Con motivo de la celebración del V Congreso Mundial de los Oblatos Benedictinos el papa Francisco ha recibido a sus participantes, ante los que ha destacado los rasgos más importantes de este carisma. Según Francisco, el carisma benedictino se podría resumir en la siguiente frase de San Benito: «un corazón dilatado por la indecible soberanía del amor».
Un corazón dilatado, ha destacado el Santo Padre, que «ha construido la espiritualidad del mundo occidental y que se ha difundido después a todos los continentes» y que «es el secreto de la gran obra de evangelización que el monacato benedictino ejerce».
Esta vida se concreta en tres aspectos que ha querido recoger el Pontífice. El primero es la búsqueda constante de Dios y de las maravillas que Él hace. Algo que los benedictinos hacen «en la contemplación de lo creado, en el dejarse interrogar por los sucesos cotidianos o en el vivir como oración y trabajo».
El segundo aspecto es la pasión por el Evangelio. «La vida de quien se entrega a san Benito es donada, llena intensa -ha señalado Francisco- vosotros estáis llamados a transformar el lugar donde vivís, en el contexto de cada día, actuando como la levadura en la pasta, con competencia y responsabilidad y al mismo tiempo con compasión». En este sentido, ha recordado el Concilio Vaticano II cuando indica que rol de los laicos en la Iglesia es la llamada a «buscar el reino de Dios tratando las cosas temporales y ordenándolas según Dios».
Todos los frutos de la Orden Benedictina han nacido de la pasión por el Evangelio, ha explicado el Papa, algo con gran actualidad hoy, porque «en un mundo globalizado pero fragmentado, frío y dedicado al consumismo, en contextos en los que las raíces familiares y sociales parecen a veces casi disueltos, no necesitamos cristianos que señalen con el dedo, sino testimonios apasionados que irradian el Evangelio “en la vida a través de la vida”». Sin embargo, «la tentación es siempre pasar de ser “cristianos testimonio” a “cristianos acusadores”».
Por último, Francisco ha destacado la hospitalidad benedictina, a la que san Benito dedica un capítulo entero en la Regla, que empieza diciendo: «todos los huéspedes que llegan al monasterio son recibidos como Cristo».
El Papa les ha invitado a continuar dilatando el corazón y a consagrarlo cada día al amor de Dios, no dejando nunca de buscarle, testimoniarlo, y de acogerlo.
