María Jesús Fernández Cordero descubrió, a través de su investigación sobre la historia de la predicación en la España Moderna, la profunda espiritualidad de san Juan de Ávila.
La predicación, entendida como acto espiritual, ha sido el motor de búsqueda de esta doctora en Geografía e Historia que completó el conocimiento de los escritos del Santo Maestro con la comprensión de la literatura espiritual para revelar al gran maestro de la espiritualidad sacerdotal.
Esta novedad espiritual para el sacerdocio es la principal motivación de los estudios posteriores de Fernández Cordero, que descubre en el Santo de Ávila el papel de los grandes maestros en el presbiterio de su época, una acción que desarrolla de manera discreta, a la vez que audaz y prudente hasta dar vida a las corrientes espirituales más fecundas de su tiempo.
En sus estudios, la historiadora hace emerger la figura de san Juan de Ávila, cuya biografía transcurre entre los tiempos del humanismo renacentista y los de la primera recepción de Trento, como la de un sacerdote que supo definirse ante las necesidades de reforma de la Iglesia con una vasta visión, lo que le permitió implicarse en tareas pastorales que van desde aconsejar a obispos o acompañar vocaciones sin desprenderse de su preocupación por la vida cristiana del pueblo.
El próximo 30 de junio, la autora de Juan de Ávila (1499?-1569). Tiempo, vida y espiritualidad participará en el III Congreso Internacional Avilista, previsto en Córdoba y Montilla del 29 de junio al 2 de julio, con la ponencia La escuela femenina avilista.
En esta conferencia desentrañará el papel de las mujeres como discípulas del patrono del clero secular español, colaboradoras destacadas en la difusión de sus escritos y de la corriente espiritual que él impulsaba.
—¿Qué significa la escuela femenina avilista?
—Bueno, en realidad esta expresión pretende evitar la identificación que se hace de Juan de Ávila con la llamada «escuela sacerdotal avilista» de un modo exclusivo y, a veces, también clerical. Aunque ambas expresiones habría que matizarlas, sí es importante sacar a la luz el papel de las mujeres como discípulas de Juan de Ávila: discípulas en cuanto que bebieron de su espiritualidad, fueron acompañadas por él, le tuvieron como guía y maestro, sin olvidar que él buscaba hacer discípulos de Cristo, no suyos. Además, contribuyeron a apoyar la corriente espiritual que él impulsaba y a difundir sus escritos. Hay una red de relaciones en las que ellas son importantes, pero no se las identifica apenas en la historiografía más que como mujeres que pasan por su itinerario vital, porque no tienen en común un ministerio, como les ocurre a los discípulos varones sacerdotes. Sin embargo, sí tienen en común beber de la espiritualidad avilista, orientarse por ella en su vida de fe, en un discipulado que no les quita el protagonismo de su propia vida, sino al contrario.
—¿Cómo contempla san Juan de Ávila la realidad social de la mujer de su tiempo?
—Se acerca a realidades muy diversas: casas señoriales, comunidades religiosas, beatas, mujeres casadas, mujeres sencillas, mujeres que practican con él la hospitalidad… Hay que decir que Ávila no fue un revolucionario respecto a la situación social, ni respecto a algunos de los valores entonces vigentes sobre la mujer (la castidad, el encerramiento, por ejemplo). Lo que le interesa es poner a la persona —hombre o mujer, y cualquiera que sea el lugar que ocupe en la sociedad— en relación con Dios. Yo subrayaría que cree en las mujeres como sujetos de una experiencia espiritual auténtica, propia, personal, digna de consideración y respeto, capaz de crecer con la práctica de la oración mental y el contacto con la Palabra hasta la madurez espiritual; y esto es importante cuando se van imponiendo discursos que minusvaloran e incluso desprecian esta experiencia o directamente la consideran sospechosa.
—¿Cómo ejerce su ministerio san Juan de Ávila respecto a Sancha Carrillo?
—Sancha Carrillo fue lo que Juan de Ávila llamaba una «hija de confesión»; fue en este sacramento donde se produjo su primer encuentro, que provocó una conversión radical y un replanteamiento de su futuro: de estar destinada a la corte como dama de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, a retirarse para lleva vida recogida (o beata) en su casa, dedicada a la oración, la penitencia y la caridad. Ella le pidió al Maestro que le escribiera unas «reglas de bien vivir», y ese es el origen del Audi, filia, el tratado espiritual más conocido del Maestro, fruto de esta relación de acompañamiento y de la experiencia de Ávila en la cárcel inquisitorial de Sevilla. Su hermano don Pedro Fernández de Córdoba, discípulo avilista y sacerdote, escribió un relato de su vida y, en él, Juan de Ávila aparece siendo para doña Sancha el instrumento divino de su conversión, mediador eclesial, confesor, teólogo, guía espiritual e intérprete de algunas de las experiencias espirituales que ella tuvo.
