espasa) presenta «historias que nos transmiten la idea de que todos podemos llegar también a ser una guía para los demás si afrontamos la gesta de mejorarnos a nosotros mismos para nuestro entorno». Del mismo modo en la Iglesia, «el laico está en el mundo y su papel en la institución tiene que estar revalorizado. No es solo “una lucha” de la mujer». Todos los beneficios de la obra irán destinados a las becas «Guadalupe», de Harambee, que cada año ayudan a 10 mujeres africanas para que puedan desarrollar su investigación en España. No en vano, la propia autora reconoce cómo Guadalupe Ortíz de Landázuri, primera laica del Opus Dei beatificada, ha sido «el motor que ha inspirado este libro».

—Siguiendo el ejemplo de Guadalupe… ¿La revolución de los laicos la encabezamos las mujeres?
—Es verdad que la mujer toma las riendas de las situaciones del liderazgo que emerge en este tiempo de transformación social. Pero en la Iglesia poder es servir. La mujer tiene que aportar su mirada pero complementarla a la del hombre. Tenemos que profundizar en lo que el Papa nos habla en la exhortación Gaudete et exsultate. No tenemos que fructificar solo en el ámbito eclesial, en la sacristía o en el dicasterio. No. Nuestro lugar de fermento está en nuestra profesión, en la familia y hasta en el deporte. Y eso quien lo puede hacer es el laico. ¡Fecundemos eso! Cuando la mujer pone su perspectiva de cuidado enseña al hombre también a hacerlo. No se trata de conseguir objetivos sino de cómo conseguirlos. Por eso, en el momento en que la editorial me propuso poner por escrito mis reflexiones sobre cuestiones como la mujer, el trabajo, la familia o la educación pensé en volcar la experiencia de otras mujeres que, aunque desconocidas en su gran mayoría, son, para mí, referentes. Y eso debemos ser nosotras, nosotros, para los demás.

—Y para eso tenemos que ir de la mano…
—Sí, claro. Juntos y huyendo de los grupos. Yo soy yo. Necesito manifestarme con mis iguales del brazo con otras que no piensan como yo pero tenemos valores comunes. Por eso, nos tenemos que quitar las etiquetas y las consignas, también como mujeres. «Sueltos por ahí», decía san Josemaría, para que esa responsabilidad personal fluya de uno mismo, se trabaje y se exprese del modo que es cada uno, para que sea coherente. O subrayamos lo que nos une y vamos a por ello o no vamos a avanzar. El compromiso social es llevar a este mundo de amor y comunión. También en el ámbito del feminismo. La mujer tiene que ejercer un liderazgo inclusivo, colaborativo, donde el poder no sea lo primero. No queremos llegar las primeras sino hacer que muchos lleguen y que lleguen al sitio justo. Buscamos la igualdad de oportunidades. Aspiramos a un feminismo solidario y de servicio. Históricamente, las mujeres hemos desarrollado el cuidado durante mucho más tiempo, sobre todo en el ámbito familiar. El problema es que se ha desprestigiado ese cuidado, y esto tiene mucho que ver con la cultura del descarte. El hombre tiene que sentir que la familia también es un proyecto suyo y prioritario. Es algo que empieza por la conciencia personal. Tenemos que conseguir que mujer y hombre sepan que su prioridad va a ser el proyecto familiar y a partir de ahí ver cómo plantear y cómo reivindicar el cambio.

—Has comentado que «el hombre tiene que aprender a cuidar y la mujer a mandar».
—Ellos tienen que implicarse, porque la custodia de la vida frágil y vulnerable no puede ser un tema exclusivo del cuidado de las mujeres. Cuidar comporta tareas que han de ser asumidas con orgullo y corresponsabilidad. La pandemia ha demostrado que en la casa toda la carga ha vuelto a recaer sobre los hombros de la mujer y eso refleja que no estábamos centrándonos en las personas. Los hombres deberían darse cuenta de que la familia es de todos y que existe la corresponsabilidad. Hombres y mujeres están abocados a contribuir juntos al avance del saber y a cuidar y proteger la dignidad de las personas luchando por el respeto del ser humano y de sus derechos. El liderazgo ejercido por mujeres es innovador, integrador e inclusivo. Muy colaborativo diría yo, de intentar señalar dónde está el norte y ayudar al máximo de gente a llegar hasta allí. Por mi experiencia, el de los hombres puede ser muy decisivo, tenaz y concentrado en objetivos. Por otro lado, es feminista decir que hombre y mujer pueden llevar una vida plena realizando un trabajo socialmente no reconocido. Lo que debemos hacer es que se reconozca. Y no solo para la mujer. Cualquiera, incluido un hombre que cuida a su padre o a un enfermo. Esa persona que decide, hombre o mujer, cuidar de los suyos se merece todo el reconocimiento. El cuidado es un trabajo que puede hacer muy feliz a quien decida hacerlo.

—Y por otro lado, ¿qué es aprender a mandar?
—No tenemos que aprender del hombre a mandar, sino mandar de un modo más colaborativo. Nos falta «buena» ambición, no tenemos que tener pudor a tenerla. Los colegas varones no tienen esa falta de autoestima, de seguridad. Tenemos que promulgar un feminismo de unión e igualdad sostenible entre hombre y mujer, con una estructura laboral que permita a hombres y mujeres cuidar y atender a su familia. Eso pasa por una racionalización de horarios; por políticas que favorezcan la paternidad y la maternidad; por la dignificación mejor retribución de los trabajos en el hogar. No se trata de entrar en reivindicaciones mutuas, sino de buscar soluciones juntos. El hombre no es un enemigo, sino un aliado con el y que trabajar en la construcción de un mundo mejor.

—¿También en la Iglesia?
—El papel de la mujer en la Iglesia debe ser de descubrimiento de encargos que se han ido adhiriendo a las competencias de los sacerdotes, como si les pertenecieran en exclusiva por su magisterio, cuando podría no ser así. Por otro lado, el afán de ir sumando encargos y misiones en la Iglesia como meta para las mujeres me resulta pobre y reductiva. Yo creo que la contribución femenina va mucho más allá de la mera funcionalidad en el ámbito eclesiástico. Lo más importante que la mujer, como mujer, puede hacer en la Iglesia, lo hace en el mundo. Tenemos muy cerca «mujeres brújula» que saben muy bien cómo son, saben lo que aman y están cambiando el mundo y la Iglesia. Vale la pena animarlas, porque aquello que parece anónimo tiene un gran valor, porque no lo hacen solo para ellas, sino que lo hacen para servir y son un norte y un legado para todos los demás.



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