El que cren en mí, aunque muera, vivirá, por Eusebio Hernández Sola, obispo de Tarazona
Queridos hermanos y amigos: Celebramos este domingo, día 2 de noviembre, la conmemoración de los fieles difuntos. Tras la celebración de ayer, Todos los Santos, aquellos que han triunfado y viven para siempre con el Señor, hoy recordamos a aquellos hermanos nuestros que esperan la visión de Dios. Esta conmemoración anual responde a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma. Es, pues, un ejercicio de comunión y de caridad cristiana elevar en este día nuestra oración por ellos.
En este día todos los cristianos experimentamos dos sentimientos que no son contrarios sino complementarios. Por una parte, lo que expresamos en el prefacio de difuntos: la certeza de morir nos entristece; la muerte siempre es una incógnita, algo que nos preocupa ya que sabemos que hemos sido creados para vivir; nos entristece también no tener con nosotros a quien tanto hemos querido y que tanto nos han querido. Pero a la vez, hoy sentimos, con las palabras del mismo prefacio: nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. La vida cristiana tiene como horizonte la eternidad. La vida eterna colma todos nuestros deseos porque es la vida de Dios y para ella fuimos creados.
La vida eterna comienza ya aquí pues, cuando abrimos nuestra vida a Dios, es él mismo el que habita en nosotros, vida que alimentamos en la Eucaristía que es fuente de vida eterna: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día (Juan 6, 54).
La esperanza de la vida eterna se va haciendo más fuerte en nuestra existencia cuando vivimos como discípulos fieles de Cristo y vivimos en profunda comunión con el Padre y el Hijo a través de Espíritu Santo a quienes cada día queremos conocer, amar y servir con mayor intensidad.
Nuestra fe en la vida eterna no nos evita los problemas y dificultades de este mundo, pero sí que, en medio de las tinieblas y de la oscuridad, la luz de la fe nos conduce y nos guía. Tampoco la esperanza de la vida eterna nos aleja de los hermanos y de sus sufrimientos, más bien al contrario, nos da la posibilidad de servirlos con amor y generosidad porque la vida eterna nos ayuda a vencer el egoísmo y generosamente entregar nuestra vida que no termina con la muerte. Como nos dice San Juan es la garantía de que existe la vida eterna: Puesto que amamos a nuestros hermanos, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida (1 Juan 3,14).
En este día de los fieles difuntos elevamos nuestra oración por todos los fieles difuntos, lo hacemos con agradecimiento por todo lo que de ellos hemos recibido y a la vez sabiendo que ellos también interceden por nosotros.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona

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