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Homilía del actual arzobispo de Zaragoza en el funeral de don Elías Yanes

Homilía del actual arzobispo de Zaragoza, Vicente Jiménez Zamora  en el funeral de don Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).

Querido Sr. Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española; Señores Cardenales, Arzobispos, y Obispos; Sr. Secretario General de la CEE; Srs. Vicarios Generales y Episcopales; Cabildo Metropolitano; Curia Diocesana; sacerdotes, diáconos, seminaristas; hermano carnal D. Antonio y familia; miembros de vida consagrada y fieles laicos. Respetadas Autoridades, Capilla de Música y Coro de Infantes del Pilar; Medios de Comunicación Social.

Un saludo especial, lleno de agradecimiento para el matrimonio Dª. Alicia y D. Félix, que le han cuidado con inmenso cariño y con un cúmulo de detalles en la Residencia Sacerdotal de la Fundación Tobías. Para ellos nuestra sincera gratitud y reconocimiento público. Muchas gracias. Agradecimiento extensivo al personal de la Residencia de Tobías y a las personas más cercanas en su vida, especialmente, durante su enfermedad.

El viernes, día 9, por la noche, cuando celebrábamos “24 horas para el Señor”, iniciativa del Papa Francisco, momento de gracia para la celebración del sacramento de la Penitencia y para la adoración de la Eucaristía, el Señor llamaba a su seno a D. Elías, para celebrar la Pascua eterna, en la mansión de la luz y de la paz. Hoy el mismo Señor nos convoca para celebrar la Misa exequial por su eterno descanso. La Palabra de Dios que acabamos de proclamar, nos llena de esperanza cristiana y orienta nuestra mirada de fe hacia las verdades eternas de nuestra existencia.

Semblanza de Mons. Elías Yanes

Don Elías había nacido en la Villa de Mazo (Isla de la Palma, Diócesis de Tenerife), el 16 de febrero de 1928. Fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952 en el Congreso Eucarístico de Barcelona. Durante casi 28 años (desde 1977 hasta 2005) fue nuestro Arzobispo, pastor bueno y prudente que el Señor puso al frente de nuestra Iglesia Diocesana de Zaragoza. Antes había ejercido el ministerio episcopal en Oviedo como Obispo auxiliar.

Sus primeros años de episcopado coincidieron con el post-Concilio y con la transición política en España. Aquellos tiempos exigían mucha lucidez para distinguir las voces de los ecos, y para ofrecer una palabra orientadora desde la misión pastoral de la Iglesia. Los pastores de entonces, entre ellos D. Elías, tuvieron clarividencia de maestros y seguridad de guías. Por eso son merecedores de nuestra sincera gratitud por el inmenso servicio que hicieron a la Iglesia y a la sociedad española en esos momentos.

En la Conferencia Episcopal Española D. Elías estuvo muy dedicado a las tareas de nuestra Conferencia Episcopal Española. Ocupó con generosa entrega, entre otros, los cargos de Secretario General (1972-1977); Presidente de la Comisión Episcopal de Enseñanza (1978-1987); y, sobre todo, Presidente de la Conferencia Episcopal Española (1993-1999). Además, desempeñó durante ese mismo periodo el cargo de Vicepresidente de la Comisión de Conferencias Episcopales de los Países de la Unión Europea (COMECE).

Con su labor paciente y moderadora en la CEE buscó la unidad entre los obispos, fomentando el afecto colegial y la sinodalidad. Traigo aquí las palabras que pronunció al ser elegido Presidente: “…entiendo que es voluntad de todos nosotros continuar el trabajo colectivo de nuestra Conferencia sin rompimientos, asumiendo cuanto estaba en marcha y persiguiendo las líneas fundamentales de nuestro trabajo como fruto del afecto colegial y de la colaboración fraterna para el mejor ejercicio de nuestro común ministerio”.

En la Archidiócesis de Zaragoza

En nuestra Diócesis de Zaragoza fue el arzobispo sabio y trabajador, animado siempre por la caridad pastoral. Su pontificado fecundo en frutos ubérrimos estuvo marcado por estos importantes hitos.

1) Una acción pastoral inspirada en el Concilio Vaticano II, con la celebración de un Sínodo Diocesano (1985), que orientó los Planes Pastorales sucesivos.
2) Una intensa recuperación y restauración del patrimonio histórico artístico: su icono más emblemático fue la restauración modélica de La Seo del Salvador.
3) La creación de nuevas parroquias y templos para dar respuesta a las exigencias de expansión y crecimiento de Zaragoza.
4) Promoción de obras culturales con exposiciones, congresos, semanas internacionales y nacionales.
5) Un ingente trabajo de estudio y publicaciones. En medio de sus múltiples ocupaciones sacaba tiempo para la lectura reposada de numerosos libros y la escritura de importantes libros y artículos de Teología, Mariología, Doctrina Social de la Iglesia, Enseñanza, Catequesis, Apostolado Seglar y Acción Católica, que era uno de sus campos preferidos ya desde sacerdote en la Diócesis de Tenerife.

Yo, como Arzobispo sucesor suyo en esta sede cesaraugustana, la sede de San Valero y San Braulio, la sede mariana por excelencia al tener la Virgen del Pilar, que vino aquí en carne mortal a confortar al Apóstol Santiago el Mayor, Patrón de España, quiero reconocer públicamente la deuda de inmensa gratitud que toda la Diócesis de Zaragoza y el pueblo de Aragón tenemos contraída con D. Elías. Que Dios que es el mejor pagador se lo sepa recompensar.

Liturgia de la Palabra y Oración por su eterno descanso 

La celebración de esta liturgia exequial es, al mismo tiempo: confesión de fe en la Resurrección; súplica confiada a Dios por su eterno descanso; fortalecimiento de nuestra esperanza; y expresión de gratitud por su fecundo ministerio episcopal. Hoy resuenan en nuestra asamblea eucarística las palabras de San Pablo a su discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos […] Este ha sido mi evangelio […] Es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él” (2 Tim 2, 8-13).

El sentido de la vida de un cristiano y de un obispo es seguir a Jesús por los caminos apostólicos de Galilea, subir a Jerusalén con el Maestro para entregar la vida y confiar en la victoria definitiva, que se manifiesta en la vida nueva de la Pascua. El evangelio de San Lucas, que hemos proclamado (Lc 12, 35-43) habla del siervo fiel y vigilante, trabajador y solícito. Este ha sido D. Elías.

El Señor y la Iglesia lo pusieron al frente de esta Iglesia mariana y apostólica de Zaragoza para repartir a manos llenas la Palabra de Dios, los Sacramentos y la Caridad. El Señor ha venido a su encuentro cuando la mecha humeante, (que el Señor no apagará, según el lema de su escudo episcopal) se ha extinguido en este mundo, para seguir luciendo con la lámpara encendida de su fe y el aceite de su caridad pastoral en el cielo. Confiamos que ya habrá escuchado estas palabras de labios del Señor, por quien vivió, estudió y trabajó: “Bien, siervo bueno y fiel […] entra en el banquete de tu Señor” (Mt 25, 21).

Iluminados por estas palabras reveladas, por la fe que profesó y nos comunicó nuestro hermano difunto D. Elías, debemos contemplarle camino de la Pascua de Cristo. D. Elías nos dice hoy, con San Agustín: “Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”. Para él, la luz de Dios en su esplendor; para nosotros, la fe con el contrapunto de luces y sombras. Para él, la paz deseada y el descanso merecido después del duro bregar; para nosotros, la cruz, la lucha y el canto. Para él, siempre Dios; para nosotros, el consuelo de saber que sigue a nuestro lado por el misterio de la “comunión de los santos”.

Unidos a él y a todos los Obispos difuntos, que han pastoreado nuestra Diócesis de Zaragoza, participamos en la mesa de la Eucaristía, fármaco de inmortalidad y prenda de resurrección futura, cuerpo entregado y sangre derramada para el perdón de los pecados. Que la Virgen Madre de Dios en la advocación secular del Pilar, cuya fiesta, culto y devoción cuidaba, le acoja y le presente a Jesucristo Buen Pastor, para que le introduzca en el paraíso, la mansión de la luz y de la paz, donde no hay ni llanto, ni luto, ni dolor.

 



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