Dios cuida y guía a su Iglesia con el servicio del Obispo
Papa Francisco, en su catequesis sobre la dimensión jerárquica de la Iglesia afirmó que, por el servicio del ministerio episcopal el Señor se hace presente en la Iglesia, la guía y la cuida.
En la plaza del santuario de San Pedro, en Roma, ante miles de fieles y peregrinos de Italia y del mundo, el obispo de Roma explicó que Cristo edifica la Iglesia como su cuerpo, mediante los ministerios, entre los cuales se destaca el ministerio episcopal. “En la persona y el ministerio del Obispo se expresa la maternidad de la Iglesia, que nos engendra, alimenta y conforta con los sacramentos”.
El Sucesor en la Cátedra de Pedro dijo que “como sucesores de los Apóstoles, también los obispos son enviados a anunciar el Evangelio y apacentar el rebaño de Cristo. No se trata, por tanto, de un cargo honorífico, sino de un servicio que se ha de realizar siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor.” Y expresó que, así como Jesús llamó a los Apóstoles unidos como una familia, “también los obispos constituyen un solo colegio reunidos en torno al Papa, que es el custodio y garante de la comunión entre ellos”.
El Vicario de Cristo concluyó invitando a agradecer al Señor el servicio de los obispos en la Iglesia, acompañándolos con el afecto y la oración. jesuita Guillermo Ortiz – RADIO VATICANA
Texto completo de la síntesis de la catequesis pronunciada en español:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!
Hemos escuchado las cosas que el apóstol Pablo le dice al obispo Tito. Pero ¿cuántas virtudes hemos de tener, nosotros los obispos? ¿Las hemos oído todos, no? No es fácil, no es fácil, porque somos pecadores. Pero nos encomendamos a vuestra oración, para que, por lo menos, nos acerquemos a esas cosas que el apóstol Pablo recomienda a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezaréis por nosotros?
Ya hemos tenido ocasión de subrayar, en las catequesis anteriores, que el Espíritu Santo colma siempre a la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora bien: con el poder y la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, con vistas a edificar las comunidades cristianas como cuerpo suyo. Entre estos ministerios se distingue el ministerio episcopal. En el obispo, coadyuvado por los presbíteros y los diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y sigue cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y su dirección.
1. En la presencia y en el ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, podemos reconocer el rostro auténtico de la Iglesia: es la santa Madre Iglesia jerárquica. Y en verdad, a través de estos hermanos escogidos por el Señor y consagrados con el sacramento del orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos engendra en el bautismo como cristianos, haciéndonos renacer en Cristo; vela por nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña hasta los brazos del Padre, para recibir su perdón; prepara para nosotros el banquete eucarístico, donde nos alimenta con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sustentándonos a lo largo de toda nuestra vida y arropándonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de la tribulación, del sufrimiento y de la muerte.
2. Esta maternidad de la Iglesia se expresa de especial manera en la persona del obispo y en su ministerio. En efecto, tal como Jesús escogió a los Apóstoles y los envió a anunciar el Evangelio y a apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, están puestos como cabezas de las comunidades cristianas, en calidad de garantes de su fe y como signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellas. Comprendemos, pues, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico. El episcopado no es una condecoración, sino un servicio. Así lo quiso Jesús. En la Iglesia no debe tener cabida la mentalidad mundana. La mentalidad mundana dice: «Ese hombre ha culminado la carrera eclesiástica: se ha convertido en obispo». No, no: en la Iglesia no debe tener cabida semejante mentalidad. El episcopado es un servicio, no una condecoración de la que jactarse. Ser obispo significa tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que, como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10, 45) y a dar su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11). Los santos obispos –y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos– nos demuestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge obedientemente, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús, que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 8). Es triste ver a un hombre que busca este cargo y que hace de todo por llegar ahí y cuando llega ahí no sirve, se da importancia y vive tan solo para su vanidad.
3. Hay otro elemento muy valioso, que merece la pena resaltar. Cuando Jesús escogió y llamó a los Apóstoles, no los concibió separados unos de otros, cada uno por su cuenta, sino juntos, para que estuvieran con él, unidos, como una única familia. También los obispos constituyen un único colegio, reunido alrededor del Papa, el cual es custodio y garante de esta comunión profunda, que tanto importaba a Jesús y a sus mismos apóstoles. ¡Qué hermoso resulta, pues, cuando los obispos, junto con el Papa, expresan esta colegialidad e intentan ser cada vez más y mejores servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia! Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la Familia. Pero pensemos en todos los obispos diseminados por el mundo que, aun viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y alejadas entre sí, de uno a otro extremo –el otro día, un obispo me decía que, desde donde él vivía, se necesitaban más de 30 horas de avión para llegar a Roma–, se sienten parte unos de otros y se convierten en expresión de la íntima vinculación que une entre sí, en Cristo, a sus comunidades. Y, en la oración eclesial común, todos los obispos se ponen juntos a la escucha del Señor y del Espíritu, pudiendo así prestar profunda atención al hombre y a los signos de los tiempos (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Gaudium et spes, n. 4).
Queridos amigos: Todo esto nos permite comprender por qué las comunidades cristianas reconocen en el obispo un gran don y están llamadas a alimentar una comunión sincera y profunda con él, empezando por los presbíteros y los diáconos. No hay Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispo: esa Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús quiso esta unión de todos los fieles con el obispo, también de los diáconos y de los presbíteros; y esto lo hacen tomando conciencia de que precisamente en el obispo se hace visible el vínculo de cada Iglesia con los Apóstoles y con todas las demás comunidades, unidas a sus obispos y al Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra santa Madre Iglesia jerárquica. Gracias.
Saludo en español al final de la Audiencia:
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Puerto Rico, Venezuela, Chile y otros países latinoamericanos. Invito a todos a agradecer al Señor el servicio de los obispos en la Iglesia, acompañándolos con el afecto, la cercanía y la oración. Muchas gracias y que Dios los bendiga.
(Original italiano procedente del
archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)

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