San Juan, 19 de noviembre de 2012
Para esto llegue a estas tierras y en ello pienso dar mi vida: anunciar a todos el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Y ser un hermano que acompaña el camino de todos aquellos que buscan sinceramente la voluntad de Dios. Sostener, animar y fortalecer la fe y servir en la caridad a los más débiles y menesterosos. Y hacerlo todo según convenga a la justicia, a la fe que hemos recibido de nuestro Señor Jesucristo y al amor que Dios Padre misericordioso ha puesto en nuestro corazón.
Estas palabras son las que sentiría, en lo más profundo de su corazón episcopal, el obispo Alonso Manso, que venía a estas tierras borinqueñas hace 500 años para comenzar la misión de pastor que se le había confiado.
1. Llegaba el primer obispo al Nuevo Mundo, pero sin olvidar que el obispo no venía sino para anunciar aquello que había encontrado en la Iglesia. Lo que había aprendido, lo enseñaba. Lo que recibiera, eso mismo había de dejar a los demás como la mejor herencia.
Lllegó Monseñor Alonso Manso con la misión propia del obispo, que no es otra que la de evangelizar. Es su vocación, su tarea, su fatiga, su gozo (Cf. Evangelii Nuntiandi 15). El Obispo está llamado a realizar la “profecía de la Evangelización”, que Jesús pronunció en el monte de los olivos el día de la Ascensión: Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19?20).
Pero el obispo Alonso Manso no había venido para estar solo, sino para formar una Iglesia, un nuevo pueblo de Dios. En este caso, la Iglesia de Puerto Rico que hoy, después de 500 años florece con insignes pastores, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos en las diócesis de San Juan, Ponce, Arecibo, Caguas, Mayagüez y Fajardo-Humacao.
Ese nuevo pueblo de Dios que naciera en Puerto Rico, tenía que peregrinar a lo largo del tiempo, entre los consuelos de Dios y los tropiezos que ponemos los hombres. La Iglesia de Puerto Rico tendría que asumir, junto a sus pastores, compromisos y responsabilidades de autenticidad en la fe, perseverancia en la caridad y limpio testimonio en el seguimiento a Jesucristo. Así lo prometieron y así, con ejemplar fidelidad, lo continúan haciendo.
Junto a esas cargas y riegos, acompañan al pueblo de Dios unos gozos inconmensurables, pues lo son de caridad. Gozo de la Iglesia de Dios que peregrina en Puerto Rico es el de poder llevar a los demás el alimento de la palabra. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero (Salmo 118). Con la lámpara encendida para alumbrar el camino de cuantos han de caminar en este país. Pero siempre se ha de recordar que la Iglesia lleva la lámpara, pero que solamente Cristo es la luz. Que la Iglesia es la voz, pero únicamente Cristo es el dueño de la Palabra.
Gozo es el de poder servir a los pobres. Si ellos, los pobres, revestidos de las más dolorosas indigencias, llegan a tu lado, piensa, Iglesia de Puerto Rico, que Cristo es quien te los manda y recomienda para que los recibas y socorras como lo harías con Él mismo. Lo más querido de Dios, para los elegidos de Dios.
La caridad no se contenta con hablar de necesidad y tiempos de crisis, sino que pone en marcha los más adecuados y eficaces proyectos para conseguir que las personas, en mayor indigencia y exclusión, puedan vivir con dignidad. Esta caridad, sólida e incuestionablemente basada en la justicia y el derecho, proviene de “un corazón limpio, una conciencia recta y una fe sincera” (Tim 1, 5). Una caridad que procede de la más recta de todas las intenciones: el amor a Jesucristo presente en nuestros hermanos más necesitados. Cristo es siempre nuestro ejemplo y camino. Sus heridas curan las nuestras. Él es el médico y la medicina. Nuestra caridad misericordiosa proviene del mismo amor de Cristo. No podemos tener una motivación más digna y de mayor responsabilidad. Pues en nuestros hermanos necesitados vemos el mismo rostro de Cristo sufriente. Ayudar al necesitado es servir al mismo Cristo.
Gozo de la Iglesia de Dios que peregrina en Puerto Rico es el de llevar la cruz de Cristo y asumir con alegría las cargas de tus hermanos. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. (Gál. 6, 2). Que si un hermano sufre, todos los demás sufren con él. Si un hermano es honrado, todos los demás toman parte en su gozo (1Cor 12, 26).
Y gozo de la Iglesia de Dios que peregrina en Puerto Rico es la confianza en el Santo Espíritu. Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El Espíritu Santo, que el Padre envíe, te recordará permanentemente lo que Cristo te ha dicho (Cf. Jn 14, 23-26).
3. El primer obispo llegado a América, monseñor Alonso Manso, había nacido en Becerril de Campos (Palencia, España) en el año del Señor de 1460. Era de noble estirpe y familia. Ejerció aquí, en Puerto Rico, como obispo y gobernador. Y aquí murió santamente el 27 septiembre de 1539. De noble cuna, había estudiado en la Universidad de Salamanca y de la catedral de esa diócesis fue canónigo magistral. Alonso Manso no solamente fue el primer obispo de Puerto Rico sino el primero que llegó a las Indias, y también el que realizara la primera ordenación episcopal en el continente americano. El ordenando sería monseñor Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo de Santo Domingo.
Un día de Navidad de 1512 llega el obispo Manso a Puerto Rico. Poco tiempo después, y en un sencillo templo, construido de paja y madera, el primer obispo que venía a América celebraba la eucaristía. Este hecho hace recordar un antiguo relato, el de aquel obispo que llegó a un pueblo tan pobre que no tenía siquiera una mesa donde celebrar la Eucaristía. Fue entonces cuando los hombres y mujeres de aquel pueblo juntaron unos a otros sus manos y, sobre ese altar, hecho con el amor de aquellos cristianos, el obispo celebró la eucaristía. Desde entonces hasta hoy, y todos los días, los puertorriqueños y puertorriqueñas unen sus manos y sus corazones en la alabanza de Dios y la celebración de la Eucaristía.
4. En aquella primera misa en el humilde templo, que sería después la catedral de San Juan de Puerto Rico resonarían las palabras de Jesucristo a sus discípulos: id por todo el mundo y anunciad el Evangelio. Después de 500 años este mismo mandato resuena en la Iglesia de Puerto Rico y en todas las iglesias del mundo. Porque esta es la misión de la Iglesia: evangelizar. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa” (EN 14). (…) Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (EN 18).
Benedicto XVI nos llama ahora a un empeñado trabajo apostólico de nueva evangelización. Hay que evangelizar no de una manera decorativa, como si se tratara de una pintura superficial, sino de una manera vital, profunda y hasta las raíces, la cultura y las culturas del hombre, partiendo siempre de la persona y volviendo siempre a la relación de las personas entre sí y con Dios (A los nuevos obispos, 20-9-12).
La principal obligación, en estos momentos, es la de promover, sostener y descubrir la alegría de creer y encontrar el entusiasmo de comunicar la fe (Porta fidei 7). Dentro de este proyecto de nueva evangelización, el Papa ha querido convocarnos a un Año de la Fe a fin de que la vida del cristiano sea en verdad la de un auténtico discípulo de Cristo.
Todo el pueblo de Dios tiene que estar implicado en este importante proyecto y programa pastoral de una nueva evangelización. Habrá que buscar las mejores raíces de la historia de la salvación, aprender de la ejemplaridad de lo que hasta ahora se ha construido y llenar el presente con una acción pastoral que responda a las necesidades del pueblo y lo impulse en esperanza hacia un futuro mejor.
La Iglesia de Puerto Rico tiene un pasado espléndido. Ha de recoger, por tanto, los frutos que con sacrificado y ejemplar trabajo se sembraron; mejorar lo que se recibiera y tratar de llevarlo, enriquecido por la esperanza, a las generaciones futuras. Si la Iglesia de Puerto Rico puede enorgullecerse de contar con el primer obispo que llegara a tierras americanas, también debe ser pionera en esta nueva evangelización a la que nos ha convocado Benedicto XVI, al igual que nos llamara a ello su antecesor, el Bato Juan Pablo II, quien en 1984, realizó a Puerto Rico una histórica visita que aún no deja de conmovernos. Luego, este mismo Papa, beatificaría al laico puertorriqueño, Carlos Manuel Cecilio Santiago Rodríguez, hermoso fruto de santidad boricua.
5. Como tuve ocasión de decir, en esta misma Iglesia puertorriqueña, con motivo de las celebraciones conmemorativas de los 500 años de la creación de esta diócesis de San Juan, no podemos pasar de largo ante una historia que lecciones tan importantes está ofreciendo. Busquemos, sí, la verdad y que sea ella misma quien se haga su propia alabanza. Ni la vanagloria triunfalista, ni el falso e interesado pudor, ni los complejos de unas culpabilidades, urdidas para disculpar extrañas actitudes vergonzantes, pueden ser instrumento adecuado para acercarse con objetividad histórica a este momento.
Puerto Rico no es simplemente la isla y el lugar donde se ha nacido, es una forma de vivir, unas actitudes, una historia, una tradición, una manera de querer a la gente, un estilo de relacionarse, una fe profunda y arraigada, una cultura… Puerto Rico no es simplemente el lugar donde se ha nacido, por eso cuando un puertorriqueño tiene que emigrar lejos se lleva siempre con él a su Puerto Rico del alma.
Este amor a Puerto Rico es también una responsabilidad que obliga a trabajar por todo aquello que puede ser el bien común, por hacer que la convivencia se desarrolle en la paz y que todos puedan participar del mismo bienestar.
La Iglesia de Puerto Rico se identifica como una Iglesia inserta en la cultura de su pueblo. Fuertemente interpelada y sensible a la situación en que viven los hombres y mujeres en este país. Una Iglesia que tiene en el Evangelio su verdadera fuerza. Una Iglesia que goza de enormes cotas de credibilidad como respuesta a los problemas de los hombres y mujeres en situación de dificultad.
Como escribe el arzobispo de San Juan de Puerto Rico, Monseñor Roberto González Nieves, en una importante carta pastoral: “También, el Rosario por la Paz se da en el contexto de la celebración de los 500 años de la llegada de nuestro primer Obispo a Puerto Rico, don Alonso Manso (25 diciembre de 1512), quien fuera el primer sucesor de los Apóstoles en toda América, no se trata únicamente de apelar a nuestra herencia cristiana que data de siglos. Aunque esto es importante, de lo que verdaderamente se trata es de vivir la fe para alcanzar de nuevo la capacidad de dirigir nuestras vidas y nuestro futuro, personal, social y nacional, iluminado por los principios del Evangelio de Cristo. La fe es el encuentro con Cristo, encuentro que lo cambia todo, que lo transforma todo y lo restaura todo en Cristo”.
Que estos 500 años de la fundación de la Iglesia propicie una reflexión que nos ayude a redescubrir la importancia de la fe en Cristo, que sea una celebración que conduzca a un encuentro con Jesucristo, muerto y resucitado. Somos cristianos en virtud de que hemos encontrado a Cristo y le hemos seguido. Ser cristiano no se fundamenta en una decisión, sino en un encuentro. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus caritas est).
Con todas y cada una de sus diócesis, la Iglesia de Puerto Rico es una Iglesia muy libre, porque la palabra de Dios nunca está encadenada; por la vida de la gracia que nos traen los sacramentos; valiente por el ejercicio de la caridad; entusiasmado por la esperanza; actual, sin nostalgia del pasado ni miedo al futuro, en la “novedad de la continuidad” (Benedicto XVI. Apertura Año de la fe, 11-10-12)) y la renovación permanente; evangelizadora, pues existe no para adaptarse a las circunstancias sino para evangelizar en todo momento; servidora, porque ofrece lo que tiene, no impone nada a nadie; leal, más preocupada por la fidelidad que por el “credibilismo” de los aplausos; liberadora, no para destruir sino para ofrecer una vida nueva llena de dignidad.
6. Ingente fue la obra evangelizadora realizada por el obispo Alonso Manso, que trabajó incansablemente por la extensión de la fe, la organización de las estructuras necesarias para el gobierno pastoral, la obtención de recursos para poder llevar a cabo las obras iniciadas, la ampliación del territorio diocesano con la incorporación de las islas de Barlovento… Incansable predicador, defensor y padre de los indígenas, garante de la lealtad en la fe…
No es un tiempo pasado lo que estamos celebrando, sino el poner delante de nuestros ojos y aprender en lo bueno que el ayer nos dejó, y mirar con esperanza el futuro, pues ésta es buena disposición para vivir hoy ese Pentecostés que es la nueva evangelización a la que nos llama el Papa Benedicto XVI. Nuevo espíritu evangelizador, nuevo entusiasmo, nueva esperanza, nueva misión ante los desafíos de una sociedad también nueva. No se trata, pues, de un proyecto de pasado y retaguardia, sino de una perspectiva con futuro abierto, llena de esperanza. Ante estos retos, tienen un gran modelo de santidad en el primer beato puertorriqueño, Carlos Manuel Cecilio Rodríguez.
Aprender del pasado es sentar buenos cimientos para construir el futuro y para asumir los compromisos a que nos está retando el presente. Si se recuerda la historia de la evangelización de Puerto Rico, se hace como memoria, que es celebración actualizada y viva de la bondad de Dios en las obras realizadas por los hombres. Más de quinientos años hace que el Evangelio llegara a Puerto Rico. Pero no son los años lo que se recuerda con entusiasmo, sino la presencia de la Buena Noticia del Dios de Nuestro Señor Jesucristo. Y no se ha de mirar tanto al pasado, cuanto a los años por venir. Memoria en sentido religioso, que es hacer presencia actual de los misterios intemporales de Dios.
Si Alonso Manso fue el primer obispo que llegó al nuevo mundo, nobleza de linaje obliga a ser fieles a la herencia recibida en doctrina y santidad, pero también con la ejemplaridad que requiere el poder considerarse como la primera Iglesia que tuvo su pastor en América.
“Hoy más que nunca urge a todos a trabajar por el Puerto Rico de la civilización del amor. La responsabilidad de un Puerto Rico regido por el imperativo del amor es de todos y todas. La Iglesia, al celebrar estos 500 años de su fundación en Puerto Rico, es consciente de que urge anunciar en Puerto Rico, con renovados bríos, el Evangelio de la vida y de la paz, del amor y de la justicia, la reconciliación y la unidad” (Arzobispo de San Juan. Carta pastoral).
7. Nuestra Señora de la Divina Providencia, Patrona Principal de toda la nación puertorriqueña, como madre bondadosa seguirá protegiendo con su singular amparo a esta Iglesia borinqueña, que cuenta su historia por siglos, y que sabe guardar sus grandes amores y vive con fidelidad la fe recibida de Jesucristo. También se pueden decir de la Iglesia de Puerto Rico las mismas palabras con las que Santa Isabel alabara a su prima Santa María: ¡dichosa tú porque has creído! Dichosa tú, Iglesia de Puerto Rico, porque recibiste como pastor a Alonso Manso y hoy, después de 500 años, podemos repetir la oración de la Iglesia: la fidelidad del rebaño es siempre la mejor alegría para el pastor.
Y el primer obispo que llegara a Puerto Rico y a América, dirá a la Iglesia de Dios que peregrina en este país, las mismas palabras de San Pablo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestro ejemplo sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros” (Flp. 4, 4-9).

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