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Evangelizador de madrugadas (O como desde la infancia se forja un alma”), poema de Mauel Laespada Vizcaíno

Premio del I Certamen de Poesía San Juan de Ávila, Doctor de la iglesia, organizado por la CEE

 

Todavía la piedra centenaria

de las calles históricas

de Almodóvar del Campo memorizan

la pisada infantil del que un día fuera

Evangelizador de Andalucía.

De los aleros de sus casas penden

sonrisas de ese niño, susurros

de otras lunas,

pedazos de memoria que guardan todavía

jirones de su casta luchadora,

retazos de oraciones

que llenan con aromas de alcanfor

los resquicios donde el silencio mora.

Y es que Juanito, solo, correteaba

las callejas desnudas y embarradas

como bruma descalza, como cierzo ligero,

de Almodóvar del Campo azuzando a las sombras

con canciones y rezos y ese brillo que ondea

en la piel o en los ojos de los que ven la vida

desde el otero virgen que dibuja la fe.

Juan se extasiaba viendo

la cigüeña que, a modo de veleta,

bailaba en las almenas,

oteaba las nubes,

zurciendo, cuando el vuelo, de arabescos

todos los plenilunios

sobre la Torre –herida y desdentada-

del Homenaje

del Castillo, que se iba desangrando, de Almodóvar.

Soñaba, desde niño, con ser libre:

ser cíngaro o ser mar, tal vez paloma…

anhelaba volar,

volar,

volar,

ir sembrando la estela de su albura,

ir dejando prendidas devociones

defendiendo a sus pobres

en los caminos yertos de la Mancha,

en suelos andaluces o extremeños...

El trotador de de almas

halló en Fray Luis –su amigo- de Granada

el reverso de una moneda idéntica,

y juntos, con la fuerza

que la fe precipita entre sus elegidos,

arracimaron vida a los silencios;

lunas llenas, sus pasos,

candilearon sombras y senderos

de la mano de Dios; juntos, apasionados,

forjaron devociones y fervores

como quien forja el barro o la caricia,

y zancadillearon

inquisidores ojos y amenazas.

El Apóstol de almas

hilvanaba utopías y era feliz

acercando el saber,

dejando su semilla fundadora

en Baeza, en Priego…

haciendo que su verbo iluminado

fuera astrolabio que acercaba al pozo

de la fe.

Su entrega secular y su entereza

impulsaron sus pasos hacia otros horizontes,

hacia otros ojos nuevos que anhelaban su voz,

igual que mayo anhela el sueño de ser flor.

Fueron la luz, los campos, el aire de Almodóvar,

donde el joven Pastor, que luego fuera

Mensajero de Dios,

moldeó su entereza, aprendió

el arduo magisterio de la entrega,

recibió las primeras señales del Amado,

supo que el horizonte y las fronteras

eran, sin más, palabras,

desafíos.

Conviene, pues, llegar a este paisaje

con la mirada fresca

y el asombro dispuesto, porque acaso

(la Historia es una ola que se aleja y nos mira

para, tras un suspiro, rescatarnos)

detrás de alguna esquina nos sorprenda

el hálito de espuma,

la pisada silente del que fuera

Doctor –desde la entrega- de la Iglesia,

Apóstol –por amor- de Andalucía.



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