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Homilías y ángelus para V Domingo de Pascua, A (18-5-2014)

Homilías y ángelus para V Domingo de Pascua, A (18-5-2014)

Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

 

NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

(1/4) Benedicto XVI, Regina caeli 22-5-2011 (de hr es fr en it pt)

(2/4) San Juan Pablo II, Regina caeli 20-5-1984 (es it)

(3/4) San Juan Pablo II, Regina caeli 28-4-2002 (de es fr en it pt)

(4/4) San Juan Pablo II, Homilía en la beatificación de Pío de Pietrelcina 2-5-1999 (de es fr en it pt):

«1. “¡Cantad al Señor un cántico nuevo!”.

La invitación de la antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace tiempo la elevación a la gloria de los altares del padre Pío de Pietrelcina (…).

Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo (…). Cuando yo era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluirlo en el catálogo de los beatos.

Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual, guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el rito de su beatificación.

2. “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios; creed también en mí” (Jn 14, 1). En la página evangélica que acabamos de proclamar hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida les había desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor les consuela con una promesa concreta: “Me voy a prepararos sitio” y después “volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3).

En nombre de los Apóstoles replica a esta afirmación Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” (Jn 14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).

El “sitio” que Jesús va a preparar está en “la casa del Padre”; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino que Cristo mismo vive en él (cf Ga 2, 20). Horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, e incluso mayores; porque yo voy al Padre” (Jn 14, 12).

3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuánta claridad se han cumplido en el beato Pío de Pietrelcina!

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios…”. La vida de este humilde hijo de san Francisco fue un constante ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo.

“Me voy a prepararos sitio (…) para que donde yo estoy estéis también vosotros”. ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el divino Maestro, para estar “donde está él”?

Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en él una imagen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por los “estigmas”, mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual (…). Los dones singulares que le fueron concedidos y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que “el Calvario es el monte de los santos”.

4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para él un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: “Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que a él más le agrada, que para mí es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria” (Epist. I, p. 807).

Cuando sobre él se abatió la “tempestad”, tomó como regla de su existencia la exhortación de la primera carta de san Pedro, que acabamos de escuchar: “Acercaos a Cristo, la piedra viva” (cf 1P 2, 4). De este modo, también él se hizo “piedra viva”, para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor.

5. “También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu” (1P 2, 5).

¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o indirectamente con él, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del mundo los “grupos de oración”. A quienes acudían a él les proponía la santidad, diciéndoles: “Parece que Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma” (Epist. II, p. 155).

Si la Providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de su convento, casi “plantado” al pie de la cruz, esto tiene un significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro divino lo consoló diciéndole que “junto a la cruz se aprende a amar” (Epist. I, p. 339).

Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; más aún, el “manantial” mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación.

6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por las almas, se interesó por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo un hospital, al que llamó: “Casa de alivio del sufrimiento”.

Trató de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupó de que en él se practicara una medicina verdaderamente “humanizada” (…). Sabía bien que quien está enfermo y sufre no solo necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a sí mismo en la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos.

Con la “Casa de alivio del sufrimiento” quiso mostrar que los “milagros ordinarios” de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia médica y de la técnica (…).

8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta Misa: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios”. Esta exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: “Abandonaos plenamente en el Corazón divino de Cristo como un niño en los brazos de su madre”. Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre?

“Santa María de las gracias”, a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del costado abierto del Crucificado.

Y tú, beato padre Pío [canonización: 16-6-2002] (…), ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones. Amén».

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