La hermosura y la interpelación del más difícil viaje de Benedicto XVI a su Alemania natal
En el atardecer luminoso del domingo 25 de septiembre de 2011, en el aeropuerto de Larh, Benedicto XVI puso punto final a su tercera visita, y primera de carácter oficial, a su patria y se despidió de sus compatriotas con un acto de fe y confianza en el futuro del cristianismo en Alemania, impulsado sobre todo por las «pequeñas comunidades de creyentes» que con sus vitalidad y entusiasmo arrojarán luz en medio de una sociedad pluralista.
Aunque especialmente se haya dirigido a los católicos, el Papa, que dio asimismo a esta visita pastoral un importante contenido político, recalcó la importancia que para él tuvo su etapa en Erfurt, en la cuna de la Reforma, una parte de Alemania «en la que por decenios se intentó remover la religión de la vida de las personas», en alusión a la Alemania Democrática comunista.
Pero ¿cómo fue este viaje papal? ¿Cuáles fueron sus ejes, sus claves, sus acentos? ¿Qué balance se puede hacer de él? No es un ya tópico manido, ni una afirmación lisonjera, triunfalista o autocomplaciente: Benedicto XVI, con su visita apostólica a Alemania, volvió a escribir una de las más memorables páginas de su luminoso pontificado. Y quien lo dude, más allá las superficialidades, manipulaciones y banalidades varias con que buena parte de los medios de comunicación trataron el tema, que se adentre con paz y objetividad en los contenidos de este viaje, que la BAC publica en este tomo de su colección Documentos.
Cuatro claves, cuatro ejes
Sobre cuatro ejes fundamentales –el encuentro con la comunidad católica, la propuesta cristiana al mundo de la increencia, el ecumenismo y el diálogo con la sociedad política- ha girado, como ya adelantábamos las semanas precedentes, la tercera visita pastoral del Papa a su querida Alemania natal.
Como telón de fondo y base de los citados ejes o claves, Benedicto XVI viajaba a Alemania y desde ella a la entera humanidad para hablar de Dios, para mostrar que Dios existe y cómo es este Dios de los cristianos, a quien además solo se puede encontrar y seguir en plenitud y con garantías en su Iglesia. Esta intencionalidad principal del Papa, hermosa y significativamente expresada en este lema del viaje –«Donde esta Dios, ahí está el futuro»-, no es una obviedad ni una pertinencia lógicas, sino una necesidad y una osadía en tiempos, culturales y lugares donde se ha proyectado intencionada y denodadamente el eclipse de Dios. Y Alemania es paradigma de este eclipse, de esta apostasía silenciosa o práctica y, en buena medida también, de la búsqueda de respuestas mundanas, secularizadas y secularizantes de cara, supuestamente, a resolver la crisis de la Iglesia y de la fe.
Para responder a estas cuestiones, la luminosidad y sagacidad del magisterio de Benedicto XVI ha proyectado luz especialmente en sus tres homilías y en los sendos discursos que dirigió a dos instituciones de católicos alemanes. «La crisis de la Iglesia en Occidente –subrayó- es la crisis de la fe». Y el verdadero cambio necesario que precisa la Iglesia pasa por la fidelidad identitaria, la comunión con los sucesores de Pedro y los Apóstoles, el ardor misionero y le renovación espiritual desde las mismas raíces de la fe. Y ante los cantos de sirena y abandonos efectivos o teóricos, el Santo Padre ha recordado que permanecer y fructificar en Cristo para la vida del mundo es permanecer en la comunión y en la misión de su Iglesia. Y ello sin esconder la fe, ni limitarla a la esfera privada, sino dando testimonio público de su luz y de su esperanza.
También desde la seriedad, la responsabilidad y las exigencias de la fe y no desde fáciles y cosméticos consensos e intercambios estratégicos en busca solo del aplauso del mundo, abordó el Papa sus importantes citas ecuménicas, sobre todo en Erfurt –corazón de la Reforma Luterana- con la Iglesia Evangélica Alemana. «La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas». «¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe?». El motor del ecumenismo es la conversión y la santidad de vida, es la vivencia y el testimonio de la verdad de la fe. Amén de seguir ahondando, celebrando y avanzado en lo que nos une.
Clave esencial también de la visita papal a la hegemónica Alemania fue su encuentro con los representantes del poder político. Benedicto XVI hizo de nuevo historia con su sencilla presencia y su magistral discurso ante el Bundestag, el Parlamento Federal Alemán. En él encontramos un extraordinario testimonio a la clarificación y fundamentación del verdadero Derecho y de los principios intelectuales del Estado y a la aportación que a su desarrollo ha brindado a lo largo de los siglos el cristianismo. Con los mismos argumentos de algunos autores, este intelectual excepcional que es Joseph Ratzinger desmontó el vigente y asfixiante positivismo jurídico tan en boga. Y lo hizo desde la razón, el diálogo, el servicio y la apertura.
Del éxito de la JMJ 2011 Madrid a la difícil y querida Alemania
Tras haber cargado las pilas moral y espiritual, con el entusiasmo de más de un millón y medio de jóvenes de todo el mundo, en el caluroso agosto madrileño, el Papa se aprestaba, el 22 de septiembre a emprender el más comprometido viaje a su patria alemana, y afrontar criticas y protestas, donde le aguardaban varios retos, dos de ellos en el seno del propio catolicismo: el escándalo de los curas pederastas y la contestación teológica del poderoso movimiento «Nosotros también somos Iglesia», que preconiza el final del celibato obligatorio, el sacerdocio femenino y una mayor participación del pueblo cristiano en la elección de los obispos, así como la supresión de las restricciones eucarísticas a los católicos divorciados vueltos a casar.
Ya fuera de la Iglesia católica, el diálogo ecuménico con el luteranismo y la dura oposición de sectores laicistas al margen de la Iglesia, defensores, entre otras cosas, del matrimonio homosexual y contrarios a la presencia pública de la religión, como señas de identidad del progresismo social.
Consciente de esta oposición, y durante el vuelo desde Roma a Berlín, el Papa afirmó no tener «nada en contra de una contestación que se manifieste de forma civilizada», y mostró igualmente su comprensión ante el aumento de deserciones de católicos alemanes: «puedo comprender que frente a crimines como los abusos sobre menores cometidos por sacerdotes, si las victimas son personas cercanas uno diga: ésta no es mi Iglesia, la Iglesia es una fuerza de humanización y moralización y si ellos mismos hacen lo contrario yo no puedo permanecer ya con esta Iglesia».
El Papa se presentó en su país desde el afecto y la responsabilidad, desde su deseo de comprensión del otro -típico del fino intelectual- y desde el ardor apostólico de quien se sabe principal garante de la unidad de la Iglesia. Y ante críticas y problemas, Benedicto XVI se manifestó comprensivo con quienes abandonan la Iglesia –y en Alemania ha sido muchos, en los últimos tiempos– a causa, sobre todo, de la pederastia de miembros del clero, y por otro lado insistió en que un auténtico cristiano no debe abandonar «la red del Señor» por el hecho de que en ella haya «peces malos».
Un Papa en el Reichstag
El Reichtstag es el edificio emblemático del poder en Alemania, A veces, incluso, del peor y más diabólico poder. Está situado en el entorno de la hermoso e histórico Paseo de los Tilos y no lejos de la menos bella y sobre todo significativa Puerta de Brandenburgo, en el corazón, pues, del actualmente deslumbrante Berlín. En el Reichstag hallan su sede actualmente las dos cámaras del parlamento federal alemán (Bundesrat, la cámara baja, y el Bundestag, la cámara alta) , expresión, pues, del verdadero poder, de la soberanía popular.
En el Bundestag berlinés, donde le aguardaban el presidente federal Christian Wulff y la cancillera Angela Merkel, arrancó, con sus palabras, las ovaciones de un auditorio en el que le aplaudieron hasta representantes de los verdes y de la izquierda, pese a que en vísperas de su visita un centenar de parlamentarios de la oposición (la mayoría ex comunistas) habían anunciado su intención de boicotear la intervención del Papa, en protesta por la interferencia de una autoridad religiosa en la asamblea parlamentaria.
El Papa fue acogido con un minuto y medio de aplausos de los parlamentarios, puestos en pie. Su discurso fue interrumpido por los aplausos en dos ocasiones, cuando habló del movimiento ecologista como «un grito que no se puede ignorar», y suscitó las risas de los Verdes al decir que «no hago propaganda de ningún partido político», y cuando se refirió a «servir el derecho y combatir el dominio de la injusticia» como tareas propias de los políticos, cuyos criterios últimos no deben ser «ni el éxito ni tanto menos el provecho material», sino la justicia y el derecho. A este propósito citó una frase de San Agustín según el cual «suprimido el derecho» nada distingue al Estado de una banda de forajidos.
El Papa habló de la triste experiencia vivida por el pueblo alemán, de la separación del poder del derecho, cuando el Estado se convirtió en «instrumento para la destrucción del derecho», citando, a este propósito, a Adolfo Hitler, «un ídolo pagano que quería presentarse como sustituto del Dios bíblico, Creador y padre de todos los hombres».
Seguramente, Benedicto XVI debió sorprender a parte de su auditorio al afirmar que «contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo jamás ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación», sino que situó las verdaderas fuentes del derecho «en la naturaleza y la razón, en su correlación». Unas fuentes de las que se aleja el positivismo jurídico de los dos últimos siglos, que «no es capaz de percibir nada más que lo que es funcional».
Asimismo, el Papa incluyó una alusión al movimiento ecologista como impulsor del respeto a la dignidad de la tierra, aunque sin olvidar la «ecología humana», que comporta el respeto a las personas, a su vida y a sus derechos.
Encuentro con judíos, musulmanes y políticos
Después de su discurso, y en una de las salas del Reichstag, el Pontífice alemán se reunió con los principales representantes de la comunidad judía alemana a quienes recordó que se encontraban en un lugar central «de una espantosa memoria», pues desde aquí se programó y organizó la «Shoah» (Holocausto), el exterminio de todos los ciudadanos judíos de Europa. Edificio también de triste recuerdo para los comunistas, cuyo incendio (planificado por Hitler) sirvió de pretexto para ilegalizar su partido.
El presidente alemán, en presencia del Papa, había destacado la importancia del papel que la resistencia cristiana jugó ante la barbarie nacionalsocialista. En su reunión con la canciller Angela Merkel, hija de un pastor protestante, en la Academia Católica, sede de la Conferencia Episcopal Alemana, el Papa abordó la crisis financiera global y la situación de los mercados de divisas como parte de las preocupaciones que hoy por hoy «atañen también al Papa».
Este turno de encuentros “extraeclesiales”, los completó Benedicto XVI en la mañana del viernes 23 de septiembre al recibir a representantes de la Comunidad Musulmana en Alemania, para quien pidió un expreso reconocimiento jurídico.
Asimismo, ya en Friburgo de Brisgovia, a primera hora de la tarde del sábado 24, el Papa se entrevistó con el excanciller alemán Helmut Kohl, el gestor de la reunificación alemana tras la caída, en noviembre de 1989, del Muro de Berlín.
En la cuna de la Reforma Luterana
Ya al comienzo de su visita, el Papa había destacado como punto fuerte de su viaje su encuentro con «nuestros amigos, hermanos y hermanas protestantes», en Erfurt, cuna de la Reforma luterana. En su convento agustino, el fraile Martin Lutero permaneció desde 1505 a 1511; allí cultivó en profundidad el estudio de la Sagrada Escritura, inició su camino teológico y comenzó a rumiar su proyecto reformador que acabaría trastocando el mapa religioso de Europa.
El viernes 23 de septiembre, segundo día de su visita, Benedicto XVI, el primer Papa alemán después de la Reforma, acabó declarando su emoción al encontrarse sentado junto al altar donde el joven Lutero cantó misa, en 1507, del que elogió «la pasión profunda, motivo de su vida y de su entero camino» por la «cuestión sobre Dios». Su candente e insistente pregunta de «cómo me encuentro ante Dios», afirmó el Papa, «debe convertirse de nuevo, y en cierto modo de forma nueva, también en nuestra pregunta». Un homenaje, el del Papa a Lutero, que el pastor Nikolaus Schneider apreció como una revalorización de su figura, aunque confiaba en que en esta visita se produjesen «gestos concretos» de mayor acercamiento.
El Papa, que ya había estado en Erfurt, siendo cardenal, fue recibido afectuosamente por la obispo luterana de Alemania Central, Ilse Junkerman, y por Nikolaus Schneider, presidente del Consejo de las Iglesias evangélicas alemanas. En su encuentro con los obispos luteranos y en la celebración ecuménica, el Papa destacó que lo más importante para el ecumenismo es «no perder de vista las grandes cosas que tenemos en común», y no limitarnos a «lamentar las divisiones y separaciones». Un servicio común –afirmó el Obispo de Roma– que deben dar a la sociedad católicos y luteranos es el de «dar testimonio juntos, en esta época de la presencia del Dios vivo» ante un mundo marcado por la secularización, la descristianización y el avance de las sectas con su bagaje «poco racional».
El presidente de los luteranos alemanes propuso al Papa celebrar conjuntamente el quinientos aniversario del comienzo de la Reforma, en 2017, con una «fiesta común de la confesión de la fe en Cristo».
Con cinco víctimas de pederastia
En el curso de su visita en Erfurt, el Papa recibió, en la tarde del viernes día 23, a un grupo de víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos, con quienes mantuvo un coloquio de una media hora, y cuyo testimonio «conmovió» a Benedicto XVI. El Papa les mostró su «profunda compasión y su profunda amargura por todo lo que ha sido cometido con ellos y con sus familiares» y les aseguró que los que tienen responsabilidad en la Iglesia «están muy decididos a afrontar cuidadosamente todos los crímenes de abusos y se empeñan en promover medidas eficaces para la protección de niños y jóvenes».
Es la quinta vez en el curso de sus viajes que el Papa Benedicto XVI recibe a víctimas de abusos sexuales por clérigos. En 2008 fue en Washington y Sídney, y en 2010 en Malta y Londres.
Dos incidentes solo para llamar la atención
La segunda jornada de Erfurt, sábado 24 de septiembre, comenzó con la celebración de una misa al aire libre y luminoso, en la plaza de la catedral, bien concurrida de fieles.
Dos horas antes, un desequilibrado disparó a dos guardias de seguridad, dos horas antes de la eucaristía, en la plaza mayor, que el Papa presidió. El agresor disparó desde medio kilómetro de distancia con una carabina de aire comprimido. El hombre explicó que sólo quería protestar por el corte de tráfico de las calles y el exceso de presencia policial. El Papa fue informado al final de la misa.
Y el domingo 25, un periodista italiano, no tuvo otra mejor información que publicar, en un diario milanés, que Benedicto XVI tenía pensado dimitir al cumplir, el próximo 16 de abril, 85 años. Tal «boutade» –por no decir estupidez, carente de cualquier rigor y fuente solvente- no solo fue desmentida por el portavoz vaticano, Federico Lombardi, sino también por la obviedad de la buena salud del Papa, muy por encima de lo habitual cuando se superan los 84 años de edad.
Por lo demás, en la hermosísima homilía de la misa de Erfurt, celebrada en la memoria de Santa Isabel de Turingia, Benedicto XVI afirmó que la dictadura «negra» de los nazis y la «roja» de los comunistas han sido una «lluvia ácida» con efectos desastrosos. En efecto, buena parte del territorio de la antigua Alemania comunista (entre ella la región de Turingia a la que pertenece Erfurt) es tierra con una población mayoritariamente atea o agnóstica.
La católica Friburgo
Tras la «atea» Berlín y la «protestante» Erfurt, y en un vuelo de menos de media hora, el Papa recaló en la «católica» Friburgo de Brisgovia, la bella ciudad de la Selva Negra, en el estado alemán de Baden-Wurtenberg. Y allí fue acogido por el cariño de una población mayoritariamente católica, a la sombra de la catedral gótica, preservada de los bombardeos.
Fue en esta tierra católica donde el Papa dirigió sus elogios y también sus críticas más directas a los fieles y al clero alemán. Durante una vigilia de oración, con unos 20.000 jóvenes, el Papa fue al grano, advirtiéndoles que «pese al progreso técnico, el mundo en que vivimos no se vuelve mejor, ya que continúan las guerras, el terror, el hambre, las enfermedades, la pobreza y la represión despiadada». Un cuadro ante el cual «no debemos callar un mal que existe», invitándoles a que, por el contrario, transformen el mundo «permitiendo que el fuego de Cristo arda en vosotros».
En su encuentro con el poderoso Comité Central de los Católicos Alemanes (ZDK) el Papa alemán daba esta visión de su país natal: «bienestar, orden y eficacia», pero también «pobreza en lo que concierne a las relaciones humanas y pobreza en el dominio religioso», y explicó esta situación por el «relativismo subliminal que penetra todos los dominios de la vida», el «individualismo» y la «tibieza» de ciertos cristianos. Ya a los jóvenes católicos les había advertido que «el prejuicio no proviene de los adversarios de la Iglesia, sino de los cristianos tibios».
A las propuestas de reformas en la Iglesia presentadas por los sectores «progresistas» del clero y el laicado, el Papa afirmó que lo que la Iglesia necesita es renovación interior («Cambiémonos usted y yo», como dijo la beata madre Teresa de Calcuta) y pobreza, buscando «nuevas vías de evangelización», no «escondiéndose en una fe sólo privada» sino comprometiéndose en «la misión», aliándose con cristianos de otras confesiones para hacer frente a la secularización de las sociedades occidentales y «proteger la vida humana, desde la concepción a la muerte natural».
Por la mañana del domingo 25, en la misa celebrada en el aeropuerto de Friburgo, en presencia de los obispos de las 27 diócesis alemanas, el Papa habló a decenas de miles de fieles de la necesidad de una «fe renovada» y de una «conversión» y apeló a que los católicos alemanes no se queden en una fe vacía que no interpela ya al corazón. En este sentido, aseguró que «un agnóstico que no encuentra la paz por la cuestión de Dios y tiene deseo de un corazón puro está más cerca de Dios que los fieles rutinarios que ya sólo ven en la Iglesia el aparato, sin que su corazón quede tocado por la fe».
Ortodoxos, seminaristas y laicos
Igualmente, la ciudad de Friburgo asistió a otros tres encuentros del Papa, encuentros bien significativos. En la tarde del sábado 24, mantuvo una cordial y fraterna reunión con representantes de la Iglesia Ortodoxa en Alemania, a quienes recordó, en primer lugar, que es precisamente la Ortodoxia la Iglesia más próxima a la Católica y se puede confiar en que esté lejano el día de la plena comunión y unidad. Asimismo, Benedicto XVI expresó sus mejores votos ante un anunciado concilio panortodoxo, e insistió en la necesidad de que prosiga el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos, sobre todo a propósito del Primado del Papa, en realidad la única cuestión pendiente y que imposibilita por ahora la plena reconciliación.
Con seminaristas alemanes, el Papa más que un discurso mantuvo un diálogo. Amén de recordar y ánimo los principios básicos de la vocación y de la formación sacerdotal y de las exigencias espirituales, disciplinares y pastoral del ministerio, Benedicto XVI no quiso eludir una cuestión espinosa: el movimiento Somos Iglesia. Merece la pena transcribir este pasaje pronunciado por Benedicto XVI sin papeles, directamente desde el corazón: «Nosotros somos Iglesia, sí, es verdad… pero el “nosotros” es más amplio que el grupo que lo está diciendo; el “nosotros” es la entera comunidad de los fieles, de hoy, de todos los lugares y de todos los tiempos. En la comunidad de los fieles… no puede jamás darse una mayoría contra los apóstoles y contra los santos: esa sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia, ¡seámoslo!, ¡seámoslo precisamente en el abrirnos y en el andar más allá de nosotros mismos, siéndolo junto a todos los demás!».
Y por último, antes de su despedida, el Papa se encontró con el grupo de los católicos alemanes comprometidos con la Iglesia y con la sociedad. Sus palabras, en el Centro de Congresos de Friburgo, fueron continuación de su discurso del día anterior a la ZDK. Fueron una acción de gracias por el bien que realizan y también un toque de alerta ante mundanizaciones y secularizaciones varias a las que, muchas veces en aras a la eficiencia y al querer sintonizar con lo política, social y culturalmente correcto, sucumbir. La verdadera crisis de la Iglesia en Occidente es una de fe. Y solo desde la fe seria, responsable y coherente –la fe en Jesucristo y en la comunión y en la misión de la Iglesia- se puede dar respuestas, ser evangélicamente fecundos y creíbles.
Una prodigiosa catequesis sobre el Dios de los cristianos
Los viajes papales –afirmó Benedicto XVI en un mensaje televisivo en las vísperas de su viaje, que también publicamos en este libro- «no son turismo religioso, ni un show», sino oportunidades evangelizadoras para mostrar la existencia, la grandeza, la belleza y la necesidad de Dios.
Y así fue también este memorable periplo alemán: hablar de Dios, de la belleza y de la verdad del Dios de los cristianos. Y hablarlo y comunicar a todos: cristianos católicos y no católicos, agnósticos, ateos, indiferentes, críticos. Esta fue, sí, la esencia de la tercera visita apostólica a Alemania del Papa alemán. Por más o por menos que digan, silencien o manipulan los de siempre.
Jesús de las Heras Muela
Director del semanario ECCLESIA y de ECCLESIA Digital

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