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Fallece el obispo emérito de Arecibo, el vizcaíno Iñaki Mallona

El obispo emérito de Arecibo, Puerto Rico, Iñaki Mallona, tercer obispo que tuvo la diócesis arecibeña, desde que el Papa San Juan XXIII la erigió el 30 de abril de 1960, falleció a los 88 años de edad el pasado 3 de mayo.

Tal y como informa la diócesis de Bilbao, Iñaki Mallona nació en Fruiz, el 1 de julio de 1932. Profesó sus votos como religioso pasionista en Angosto, el 23 de julio de 1950. Fue ordenado sacerdote en Roma el 17 de marzo de 1956 y ordenado obispo por san Juan Pablo II el 6 de enero de 1992.

Antes de su etapa enPuerto Rico, siendo sacerdote, fue párroco en los Pasionistas de Deusto. Después, por propio deseo, fue enviado aPuerto Rico por su provincial y, cuando le llamó el nuncio enPuerto Rico, anunciándole su nombramiento como obispo «se llevó un gran susto y lo aceptó», dice Juan María Uriarte, obispo emérito de San Sebastián. «He tenido mucho trato con él, aún tengo hasta una camisa que me regaló, era sumamente amable y muy educado. Inquieto y en cuestión dogmática, equilibrado. Desarrolló una gran labor en la pastoral hasta su jubilación y, por carácter era un hombre muy expresivo y de una facilidad de diálogo y comunicación muy grandes».

Muy querido en la diócesis de Arecibo

Desde hace varios meses, su enfermedad de alzheimer se había agravado, por lo que el obispo actual, Daniel Fernández Torres, había hecho múltiples llamados públicos a la oración por su salud. En el último, destacó: «Monseñor Iñaki es muy querido en nuestra diócesis de Arecibo. Mucha gente está orando por él». Recordó «que su llegada como obispo de Arecibo, fue acogida con gran alegría después de un tiempo largo de espera, sin un obispo nombrado en propiedad. En poco tiempo se ganó el corazón de todos, con su corazón de pastor. Muy pronto llamaron la atención su sencillez, su cercanía y sus excelentes predicaciones», dijo sobre Mallona, el actual prelado,Daniel Fernández, que durante su convalecencia, le administró el sacramento de la unción de los enfermos, momento que describió como «una mezcla de sentimientos. Por un lado, tristeza porque estaba muy delicado de salud. Por otro, la satisfacción de poderle dar ese consuelo divino precisamente a quien me ordenó sacerdote».



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