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Felicitación de Navidad en el año de la fe, por el obispo de León

Queridos diocesanos: ¡Felices Pascuas! En plural: la pascua de Navidad, la de Resurrección y la de Pentecostés. Sí, porque esta fórmula relaciona la encarnación y el nacimiento de Jesucristo con su misterio pascual y las consecuencias para nuestra salvación. Porque la fe nos dice que el Hijo eterno de Dios, el Unigénito, tomó nuestra condición asumiendo una verdadera humanidad para dar muerte en su propia carne al pecado y, mediante el poder de su resurrección, hacernos partícipes de su condición divina. Dicho de otro modo, se hizo hombre sin dejar de ser Dios para que nosotros fuésemos hijos de Dios por el bautismo.

Este es el núcleo de nuestra fe, lo que celebramos en Navidad y que abre la puerta a las demás celebraciones pascuales. Por eso, todos los compositores de Misas han revestido con las mejores melodías las palabras del Credo: “Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen y se hizo hombre”. ¿Quién no se emociona al oír, por ejemplo, esa frase en la Missa Sollemnis de Beethoven? En la actual celebración de la Misa todos deben inclinarse al llegar esas palabras y, el día de la Anunciación (25 de marzo) y el día de Navidad (25 de diciembre) hay que arrodillarse para adorar este misterio. En el Año de la Fe las fiestas de Navidad deben ser fiestas definidas por la fe y por el amor. No lo olvidemos: la fe crece y se fortalece creyendoy cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica (Benedicto XVI). Para celebrar gozosamente la Navidad no hace falta tirar la casa por la ventana, y menos en estos tiempos. Resulta estimulante comprobar el espíritu caritativo y solidario en el seno de las familias -aquí reside una de las claves para salir de la crisis-, entre vecinos y en la sociedad. Austeridad no quiere decir caras largas ni tristeza. Los españoles con más de 60 años podemos recordar qué felices éramos con lo que se podía disponer en cada casa.

 

Es muy importante que nos atengamos a lo esencial al llegar los días entrañables de la Navidad. Y lo esencial consiste en lo señalado antes, la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra condición humana. Este acontecimiento ha sido narrado por San Mateo y especialmente por San Lucas, pero si queremos ahondar en el misterio debemos acudir también a San Juan, especialmente a su primera carta. Allí afirma con todo entusiasmo cómo la Vida con mayúscula, es decir, la vida divina, la vida eterna, Dios mismo como Vida, se manifestó, se dejó ver y tocar (cf. 1 Jn 1, 2). En esto consistió el acontecimiento que celebraremos un año más, cuando el Todopoderoso, el Unigénito de Dios, haciéndose hombre vino a habitar entre nosotros para sacarnos de nuestros egoísmos y pecados, para hacernos hombres nuevos y felices. ¿Quién lo habría podido imaginar si Dios mismo no lo hubiera revelado? Y sin embargo sucedió así hace 2012 años, en un portal o cueva cerca de Belén “porque no hubo lugar para ellos, María embarazada y José, en la posada” (Lc 2, 7).

Qué pena que haya dado la vuelta al mundo la ¿noticia? fruto de una precipitada lectura de lo que realmente ha escrito Benedicto XVI en su precioso libro Jesús de Nazaret (III), en las pp. 76-77 de la edición española. ¿Alguien cree que S. Francisco se sacó de la manga el buey y el asno en la Navidad de Greccio (Italia) en 1223? Los belenistas no tenéis que preocuparos. El Papa ha dicho: “Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno”. De nuevo ¡Felices Pascuas! Con mi afecto y bendición:

 

+ Julián, Obispo de León

 

 

 



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