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Homilías de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI para el domingo 28 TO, A (12-10-2014)

Homilías de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI para el domingo 28 TO, A (12-10-2014)

Textos recopilado por Gregorio Cortázar Vinuesa, OSD

NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/4) Benedicto XVI, Homilía de canonización en San Pedro 12-10-2008 (de es fr en it pt).

(2/4) San Juan Pablo II, Homilía en Caltelgandolfo 11-10-1981 (es it pt):

«2. La liturgia de hoy, con las palabras del Salmo 23, habla del Señor que es el Pastor de su pueblo, Pastor de cada una de las almas: realmente el Buen Pastor. Él es quien garantiza a su grey, que somos nosotros, la abundancia y la seguridad de los pastos de su gracia. Por esto, el Señor es la fuente de nuestra alegría: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23, 4). Bajo su guía estamos tranquilos y avanzamos decididamente por el camino de nuestra vida y de nuestras responsabilidades.

  1. San Pablo en la Carta a los Filipenses traduce, en cierto sentido, el texto del antiguo Salmo a la lengua del Nuevo Testamento, cuando escribe: “En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús” (Flp 4, 19).

Os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a vivir la misma fe del Apóstol. ¡Busquemos esta riqueza que Dios ofrece a los hombres en Jesucristo! Sepamos repetir con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13). Por desgracia, hoy, muchos hombres no parecen tener el sentido de las riquezas espirituales que se derivan de la comunión con el Señor. Muchos son seducidos por una actitud materialista y laicista, que no quiere darse cuenta de esta dimensión superior del hombre.

Es necesario estar en guardia ante estas perspectivas secularizantes. Por eso es necesaria una conversión continua de la mente y del corazón. Solo así las riquezas de Dios, ofrecidas a los hombres en Cristo, se revelarán cada vez más plenamente a la mirada de nuestras almas.

  1. Y por esto también (…) deseo a cada uno y a todos que ante la invitación al “banquete de la boda de su Hijo”, no os comportéis como hemos escuchado en el Evangelio. Efectivamente, los primeros invitados “no quisieron ir” (Mt 22, 3); después, otros “no hicieron caso” (v. 5); otros hasta insultaron o mataron a los criados que llevaban la invitación (cf v. 6). Todos ellos, en realidad “no se lo merecían” (v. 8), probablemente porque con inaudita presunción y autosuficiencia juzgaron el banquete como inútil o, al menos, inferior a las propias exigencias y pretensiones.

En efecto, fueron los pobres quienes aceptaron la invitación, aquellos que estaban parados “en los cruces de los caminos…” (Mt 22, 9-10), esto es, aquellos que en su humildad reconocieron la riqueza inmerecida del don de Dios y lo aceptaron con sencillez.

Es preciso que también nosotros seamos ante todo conscientes de la invitación a una comunión transformante con el Señor, invitación que se nos hace por la Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia; y, además, que sepamos acogerla con todo el corazón, con plena disponibilidad, en la certeza de que el Señor solo quiere nuestra promoción, nuestra salvación.

Finalmente, como sugiere la alegoría del traje nupcial con la que se concluye la parábola, también estamos llamados a presentarnos al Señor llevando un traje adecuado; consiste en las buenas obras que deben acompañar nuestra fe, como nos advierte el mismo Jesús: “Si vuestra justicia (esto es, vuestra vida real) no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5, 20). Pero si esto se realiza, entonces la fiesta es plena e intensa».

(3/4) San Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de Santa Catalina de Siena 10-10-1999 (es fr en it pt):

«1. “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo” (Mt 22, 2). En el evangelio que acabamos de proclamar, Jesús describe el reino de Dios como un gran banquete de boda, con abundancia de alimentos y bebidas, en un clima de alegría y fiesta que embarga a todos los convidados. Al mismo tiempo, Jesús subraya la necesidad del “traje nupcial” (Mt 22, 11), es decir, la necesidad de respetar las condiciones requeridas para la participación en esa fiesta solemne.

La imagen del banquete está presente también en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, donde se subrayan la universalidad de la invitación “para todos los pueblos” (Is 25, 6) y la desaparición de todos los sufrimientos y dolores: “Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25, 8). Son las grandes promesas de Dios, que se cumplieron en la redención realizada por Cristo, y que la Iglesia, en su misión evangelizadora, anuncia y ofrece a todos los hombres.

La comunión de vida con Dios y con los hermanos, que por obra del Espíritu Santo se actúa en la existencia de los creyentes, tiene su centro en el banquete eucarístico, fuente y cumbre de toda la experiencia cristiana. Nos lo recuerda la liturgia cada vez que nos disponemos a recibir el cuerpo de Cristo. Antes de la comunión, el sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras: “Dichosos los llamados a la cena del Señor”. Sí, somos verdaderamente dichosos, porque hemos sido invitados al banquete eterno de la salvación, preparado por Dios para todo el mundo (…).

  1. “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13). Con estas palabras, san Pablo expresa el sentido profundo de su vida misionera. Esta es también la síntesis de la experiencia espiritual (…) de todos los fieles servidores del Evangelio. Deseo que también vuestra comunidad repita con el apóstol san Pablo y con los verdaderos discípulos de Cristo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Pidamos al Señor, con las palabras de la oración Colecta de la liturgia de hoy que su gracia continuamente nos preceda y acompañe en nuestro camino personal y comunitario, de manera que, sostenidos por su ayuda paterna y por la intercesión materna de María, Madre de la Iglesia, no nos cansemos jamás de hacer el bien. Amén».

(4/4) San Juan Pablo II, Homilía en San Pedro 13-10-2002 (de es fr en it pt):

«1. “A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos” (Flp 4, 20). Así se concluye el pasaje de la carta a los Filipenses que acabamos de proclamar. Este texto del apóstol san Pablo está impregnado de intensa alegría (…).

  1. “He aquí que todo está preparado, todo está dispuesto, venid” (cf. Mt 22, 4). En la página evangélica que acaba de proclamarse (…) ha resonado la invitación a la boda real. Todos somos invitados. La llamada del Padre misericordioso y fiel constituye el núcleo mismo de la revelación divina y, en particular, del Evangelio. Todos somos llamados, llamados por nuestro nombre.

“¡Venid!”. El Señor nos ha llamado a formar parte de su Iglesia una, santa, católica y apostólica. Por medio del único bautismo somos injertados en el único Cuerpo de Cristo. Pero nuestra respuesta, ¿ha sido siempre un sí incondicional? (…).

  1. Hoy la invitación del evangelio se dirige particularmente a nosotros. Dios nos guarde de actuar como los que “se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio” (Mt 22, 5).
  2. El rey, en la parábola evangélica, preguntó a uno de los comensales: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” (Mt 22, 12). Estas palabras nos interpelan. Nos recuerdan que debemos prepararnos para la boda real, revistiéndonos del Señor Jesucristo (cf Rm 13, 14; Ga 3, 27)».
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