Monseñor Lemos Montanet: homilía en la apertura de la Asamblea Sinodal de la diócesis Ourense
Ourense, 21 de septiembre de 2019
Obispado de Ourense
Con las palabras del Evangelio que ha sido proclamado en esta solemne liturgia, quisiera comenzar esta reflexión. Fijaos que Jesús se las dirige a aquellos que habían sido enviado a la misión: Venid vosotros…a descansar un poco.Después de estos primeros tres años del camino sinodal recorrido, con luces y sombras, pero con mucha ilusión y esperanza, la Iglesia nos invita a unirnos en oración en este lugar tan representativo para los hijos de esta Diócesis. Este es el sentido fundamental de lo que queremos realizar hoy: encontrarnos,dar gracias a Diosy pedirle ayudapara proseguir en las tareas sinodales, si cabe, esforzándonos un poco más para que la dinámica sinodal penetre en el corazón de aquellos que no han querido caminar con nosotros, porque no han entendido el sentido ni la necesidad del Sínodo Diocesano.
Hermanas y hermanos míos en el Señor:
En primer lugar quisiera saludar con cordial afecto a los miembros del clero catedralicio y a todos los sacerdotes concelebrantes.
Al Secretario del Sínodo, a los que estáis trabajando en las distintas actividades sinodales, a los que estáis participando en los grupos sinodales de reflexión y a todos los que habéis sido elegidos como miembros del Sínodo Diocesano.
Saludo al Sr. Alcalde y Concejales del Ayuntamiento de Ourense, al Sr. Vicepresidente de la Diputación Provincial, a todas las Ilustrísimas autoridades aquí presente, a las que agradecemos su compañía y apoyo en este acontecimiento de singular trascendencia para esta Iglesia.
En estos momentos, también quisiera volver la mirada agradecida a los hombres y mujeres que forman parte de la vida consagrada. Recuerdo a las monjas y monjes de los monasterios e institutos contemplativos de nuestra Diócesis, por su misteriosa pero fecunda presencia entre nosotros. A los ancianos y enfermos que, tanto desde sus domicilios como desde las muchas residencias que hay en nuestra Diócesis están rezando por el Sínodo y por nuestra santidad personal y comunitaria.
A los Seminaristas del Divino Maestro, del Redemptoris Mater y del Seminario Menor, que están prestando una labor cayada pero imprescindible en la marcha de los eventos sinodales.
Y a todos vosotros, hermanas y hermanos míos que, desde los diferentes lugares de nuestra Diócesis, os habéis acercado hasta aquí en este día. Mil gracias a todos y ¡qué Dios os bendiga!
Los días 14, 15 y 16 del pasado mes de junio, se cumplieron 111 años de un evento similar al que hoy tienen lugar: El Sínodo Diocesano de Ourense de 1908. En este largo siglo de nuestra historia han sido muchos los acontecimientos que afectaron a la vida de la Iglesia y de nuestra Diócesis. Haciendo mías las necesidades del pueblo santo de Dios extendido por la geografía diocesana y por el reto pastoral lanzado por el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, con el auxilio del Señor y de sus Santa Madre, hemos iniciado este Sínodo Diocesano el 23 de marzo de 2016, Miércoles Santo, día de la Misa Crismal.
Han pasado más de tres años en los que el estudio acerca de la realidad de nuestra Iglesia, la constitución de los grupos sinodales, la reflexión enriquecedora y contrastada que se ha vivido, el descubrimiento para muchos de que también ellos son el rostro de la Iglesia, la elaboración de numerosas proposiciones para buscar una mayor eficacia evangelizadora y, como no decirlo, la riqueza que ha supuesto encontrarse hombres y mujeres de diferentes comunidades parroquiales, descubriendo así que la Iglesia, y de manera especial su parroquia, o comunidad cristiana no tienen fronteras, ha sido ocasión propicia para dar infinitas gracias a Dios.
Como ya se os ha explicado en los grupos sinodales: “sínodo” es un término antiguo muy venerado por la tradición, que proviene del griego, lengua hablada por la primitiva comunidad cristiana, y que se ha conservado porque encierra en sí un rico contenido. “Sínodo” significa caminar unidos, caminar juntos. Esta definición ha quedado reflejada por el gesto, hecho realidad antes del comienzo de esta Eucaristía. Cuando nos pusimos en camino desde la parroquia de Santa Eufemia hasta este hermoso y antiguo templo en donde se encuentra la cátedra del Obispo de la Iglesia en Ourense; caminamos juntos tras la cruz, acompañados por la las imágenes de nuestros patronos: Santa María Nai y san Martín. Caminamos formando un solo pueblo, los sinodales laicos, los sacerdotes y el Obispo; caminamos bajo la guía del Espíritu Santo y con toda la Iglesia, tras la cruz del Señor, que es tanto como decir: caminamos juntos tras el Crucificado Resucitado. Somos conscientes, una vez más, de que la Iglesia es y será siempre peregrina a lo largo de su historia, portadora de un tesoro que lleva en vasijas de barro(cf. 2 Cor 4,7). Es el tesoro del Evangelio que siempre llena de alegría y esperanza a todos aquellos que abren su corazón y su vida entera para encontrarse con Jesucristo.
Esta dinámica eclesial que llamamos sinodalidad no es una moda que se pretende imponer desde arriba. ¡Todo lo contrario! La sinodalidad es el camino de la Iglesia tal como lo he subrayado en mi carta pastoralIglesia en camino a “lo esencial”, con motivo de la apertura del Sínodo Diocesano de esta Iglesia particular, que os invito a releer, porque la dinámica de la sinodalidad es algo esencial a la vida de la Iglesia.
Esta experiencia sinodal en la que nos encontramos y que a partir de ahora inicia un nuevo recorrido, reclama de nosotros una actitud de conversión del corazón, un cultivo más profundo de la oración personal y comunitaria sin la cual es imposible toda conversión pastoral (Tal como nos lo ha enseñado el papa Francisco en el último Sínodo de los Obispos sobre la Juventud, la fe y discernimiento; y tal como se lo ha recordado a la Iglesia en Alemania que se prepara para vivir, también ellos, un Sínodo. Por otra parte, esta llamada sinodal que nos hace la Iglesia, nos pide un cambio de actitud que nos lleve a buscar con autenticidad el Evangelio de Jesucristo y la fidelidad a la Iglesia para poder romper así con ese gris pragmatismo– del que nos habla el Santo Padre – y que consiste en mantenernos en esa inercia pastoral que tantas veces nos desgasta y debilita espiritual y eclesialmente.
Nuestro Sínodo Diocesano es necesario si queremos lograr esa conversión pastoral que nos recuerda que la nueva tarea evangelizadora debe ser el criterio que nos guíe para convertirnos en testigos misioneros; o bien, como reza el lema para el Mes Misionero Extraordinario: en bautizados y enviadosque queremos, ayudados por el don del Espíritu Santo, constituir comunidades eclesiales vivas, abiertas, esperanzadas y solidarias. Sólo así descubriremos que la evangelización, y no el ritualismo fácil y vacío, es el camino que posibilitará una fe vivida, experimentada, celebrada y testimoniada con alegría.
Eso pedimos y suplicamos a Santa María Madre y a san Martín nuestro patrono. Y en este día nos encomendamos, también, a san Mateo apóstol y evangelista, cuya fiesta hoy celebramos para que todos los que somos y nos sentimos hijos de Dios dentro de esta Iglesia, que quiere caminar sinodalmente, luchemos sin perder la esperanza, y ayudados por la gracia de Dios, por ser apóstoles de apóstoles y evangelizadores que quieren dejarse evangelizar.
Qué así sea.
