“Mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 10, 39)
Señor Jesús, todos hemos cargado con algunos pesos a lo largo de nuestra vida. Algunos corresponden a la salud que hemos tenido que tutelar o a las enfemedades o discapacidades que nos han tocado en suerte.
Otras cargas menos visibles han oscurecido nuestros días y han hecho más largas y angustiosas nuestras noches. Malos recuerdos del pasado, desprecios y trampas que hacen penoso el presente y miedos que nos llevan a imaginar un futuro lastimoso.
Con todo, ese fardo no solo contiene nuestras pesadillas personales. Todos cargamos también con la responsabilidad de proteger la vida, el bienestar, la fama o la fe de nuestros hermanos, parientes y vecinos.
Todos decimos a veces que ya no podemos más. Buscamos apoyo a nuestro alrededor y no lo hallamos. Pero no debemos lamentar la indiferencia ajena. Una imprevista pandemia nos lleva a descubrir que también los demás son más débiles de lo que parece.
Tú, Jesús, sabes que somos muchos los que caminamos a trompicones por el mundo. Y a todos nos has invitado a acercarnos a ti. A todos nos has ofrecido descanso y alivio para el cuerpo y para el espíritu.
Algunos recordamos que nuestra gente solía ir a la fuente con un listón de madera, que, apoyado sobre sus hombres, ayudaba a cargar con los cubos o los cántaros de agua. Los antiguos lo llamaban el “yugo”.
Las gentes de tu pueblo ya sabían que el yugo de la sabiduría era ligero y llevaba a los fieles al dencanso y al descubrimiento de la misericordia del Señor (Eclo 51,25-29). Nosotros sabemos que solo tú eres la verdadera y definitiva sabiduría. Gracias a ella podremos llevar nuestras cargas.
Cremos que, aceptando el yugo de tu vida y tu mensaje, serán más ligeras nuestras cargas, ayudaremos a nuestos hermanos a llevar las que les corresponden y todos encontraremos el descanso que tú nos has prometido. Bendito seas, Señor.
