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Rincón Litúrgico

Homilías papales de Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre Santiago Apóstol

Reproducción de las homilías de Juan Pablo II y Benedicto XVI
sobre Santiago Apóstol. Trabajo recopilado por fray Gregorio

25 DE JULIO

SANTIAGO APÓSTOL, PATRONO DE ESPAÑA

 

Juan Pablo II, Homilía en Santiago de Compostela 9-11-1982

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA. MISA DEL PEREGRINO

Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982

Queridos hermanos en el Episcopado, queridos hermanos y hermanas:

1. Llego hoy a la última etapa de mi viaje por tierras de España, precisamente en el lugar que los antiguos llamaban “Finis terrae” y que ahora es una ventana abierta hacia las nuevas tierras, también cristianas, que están más allá del Atlántico.

He pasado ya por diversas Iglesias locales, diseminadas por la espléndida geografía de este querido país. He visitado también algunos santuarios, y en este momento me encuentro cerca de uno de los lugares sagrados más célebres en la historia, famoso en el mundo entero: la catedral basílica que encierra la tumba de Santiago, el Apóstol que —según la tradición— fue el evangelizador de España.

Esta hermosa ciudad, Compostela, ha sido durante siglos la meta de un camino, trazado sobre la tierra de Europa por las pisadas de los peregrinos que, para no extraviarse, miraban los signos estelares del firmamento. Peregrino soy yo también. Peregrino-mensajero que quiere recorrer el mundo, para cumplir el mandato que Cristo dio a sus Apóstoles, cuando los envió a evangelizar a todos los hombres y a todos los pueblos. Peregrino traído a España por Teresa de Jesús, he admirado los frutos de la tarea evangelizadora que tantos miles de discípulos de Cristo han realizado a lo largo de veinte siglos de historia cristiana. Peregrino que ha recorrido las benditas tierras hispanas, sembrando a manos llenas la palabra del Evangelio, la fe y la esperanza.

Ahora estoy con vosotros, queridos hermanos y hermanas, venidos de todas las diócesis de Galicia y de tantas partes de España. En esta Misa del peregrino, el Obispo de Roma os saluda a todos con afecto eclesial: a vuestros prelados y a todos los participantes. Me alegra veros aquí tan numerosos y saber que durante todo el Año Santo Compostelano, diversos millones de peregrinos —más que en los precedentes Años Santos— han venido a Santiago en busca de perdón y de encuentro con Dios.

Vamos a celebrar la Eucaristía: el culmen y centro de nuestra vida cristiana, la meta a la que nos lleva la ruta de la penitencia, de la conversión, de la búsqueda incesante del Señor, actitud propia del cristiano, que siempre debe estar en camino hacia El.

2. Depositada en el mausoleo de vuestra catedral, guardáis la memoria de un amigo de Jesús, de uno de los discípulos predilectos del Señor, el primero de los Apóstoles que con su sangre dio testimonio del Evangelio: Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo.

Los representantes del Sinedrio pretendieron imponer la ley del silencio a Pedro y a los Apóstoles que “atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús, y gozaban todos ellos de gran favor” (Act. 4,33); “os hemos ordenado— les dijeron— que no enseñéis sobre este nombre, y habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre” (Ibíd.. 5, 28).

Pero Pedro y los Apóstoles respondieron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. Pues a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y la remisión de los pecados. Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo, que Dios otorgó a los que le obedecen”(Ibid. 5, 29-32).

La misión de la Iglesia comenzó a realizarse precisamente gracias al hecho de que los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo recibido en el Cenáculo el día de Pentecostés, obedecieron a Dios antes que a los hombres.

Esta obediencia la pagaron con el sufrimiento, con la sangre, con la muerte. La furia de los jerarcas del Sinedrio de Jerusalén se estrelló con una decisión inquebrantable, la decisión que a Santiago el Mayor le llevó al martirio, cuando Herodes— como nos dicen los Hechos de los Apóstoles— “echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada”.

El fue el primero de los Apóstoles que sufrió el martirio. El Apóstol que desde hace siglos es venerado por toda España, Europa y la Iglesia entera, aquí en Compostela.

3. Santiago era hermano de Juan Evangelista. Y éstos fueron los dos discípulos a quienes— en uno de los diálogos más impresionantes que registra el Evangelio— Jesús hizo aquella famosa pregunta: “¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? Y ellos respondieron: Podemos”.

Era la palabra de la disponibilidad, de la valentía; una actitud muy propia de los jóvenes, pero no sólo de ellos, sino de todos los cristianos, y en particular de quienes aceptan ser apóstoles del Evangelio. La generosa respuesta de los dos discípulos fue aceptada por Jesús. El les dijo: “Mi cáliz lo beberéis”.

Estas palabras se cumplieron en Santiago, hijo de Zebedeo, que con su sangre dio testimonio de la resurrección de Cristo en Jerusalén. Jesús había hecho la pregunta sobre el cáliz que habían de beber los dos hermanos, cuando la madre de ellos, según hemos leído en el Evangelio, se acercó al Maestro, para pedirle un puesto de especial categoría para ambos en el Reino. Pero Cristo, tras constatar su disponibilidad a beber el cáliz, les dijo: “Beberéis mi cáliz; pero el sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre”.

La disputa para conseguir el primer puesto en el futuro reino de Cristo, que su comitiva se imaginaba de un modo demasiado humano, suscitó la indignación de los demás Apóstoles. Fue entonces cuando Jesús aprovechó la ocasión para explicar a todos que la vocación a su reino no es una vocación al poder sino al servicio, “así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

En la Iglesia, la evangelización, el apostolado, el ministerio, el sacerdocio, el episcopado, el papado, son servicio. El Concilio Vaticano II, bajo cuya luz camina el Pueblo de Dios en esta recta final del siglo XX, nos ha explicado magníficamente, en varios de sus documentos, cómo se sirve, cómo se trabaja y cómo se sufre por la causa del Evangelio. Se trata de servir al hombre de nuestro tiempo como le sirvió Cristo, como le sirvieron los Apóstoles. Santiago el Mayor cumplió su vocación de servicio en el reino instaurado por el Señor, dando, como el Divino Maestro, “la vida en rescate por muchos”.

4. Aquí, en Compostela, tenemos el testimonio de ello. Un testimonio de fe que, a lo largo de los siglos, enteras generaciones de peregrinos han querido como “tocar” con sus propias manos o “besar” con sus labios, viniendo para ello hasta la catedral de Santiago desde los países europeos y desde Oriente. Los Papas impulsaron por su parte este peregrinaje, que también tenía como metas Roma y Jerusalén.

El sentido, el estilo peregrinante es algo profundamente enraizado en la visión cristiana de la vida y de la Iglesia. El camino de Santiago creó una vigorosa corriente espiritual y cultural de fecundo intercambio entre los pueblos de Europa. Pero lo que realmente buscaban los peregrinos con su actitud humilde y penitente era ese testimonio de fe al que me he referido antes: la fe cristiana que parecen rezumar las piedras compostelanas con que está construida la basílica del Santo. Esa fe cristiana y católica que constituye la identidad del pueblo español.

Al final de mi visita pastoral a España, aquí, cerca del santuario del Apóstol Santiago, os invito a reflexionar sobre nuestra fe, en un esfuerzo para conectar de nuevo con los orígenes apostólicos de vuestra tradición cristiana. En efecto, la Iglesia de Cristo, nacida en El, crece y madura hacia Cristo a través de la fe transmitida por los Apóstoles y sus sucesores. Y desde esa fe ha de afrontar las nuevas situaciones, problemas y objetivos de hoy. Viviendo la contemporaneidad eclesial en actitud de conversión, en servicio a la evangelización, ofreciendo a todos el diálogo de la salvación, para consolidarse cada vez más en la verdad y en el amor.

5. La fe es un tesoro que “llevamos en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra”.

La fe de la Iglesia tiene su origen y fundamento en el mensaje de Jesús que los Apóstoles extendieron por todo el mundo. Por la fe, que se manifiesta como anuncio, testimonio y doctrina, se transmite sin interrupción histórica la revelación de Dios en Jesucristo a los hombres.

Los Apóstoles, predicando el Evangelio, entablaron con los hombres de todos los pueblos un diálogo incesante que parece resonar con especiales acentos aquí, junto al a testimonio” del Apóstol Santiago y de su martirio. De este incesante diálogo nos habla la Carta a los Corintios en el pasaje que hemos leído hoy durante la proclamación de la Palabra.

Dice San Pablo y parece decirlo aquí Santiago: “Llevamos siempre en el cuerpo el suplicio mortal de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo. Mientras vivimos, estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal”.

Los peregrinos parecen responder: “Creí, por eso hablé… sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros . . . para que la gracia difundida en muchos, acreciente la acción de gracias para gloria de Dios”.

Así perdura en Compostela el testimonio apostólico y se realiza el diálogo de las generaciones a través del cual crece la fe, la fe auténtica de la Iglesia, la fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para ofrecernos la salvación. El, rico en misericordia, es el Redentor del hombre.

Una fe que se traduce en un estilo de vida según el Evangelio, es decir, un estilo de vida que refleje las bienaventuranzas, que se manifieste en el amor como clave de la existencia humana y que potencie los valores de la persona, para comprometerla en la solución de los problemas humanos de nuestro tiempo.

6. Es la fe de los peregrinos que venían y siguen viniendo aquí de toda España y desde más allá de sus fronteras. La fe de las generaciones pasadas que “ayer” vinieron a Compostela, y de la generación actual que continúa viniendo también “hoy”. Con esta fe se construye la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.

Así, pues, junto al Apóstol Santiago se construye en nosotros la Iglesia del Dios viviente. Esta Iglesia profesa su fe en Dios, anuncia a Dios, adora a Dios. Así lo proclamamos en el Santo responsorial de la liturgia que estamos celebrando:

“El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros; / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. / ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben”.

Mi peregrinación por tierras de España acaba aquí, en Santiago de Compostela. He pasado por vuestra patria predicando a Cristo Crucificado y Resucitado, difundiendo su Evangelio, actuando como “testigo de esperanza”, y he encontrado por todas partes apertura generosa, correspondencia entusiasta, afecto sincero, hospitalidad afable, capacidad creadora y afanes de renovación cristiana.

Por eso, en este momento deseo proclamar y celebrar con las palabras del Salmista la gloria y alabanza del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Sea para la “mayor gloria de Dios”—ad maiorem Dei gloriam— todo este servicio del Obispo de Roma peregrino. Con tal espíritu lo comencé y os ruego que así lo recibáis.

En este lugar de Compostela, meta a la que han peregrinado durante siglos tantos hombres y pueblos, deseo, junto con vosotros, hijos e hijas de la España católica, invitar a todas las naciones de Europa y del mundo— a los pueblos y hombres de toda la tierra— a la adoración y alabanza del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

“¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben”. Amén.

 

Benedicto XVI, Audiencia general 21-6-2006

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 21 de junio de 2006

 

Santiago el Mayor

Queridos hermanos y hermanas:

Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano Andrés. Hoy hablamos del apóstol Santiago.

Las listas  bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre:  Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.

El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.

Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas ocasiones. Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí:  en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.

Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera:  tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, “por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la “buena nueva”, y características de la peregrinación de la vida cristiana.

Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas:  la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.

Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.

 


Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a la Federación española de belenistas, a las asociaciones y grupos escolares españoles, a los peregrinos de México, de Argentina y de otros países latinoamericanos. Os animo a responder siempre con prontitud a la llamada de Cristo, como el apóstol Santiago, dando un testimonio coherente de fe y de amor en la familia y en la sociedad. ¡Gracias por vuestra atención!

(A los sacerdotes y a los diáconos de las diócesis de Siauliai y Telsiai, en Lituania)
Ojalá que la Eucaristía sea la fuente y el centro de vuestra vida cotidiana. Os ruego que transmitáis mi afectuoso saludo a vuestras familias y a los fieles de vuestras parroquias. Os acompaño con la oración y os imparto gustoso la bendición apostólica.

(A los fieles eslovenos)
Que Jesús Eucaristía os sirva de apoyo y fuerza para una vida cristiana ejemplar.

 

(En italiano)
Saludo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el ejemplo y la intercesión de san Luis Gonzaga, del que hoy hacemos memoria, os impulse a vosotros, queridos jóvenes, a valorar la virtud de la pureza evangélica; os ayude a vosotros, queridos enfermos, a afrontar el sufrimiento hallando consuelo en Cristo crucificado; y os lleve a vosotros, queridos recién casados, a un amor cada vez más profundo hacia Dios y entre vosotros.

 

 

 

 



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