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Incorporados a Cristo, por Juan José Omella, arzobispo de Barcelona

Incorporados a Cristo, por Juan José Omella, arzobispo de Barcelona

Carta dominical del arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, correspondiente al próximo domingo, 13 de marzo de 2016:

La segunda morada en la que nos introduce la Eucaristía, cuando comulgamos dignamente, es la de la incorporación: nos coloca en su Cuerpo, nos hace su Cuerpo, miembros suyos.

“Este sacramento –dice san Alberto Magno, en el siglo XII- nos transforma en Cuerpo de Cristo a fin de que seamos hueso de sus huesos, carne de su carne, miembros de sus miembros” (Catequesis Mistagógicas, IV, 3, P.G. 33, 1100). No se trata solamente de abrir la puerta de nuestra casa, de nuestro corazón, a Cristo o de entrar en la morada de Dios, en su intimidad. Se trata de algo más profundo e incomprensible para la inteligencia humana; se trata de formar un solo cuerpo con Cristo por medio de la Comunión Eucarística. Se trata de poseer al Resucitado y de ser poseídos por Él.

Necesitamos pararnos y rumiar en el silencio del corazón esas palabras de san Alberto Magno. Es un misterio que sobrecoge y que lanza hacia caminos insospechados de grandeza y de santidad. San Pablo ha recurrido a expresiones nuevas hasta entonces para expresar ese gran misterio. Lo dirá con palabras como: “consepultados con Cristo” (Rm 6,4), “coherederos de Cristo” (Rm 7,17), “semejantes a Él en su muerte” (Filip 3,10), “muertos en Cristo” (Rm 6,8) y “viviendo en Cristo para siempre” (Rm 8,13). Es decir, que “somos una misma cosa con Él” (Rm 6,5), “edificados y enraizados en Él” (Col 2,6). Completamente incorporados en Él.

San Cirilo de Alejandría, en el siglo V, llega incluso a decir que poseemos la misma corporalidad de Cristo: “Por un solo cuerpo, el suyo, bendice a los que creen en Él gracias a la comunión mística, y les hace ser con-corporales con Él y entre ellos” (In Joannem XI, 11, 998). San Pablo dirá que “somos miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús” (Ef 3,6).

El gran misterio de la Encarnación de Jesucristo nos lleva a descubrir, y a celebrar, que Cristo se ha unido a nuestra naturaleza. En la Eucaristía celebramos que Cristo se adueña de nuestro corazón. Uniéndose a nuestro cuerpo y nuestra alma, reina sobre las almas y sobre los cuerpos. Entonces entendemos lo que dice san Pablo: “El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13). Por medio de la Eucaristía el amor de Cristo nos invade por entero y nosotros lo poseemos por entero. “Nada puede subsistir, nada puede ya entrar en nuestro cuerpo –dice Nicolás Cabasilas- cuando Cristo lo llena con su presencia y nos envuelve completamente”. Entonces somos uno en Cristo. Y podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Necesitamos tiempos de silencio contemplativo para ir gustando y comprendiendo tantas maravillas: lo bueno que es el Señor.

Que Dios os bendiga a todos.

+Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona



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