Se reanuda la publicación Iglesiaen Plasencia y también yo reanudo con sumo gusto mi responsabilidad de pastor y maestro en estas páginas y, desde ellas, para otros muchos a través de Internet. Este curso, como no puede ser de otro modo, os prometo que será la fe el argumento en el que me centre especialmente, acogiendo dócilmente, y con mucho agrado y gratitud, la invitación que el Papa Benedicto XVI nos hace a los obispos a que ejerzamos nuestro magisterio con cartas pastorales que animen a los fieles en este año de gracia. Prometo, además, que haré una más amplia, que pueda servir de guía al programa diocesano que os ofreceré con motivo del Año de la Fe.
Por las razones que más tarde explicaré, en primer lugar quiero evocar la fe de María, la Madre de Jesucristo y Madre nuestra. Como ha recordado el Santo Padre en Porta fidei, la fe de la Madre de Dios se plasmó en toda su vida. Por eso nos la ha presentado como el modelo más acabado entre todos los ejemplos de fe que han tejido los dos mil años de historia de salvación vivida enla Iglesia. Ella, en efecto, es modelo de nuestra fe en camino, el que estamos recorriendo cada día desde que traspasamos el umbral que nos llevó a vivir en comunión con Dios. Con ella, nosotros hacemos mejor el recorrido de la fe, pues nos enseña a tener los ojos fijos en Jesucristo, como ella los tuvo a lo largo de todo su itinerario salvador: en su encarnación, en su muerte y en su resurrección.
“Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)” (PF, 13).
Cada paso de la fe de la Virgen es un precioso testimonio de cómo María encarna las palabras que más tarde escribirá Pablo sobre la fe: “Con el corazón se cree y con los labios se profesa” (1 Cor 10,10). El “sí” a la palabra de Dios, que le llegó pronunciada por Gabriel, es una profesión de sus labios que desencadena una cascada de gratitud por lo que María llevaba en el corazón. En cada palabra, en cada actitud, en cada gesto, en cada sentimiento, María nos muestra a lo largo de su itinerario de fe el rostro amoroso de Dios que lleva en su corazón. Así lo comprendió Isabel al acoger su precioso gesto de ternura de su visita y ayuda: recibió en María a la Madre de su Señor; descubrió el amor y la alegría de Dios en su vientre; supo desde el primer momento que había sido bendecida por la gracia del Señor; fortaleció su propia fe en la fe de María. “Bienaventurada tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Así lo escucharon de los labios de la Madre los apóstoles, que por el Espíritu Santo les abrió el corazón, y con ella creyeron que la palabra del Señor se había cumplido.
Pues bien, si traigo justamente ahora la fe inquebrantable deMaría esporque venimos celebrando a lo largo de estos últimos treinta días algunos de los misterios de la vida de la Virgen: su Asunción a los cielos, su realeza sobre todo lo creado, su Natividad santísima y sus Dolores de Madre asociada a la Pasión de su Hijo. Yo mismo he celebrado con vosotros la Asunción o el Tránsito en la Catedral, la Victoria en Trujillo, el Castañar en Béjar, nuestra Señora de las Angustias en Navalmoral de la Mata y, de un modo especial, la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura. Sé, por supuesto, que son muchas más las las advocaciones marianas que se celebran en nuestra geografía diocesana.
Es por eso ésta una muy buena ocasión para que, cuando abramos nuestro corazón ante María, no dejemos de decirle: “Bienaventurada tú que has creído…”. Os animo a que en estas palabras pongáis toda la fuerza del don de la fe que habéis recibido. Sólo así, al pasar vuestra oración por el corazón de María, volverá al vuestro y en cada uno de nosotros se hará realidad esta bienaventuranza de los creyentes.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia

Añadir comentario