Además de la ya sabida visita a Budapest para la clausura del 52º Encuentro Eucarístico Internacional, el Papa Francisco viajará en septiembre también a Eslovaquia. Ha sido el propio Pontífice quien lo ha anunciado hoy domingo, 4 de julio, tras el rezo del Ángelus. La Sala de Prensa de la Santa Sede ha confirmado momentos después el viaje, que tendrá lugar del 12 al 15 de septiembre. El Papa visitará las ciudades de Bratislava, Prešov, Košice y Šaštin. «El programa será publicado a su tiempo», dice el comunicado del Vaticano.
La posibilidad de que el desplazamiento a Hungría tuviese continuidad con una visita a Eslovaquia ya fue planteada por el propio Francisco en marzo, a su regreso de su viaje a Irak, aunque la confirmación de la misma no se ha producido hasta hoy. Otros posibles viajes papales que «suenan» son Líbano, Malta (el previsto en 2020 tuvo que ser aplazado por la pandemia) y Grecia.
El arzobispo de Budapest y primado de Hungría, cardenal Péter Erdő, ha puesto en valor el deseo del Papa de clausurar personalmente el Congreso Eucarístico, pues «en general —ha dicho— son los legados papales» los que lo hacen en su nombre. La última vez que un Papa viajó a Hungría fue en 1996, hace 25 años. Juan Pablo II visitó entonces Pannonhalma y Győr, siendo Budapest lugar de paso.
Antes del anuncio del viaje, Francisco ha expresado su preocupación por la situación de violencia que se vive estos días en Esuatini, la antigua Suazilandia, una pequeña monarquía fronteriza con Sudáfrica y Mozambique. El Papa ha pedido a sus dirigentes un esfuerzo para reconducir la situación a través del diálogo.
El asombro, el termómetro de nuestra fe
En su comentario al Evangelio de hoy (Mc 6,1-6), XIV Domingo del tiempo ordinario, el Papa ha pedido a los cristianos que se dejen sorprender y se abran a la novedad de Dios. El pasaje evangélico de este domingo habla de la incredulidad de los vecinos de Jesús cuando este vuelve a Nazaret, donde se había criado, y se pone a predicar en la sinagoga. «Conocen a Jesús, pero no lo reconocen», ha dicho el Papa. Lo conocen desde hace treinta años, pero «nunca se dan cuenta de quién es realmente Jesús». Rechazan su novedad. «No aceptan el escándalo de la Encarnación. (…) Sienten que es escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se oculte en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los gestos de un simple hombre. Aquí está el escándalo: la encarnación de Dios, su concreción, su “cotidianidad”».
El Santo Padre ha advertido sobre la práctica, tan común hoy, de etiquetar a la gente y sobre los prejuicios. «A menudo —ha dicho al hilo del comportamiento de los paisanos de Jesús— acabamos buscando la confirmación de nuestras ideas y esquemas en la vida, en las experiencias e incluso en las personas, para no tener que hacer nunca el esfuerzo de cambiar».
Y esto, que pasa con las personas, pasa también con Dios, ha insistido. «Creemos que conocemos a Jesús, que ya sabemos tanto de Él y que nos basta con repetir las mismas cosas de siempre». Y no es así. «Sin apertura a la novedad y, sobre todo —escuchen bien—, sin apertura a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que se extingue lentamente y se convierte en un hábito, en una costumbre social».
En nuestro recorrido de fe debemos sentir asombro, ha reiterado. «Es como el certificado de garantía de que ese encuentro es verdadero, no es habitual».
Es «más cómodo» tener «un Dios abstracto y distante» que no se entromete en las situaciones y acepta una fe alejada de la vida y los problemas; o creer en un Dios «con efectos especiales», que sólo hace cosas excepcionales. Pero no, «Dios se concretó en un hombre, Jesús de Nazaret, se hizo compañero de camino, se hizo uno de nosotros. (…) Y porque es uno de nosotros nos comprende, nos acompaña, nos perdona, nos ama… (…) Dios se encarna: Dios es humilde, Dios es tierno, Dios se esconde, se hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana».
Debemos estar atentos para que no nos pase hoy como a los paisanos de Jesús, que no lo reconocieron cuando lo tuvieron a su lado.
