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Homilías, Ángelus y discursos papales para el Domingo I de Adviento (2-12-2012)

 Textos recopilados por Fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

          (1/4) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Clemente 2-12-1979 (sp fr it po): «1. Deseo saludar a toda vuestra parroquia en el nombre de su patrono: San Clemente, uno de los primeros sucesores de San Pedro, Obispo de Roma, que vivió a finales del siglo I después de Cristo, testigo de la fe apostólica, exiliado y mártir. Dirija él nuestros pasos (…), interceda por nosotros y nos hable con la elocuencia de ese testimonio apostólico en el que vivió esta ciudad en sus tiempos (…), la ciudad de una elección particular por parte de Dios: que podamos merecer siempre, con nuestra vida y nuestra conducta, esta elección única. Que pueda servir a esta finalidad también la visita de hoy a vuestra parroquia.

En conformidad con la tradición apostólica, comienzo esta visita con un saludo dirigido a Dios y a nuestro Señor Jesucristo, “que es, que era y que viene” (Ap 1, 8). Y al mismo tiempo con un saludo dirigido a toda vuestra comunidad en Cristo (…).

2. Adviento: primer domingo de Adviento.

“He aquí que vienen días –oráculo del Señor– en que yo cumpliré las promesas…” (Jr 33, 14): leemos hoy estas palabras del libro del profeta Jeremías y sabemos que anuncian el comienzo del nuevo año litúrgico y, al mismo tiempo, anuncian ya en esta liturgia el momento inminente de la venida del Hijo de Dios que nace de la Virgen. Cada año nos preparamos para este momento en el ciclo litúrgico de la Iglesia, para esta solemnidad grande y gozosa. Deseo que también mi visita de hoy a la parroquia de San Clemente sirva para esta preparación. Efectivamente, el día en que nace Cristo debe traernos, como anuncia el mismo profeta Jeremías, esta alegre certeza: que “el Señor es nuestra justicia” (cf Jr 33, 16).

3. La Iglesia se prepara para la Navidad de un modo totalmente particular. Nos recuerda el mismo acontecimiento que ha presentado recientemente al final del año litúrgico. Esto es, nos recuerda el día de la venida última de Cristo. Viviremos de manera justa la Navidad, es decir, la primera venida del Salvador, cuando seamos conscientes de su última venida “con poder y majestad grandes” (Lc 21, 27), como declara el Evangelio de hoy. En este pasaje hay una frase sobre la que quiero llamar vuestra atención: “Los hombres exhalarán sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra” (Lc 21, 26). Llamo la atención porque también en nuestra época el miedo “de lo que deberá suceder sobre la tierra” se comunica a los hombres.

El tiempo del fin del mundo nadie lo conoce, “sino solo el Padre” (Mc 13, 32); y por esto, de ese miedo que se transmite a los hombres de nuestro tiempo, no deduzcamos consecuencia alguna por cuanto se refiere al futuro del mundo. En cambio, está bien detenerse en esta frase del Evangelio de hoy. Para vivir bien el recuerdo del nacimiento de Cristo, es necesario tener muy clara en la mente la verdad sobre la venida última de Cristo; sobre ese adviento último. Y cuando el Señor Jesús dice: “Estad atentos… De repente vendrá aquel día sobre vosotros como un lazo” (Lc 21, 34), entonces justamente nos damos cuenta de que él habla aquí no solo del último día de todo el mundo humano, sino también del último día de cada hombre. Ese día que cierra el tiempo de nuestra vida sobre la tierra y abre ante nosotros la dimensión de la eternidad es también el Adviento. En ese día vendrá el Señor a nosotros como Redentor y Juez.

4. Así, pues, como vemos, es múltiple el significado del Adviento, que, como tiempo litúrgico, comienza con este domingo. Pero parece que sobre todo el primero de los cuatro domingos de este período quiere hablarnos con la verdad del “pasar” a que están sometidos el mundo y el hombre en el mundo. Nuestra vida en el mundo es un pasar, que inevitablemente conduce al término. Sin embargo, la Iglesia quiere decirnos –y lo hace con toda perseverancia– que este pasar y ese término son al mismo tiempo adviento: no solo pasamos, sino que al mismo tiempo nos preparamos, nos preparamos al encuentro con él.

La verdad fundamental sobre el Adviento es al mismo tiempo seria y gozosa. Es seria: vuelve a sonar en ella el mismo “velad” que hemos escuchado en la liturgia de los últimos domingos del año litúrgico. Y es al mismo tiempo gozosa: efectivamente, el hombre no vive “en el vacío” (la finalidad de la vida del hombre no es “el vacío”). La vida del hombre no es solo un acercarse al término, que junto con la muerte del cuerpo significaría el aniquilamiento de todo el ser humano. El Adviento lleva en sí la certeza de la indestructibilidad de este ser. Si repite: “Velad y orad…” (Lc 21, 36), lo hace para que podamos estar preparados a “comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36).

5. De este modo el Adviento es también el primero y fundamental tiempo de elección. Aceptándolo, participando en él, elegimos el sentido principal de toda la vida. Todo lo que sucede entre el día del nacimiento y el de la muerte de cada uno de nosotros constituye, por así decir, una gran prueba: el examen de nuestra humanidad.

Y por eso la ardiente llamada de San Pablo en la segunda lectura de hoy: la llamada a potenciar el amor, a hacer firmes e irreprensibles nuestros corazones en la santidad; la invitación a toda nuestra manera de comportarnos (en lenguaje de hoy se podría decir “a todo el estilo de vida”), a la observancia de los mandamientos de Cristo. El Apóstol enseña: si debemos agradar a Dios, no podemos permanecer en el estancamiento, debemos ir adelante, esto es, “para adelantar cada vez más” (1Ts 4, 1). Y efectivamente es así.

En el Evangelio hay una invitación al progreso. Hoy todo el mundo está lleno de invitaciones al progreso. Nadie quiere ser un “no-progresista”. Sin embargo, se trata de saber de qué modo se debe y se puede “ser progresista”, y en qué consiste el verdadero progreso. No podemos pasar tranquilamente por alto estas preguntas. El Adviento comporta el significado más profundo del progreso. El Adviento nos recuerda cada año que la vida humana no puede ser un estancamiento. Debe ser un progreso. El Adviento nos indica en qué consiste este progreso.

6. Y por esto esperamos el momento del nuevo nacimiento de Cristo en la liturgia. Porque él es quien (como dice el Salmo de hoy) “enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes” (Sal 25, 8-9).

Y por tanto, hacia aquel que vendrá, hacia Cristo, nos dirigimos con plena confianza y convicción. Y le decimos: ¡Guía! ¡Guíame en la verdad! ¡Guíanos en la verdad!

Guía, oh Cristo, en la verdad a los padres y a las madres de familia (…): estimulados y fortificados por la gracia sacramental del matrimonio y conscientes de ser en la tierra el signo visible de tu indefectible amor a la Iglesia, sepan ser serenos y decididos para afrontar con coherencia evangélica las responsabilidades de la vida conyugal y de la educación cristiana de los hijos.

Guía, oh Cristo, en la verdad a los jóvenes (…): que no se dejen atraer por nuevos ídolos, como el consumismo a ultranza, el bienestar a cualquier coste, el permisivismo moral, la violencia contestataria, sino que vivan con alegría tu mensaje, que es el mensaje de las bienaventuranzas, el mensaje del amor a Dios y al prójimo, el mensaje del compromiso moral para la transformación auténtica de la sociedad.

Guía, oh Cristo, en la verdad a todos los fieles (…): que la fe cristiana anime toda su vida y los haga convertirse, frente al mundo, en valientes testigos de tu misión de salvación, en miembros conscientes y dinámicos de la Iglesia, contentos de ser hijos de Dios y hermanos contigo de todos los hombres.

¡Guíanos, oh Cristo, en la verdad! ¡Siempre!».

 

(2/4) Juan Pablo II, Discurso a los enfermos y personal sanitario del hospital Regina Margherita 20-12-1981 (it po): «La vida es el tiempo de gracia, el “kairós” (2Co 6, 2), en el que Dios pone a prueba al ser humano, a su corazón y su mente, mediante el compromiso cotidiano de creer, de esperar y de amar; tiempo de gracia en el que cada uno está llamado a enriquecerse –dándose– de valores duraderos para la eternidad, que estará marcada para siempre por la medida del amor que hayamos logrado expresar aquí abajo».

(3/4) Juan Pablo II, Homilía 29-10-1994 (it): «Ver el rostro de Dios “cara a cara” (1Co 13, 12) es la vocación definitiva de todo hombre. La fe nos prepara para esa bienaventurada visión, en la que Dios se da al hombre en la medida del amor con que el mismo hombre ha respondido al Amor eterno, revelado en la Encarnación y en la Cruz de Cristo».

(4/4) Benedicto XVI, Ángelus 3-12-2006 (ge hr sp fr en it po) y 29-11-2009 (ge hr sp fr en it po)

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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