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Homilías y Angelus de Juan Pablo II y Benedicto XVI para IV Domingo Adviento (22-12-2013)

Homilías y Angelus de Juan Pablo II y Benedicto XVI para IV Domingo Adviento (22-12-2013)

Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa

NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

 (1/4) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Jorge 18-12-1983 (it):

«”¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón” (Sal 24, 3-4).

Queridísimos hermanos y hermanas: La liturgia de este domingo IV y último de Adviento, insiste sobre el tema de la cercanía, recordando la llegada inminente del que debe venir, y trazando al mismo tiempo las características de quien, con motivo de esta venida, se acerca, a su vez, a Dios.

Desde los primeros versículos, el Salmo responsorial nos lleva a lo alto, al que es Señor de la tierra, de cuanto la llena, del universo y de sus habitantes. Dios creó todo para regalárselo al hombre, a fin de que este, por la contemplación de lo creado, pueda reconocerlo y acercarse a él.

Según la expresión del Salmista, Dios, por lo mismo que trasciende todo el universo material, está “por encima” del mundo; y así, el acercamiento a él se presenta como un “subir”. Pero no se trata de un desplazamiento material en el espacio, sino de una apertura, una orientación del espíritu; una actividad “santa”, propia de los buscadores de Dios, “el grupo que busca al Dios de Jacob”.

Hoy la liturgia nos hace ver concretamente las dos figuras a las que les fue dado acercarse más a quien tenía que venir: María y José. Son las dos personas culminantes del tiempo del Adviento, situadas en la etapa de la cercanía más grande de Dios mismo.

La figura de María, en la presente liturgia, queda delineada en dos pasajes de la Escritura: en el Antiguo Testamento, como prefiguración, con el texto de Isaías (Is 7, 10-14); y en el Nuevo, como realización, con el texto de Mateo (Mt 1, 18-24).

Los libros del Antiguo Testamento, al describirnos la historia de la salvación, ponen de relieve, paso a paso –como observa el Concilio (Lumen gentium, 55)–, cada vez con más claridad a la Madre del Redentor. Bajo este haz de luz ella queda proféticamente bosquejada en la imagen de la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel, que quiere decir “Dios con nosotros”.

Es apenas una anticipación, eficaz para prefigurar un ser sin igual predestinado por Dios, el cual, ya con anticipo de bastantes siglos, comienza a proyectar hacia nosotros algunos rasgos de su grandeza.

Este texto de Isaías, durante el curso de los siglos, se lee y entiende en la Iglesia a la luz de la revelación posterior. Lo que en el Antiguo Testamento, con sus aperturas mesiánicas, era un comienzo, se convierte en claridad dentro del Nuevo Testamento. San Mateo reconoce en las palabras de Isaías a la mujer que, por obra del Espíritu Santo, concibió virginalmente, con exclusión de intervención de varón.

Jesús es el que salvará al pueblo de sus pecados. Y ella, María, es la Madre de Jesús. El Hijo de Dios “viene” a su seno para hacerse hombre. Ella lo acoge. Jamás Dios se acercó tanto al ser humano como en este caso de realización de relaciones entre Hijo y Madre.

Al mismo tiempo, Mateo tiene cuidado de poner ante los ojos la acogida consciente y amorosa de parte de José. Él, el esposo, que por sí solo no puede explicarse el acontecimiento nuevo que se realizaba ante sus ojos, es iluminado por la intervención del Ángel del Señor sobre la naturaleza de la maternidad de María. “Lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

De esta manera, José es puesto al corriente de los hechos y es llamado a insertarse en el designio salvífico de Dios. Ahora él sabe quién es el Niño que ha de nacer y quién es la Madre. De acuerdo con la invitación del ángel, llevó consigo a su esposa, no la repudió. “Al acoger” a María, acoge también al que en ella ha sido concebido por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible.

La liturgia, concentrándose en estos dos personajes del Adviento, nos conduce ya al terreno de la Navidad.

Ahora quedamos en escucha de la segunda lectura, tomada de la Carta dirigida por el apóstol Pablo a los Romanos. Ella nos habla a nosotros (…). El apóstol Pablo proclama la venida de Cristo (…): es la venida mediante el Evangelio, “el Evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado” (Rm 1, 1-5) (…).

Estas palabras (…) son siempre actuales (…). No nos queda más que ponernos en actitud de disponibilidad para acoger a Jesucristo por medio del Evangelio que anuncia la Iglesia, del mismo modo que lo acogieron los primeros cristianos (…). Queremos acogerlo, por utilizar la expresión del Apóstol, en toda la verdad de su Divinidad y de su Humanidad.

Recibámoslo la noche de Belén en el conjunto de su misterio pascual. “Por su resurrección de entre los muertos” Cristo ha sido “constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad”. Mediante el misterio pascual se ha revelado plenamente la filiación divina del que nació la noche de Belén.

Acojamos a Cristo Hijo de Dios, el que debe venir; y, al acogerlo, esforcémonos por asemejarnos a María y a José, que fueron los primeros en acogerlo mediante la fe con la fuerza del Espíritu Santo. Efectivamente, en ellos se manifiesta la plena madurez del Adviento.

Esta madurez de vida cristiana y disponibilidad abierta y generosa para acoger en la riqueza de su verdad al Hijo de Dios nacido según la carne, os la quiero desear hoy a todos (…). A cada uno de vosotros mis estímulos para seguir adelante.

Queridísimos hermanos y hermanas: “Por él hemos recibido la gracia y el apostolado” (…). “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Que la Navidad traiga el cumplimiento del Adviento en cada uno de nosotros (…). Que el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, se convierta en la alegría y en la esperanza de todos los corazones humanos».

(2/4) Juan Pablo II, Ángelus 19-12-2004 (ge sp fr en it po): El “belén” y el “árbol de Navidad”.

(3/4) Benedicto XVI, Ángelus 23-12-2007 (ge hr sp fr en it po): Comunicar a todos el Bien recibido.

(4/4) Benedicto XVI, Ángelus 19-12-2010 (ge hr sp fr en it po): La respuesta de José.

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