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¡Feliz Navidad!

Me parece hermoso que durante estos días este sea el saludo que nos intercambiamos: ¡Feliz Navidad! Detrás de estas dos sencillas palabras se encierran muchos sentimientos y deseos
nobles que transmiten la belleza de lo que celebramos. Cuando los expresamos a las personas
con las que nos encontramos, parece que se convierten en un bello imperativo que viene
motivado por la íntima conexión que nos entrelaza. Yo creo que sólo a los hermanos, a las
personas que quiero, les puedo desear de esa manera tan elocuente algo tan hermoso como la
felicidad.

Pero el adjetivo “feliz” acompaña a un nombre. Y el nombre no sólo menciona una fecha en el
calendario, sino que hace referencia a un nacimiento: porque la Navidad es, sobre todo,
nacimiento. En el fondo, con esta expresión que sale de mis labios, les estoy invitando a vivir la
alegría de un nacimiento. Bien sabemos que todo nacimiento es bello y hermoso, porque nos
habla de esperanza, de vida, de ternura, de proyecto, de inocencia. Pero si el nacimiento es, ni
más ni menos, que el del propio Dios… la locura, la sorpresa y el asombro se adueñan de uno.
Porque lo más extraño para nuestra idea de Dios es precisamente nacer. ¿Acaso no afirmamos
que Dios no tiene ni principio ni fin? Y si esto es así, Dios no puede nacer… Por eso, el misterio se
adueña de nosotros contemplando el belén. Porque la Navidad es misterio: y necesitamos ojos
para ver lo que, a simple vista, se nos escapa. Los sentidos no nos permiten acoger lo que
acontece. ¡Dios se hace uno de los nuestros! ¡Dios se hace compañero de viaje! ¡Dios quiere hacer
historia de amistad contigo! ¡Dios viene para compartir alegrías, penas y esperanzas! De ahí
que el asombro, el que descubrimos en la cara de los niños, sea la actitud para vivir la auténtica
Navidad.

Pero, atención, el nacimiento no es sólo de Dios. Al desearte feliz Navidad te estoy felicitando,
porque tú estás invitado también a nacer de nuevo. Eres tú el protagonista del nacimiento, eres
tú el llamado a nacer. Y es que el Niño Dios nos abre un camino que supone una nueva vida. Su
encuentro es la mejor experiencia y acontecimiento que el ser humano pueda vivir. El Niño Dios
nos indica el camino de lo auténticamente humano, desvelándonos el proyecto de la buena vida.
Dios que se hace hombre, para que el hombre pueda hacerse más humano y más divino.

Sin embargo, esta felicidad que hoy nos deseamos, lo sabemos, no es vivida por muchas
personas de nuestro entorno. Las dificultades económicas, afectivas, familiares, laborales…
hacen que la felicidad no encuentre cobijo en el corazón sufriente de muchas personas. Por eso,
Cáritas nos provoca durante estos días: “Tú tienes mucho que ver”. Hay otras muchas navidades
que se alejan de las luces navideñas y del consumo. Hay otras muchas historias de desprecio y
de falta de acogida como las de la familia de Nazaret. Hay otras muchas vidas marcadas por
su misma pobreza, fragilidad, vulnerabilidad. Hay familias que siguen huyendo, como la de
Jesús, José y María, por el odio y la guerra. En un mundo indiferente, como el de la primera
Navidad para algunos, sólo los sencillos y los que estaban vigilantes, como los magos y los
pastores, supieron descubrir y salir de sí para recorrer el camino feliz de la acogida, la
humanidad y la adoración.

Recordando a nuestros hermanos de Tierra Santa que sufren el horror de la guerra, con el
recuerdo de muchos otros conflictos lejanos y cercanos, te deseo de corazón una muy feliz
Navidad.

Vuestro hermano y amigo.

Fernando García Cadiñanos. Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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