La realeza de Jesús es muy diferente de la mundana: no viene para dominar, sino para servir. No llega con los signos de poder, sino con el poder de los signos. No es rey como los otros, sino que es Rey para los otros. #CristoRey
— Papa Francisco (@Pontifex_es) November 21, 2021
Un Rey para los otros
Dirigiéndose a los numerosos fieles congregados en una soleada plaza de San Pedro, desde la ventana del Palacio Apostólico, el Pontífice ha recordado como Jesús «no quería que la gente lo aclamase como rey». La realeza de Jesús, ha explicado, «es muy diferente de la mundana. Él no viene para dominar, sino para servir. No llega con los signos de poder, sino con el poder de los signos. No se ha revestido de insignias valiosas, sino que está desnudo en la cruz. Y es precisamente en la inscripción puesta en la cruz que Jesús es definido como “rey” . ¡Su realeza está realmente más allá de los parámetros humanos! Podríamos decir que no es rey como los otros, sino que es Rey para los otros».
En este sentido, el Papa ha preguntado si sabemos imitarle en esto: «¿Sabemos cómo gobernar sobre nuestra tendencia a ser continuamente buscados y aprobados, o hacemos todo para ser estimados por parte de los otros? En lo que hacemos, en particular en nuestro compromiso cristiano, ¿cuentan los aplausos o el servicio?».
Con Jesús nos volvemos verdaderos
¿De dónde nace la libertad de Jesús? Se ha preguntado el Pontífice. «La libertad de Jesús viene de la verdad, y es su verdad la que nos hace libres». Y ha precisado que «la verdad de Jesús no es una idea, algo abstracto» sino que «es una realidad, es Él mismo que hace la verdad dentro de nosotros, nos libera de las ficciones y de las falsedades que tenemos dentro».
Estando con Jesús, nos volvemos verdaderos, ha subrayado Francisco. «La vida del cristiano no es una actuación donde se puede llevar la máscara que más conviene. Porque cuando Jesús reina en el corazón, lo libera de la hipocresía, de las escapatorias, de las dobleces. La mejor prueba de que Cristo es nuestro rey es el desapego de lo que contamina la vida, haciéndola ambigua, opaca, triste. Cierto, debemos lidiar siempre con los límites y los defectos: todos somos pecadores. Pero cuando se vive bajo el señorío de Jesús, uno no se vuelve corrupto, falso, con la inclinación a cubrir la verdad. No se lleva una doble vida».
