Premio del I Certamen de Poesía San Juan de Ávila, Doctor de la iglesia, organizado por la CEE
Todavía la piedra centenaria
de las calles históricas
de Almodóvar del Campo memorizan
la pisada infantil del que un día fuera
Evangelizador de Andalucía.
De los aleros de sus casas penden
sonrisas de ese niño, susurros
de otras lunas,
pedazos de memoria que guardan todavía
jirones de su casta luchadora,
retazos de oraciones
que llenan con aromas de alcanfor
los resquicios donde el silencio mora.
Y es que Juanito, solo, correteaba
las callejas desnudas y embarradas
como bruma descalza, como cierzo ligero,
de Almodóvar del Campo azuzando a las sombras
con canciones y rezos y ese brillo que ondea
en la piel o en los ojos de los que ven la vida
desde el otero virgen que dibuja la fe.
Juan se extasiaba viendo
la cigüeña que, a modo de veleta,
bailaba en las almenas,
oteaba las nubes,
zurciendo, cuando el vuelo, de arabescos
todos los plenilunios
sobre la Torre –herida y desdentada-
del Homenaje
del Castillo, que se iba desangrando, de Almodóvar.
Soñaba, desde niño, con ser libre:
ser cíngaro o ser mar, tal vez paloma…
anhelaba volar,
volar,
volar,
ir sembrando la estela de su albura,
ir dejando prendidas devociones
defendiendo a sus pobres
en los caminos yertos de la Mancha,
en suelos andaluces o extremeños...
El trotador de de almas
halló en Fray Luis –su amigo- de Granada
el reverso de una moneda idéntica,
y juntos, con la fuerza
que la fe precipita entre sus elegidos,
arracimaron vida a los silencios;
lunas llenas, sus pasos,
candilearon sombras y senderos
de la mano de Dios; juntos, apasionados,
forjaron devociones y fervores
como quien forja el barro o la caricia,
y zancadillearon
inquisidores ojos y amenazas.
El Apóstol de almas
hilvanaba utopías y era feliz
acercando el saber,
dejando su semilla fundadora
en Baeza, en Priego…
haciendo que su verbo iluminado
fuera astrolabio que acercaba al pozo
de la fe.
Su entrega secular y su entereza
impulsaron sus pasos hacia otros horizontes,
hacia otros ojos nuevos que anhelaban su voz,
igual que mayo anhela el sueño de ser flor.
Fueron la luz, los campos, el aire de Almodóvar,
donde el joven Pastor, que luego fuera
Mensajero de Dios,
moldeó su entereza, aprendió
el arduo magisterio de la entrega,
recibió las primeras señales del Amado,
supo que el horizonte y las fronteras
eran, sin más, palabras,
desafíos.
Conviene, pues, llegar a este paisaje
con la mirada fresca
y el asombro dispuesto, porque acaso
(la Historia es una ola que se aleja y nos mira
para, tras un suspiro, rescatarnos)
detrás de alguna esquina nos sorprenda
el hálito de espuma,
la pisada silente del que fuera
Doctor –desde la entrega- de la Iglesia,
Apóstol –por amor- de Andalucía.

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