En una visita pastoral, en un encuentro con familias de iniciación cristiana, un niño me preguntó quién era el padre de Jesús. Yo, con sencillez, dije que era san José. Al terminar el encuentro con los niños, discretamente se acercó a mí una catequista y me dijo que había respondido mal a este niño, que debía haber dicho que el padre de Jesús era Dios, no san José. Evidentemente, le respondí que no quería en absoluto negar la virginidad de María. Ciertamente san José no es el padre biológico de Jesús. Pero ¿no podemos acaso decir que san José es verdadero padre de Jesús?
Como señala el Papa Francisco en Patris Corde 1, «la grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús». San José fue verdadero padre de Jesús, representación para él del Padre Eterno, paternidad que no queda agotada ni por la paternidad biológica, ni por la legal ni por la espiritual, pero a la que todas ellas apuntan de diversa manera.
La paternidad de San José se manifestó en diversos aspectos y uno de ellos fue el de ser educador de Jesús. Como nos recuerda san Lucas en su evangelio, tras el episodio de la visita de Jesús al Templo a los doce años junto a sus padres, María y José, «él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos» (Lc 2, 51). Si nos fijamos en José fue verdadero educador de la humanidad de Jesús, propiamente su formador. A partir de este dato, podemos hacer una pequeña reflexión dirigida a rectores y formadores de seminarios, pero también a todos aquellos sacerdotes, consagrados y laicos que acompañan a jóvenes en el camino del discernimiento y la formación vocacional. La figura de san José iluminará nuestra tarea de acompañantes, ya que acompañar a un joven en el camino de la respuesta vocacional es ser representación del Padre que llama y envía a la misión.
En primer lugar, al mirar la forma de educar de san José, podemos pensar en un padre con una presencia sólida y discreta. Como recordamos los obispos de la Comisión Episcopal para el Clero y los Seminarios en el mensaje que hemos escrito para la solemnidad de san José, este fue un hombre discreto, valiente y humilde, del cual la Sagrada Escritura no señala una sola palabra. La educación del padre está entretejida de obras y palabras, pero se hace especialmente profunda en el testimonio de una vida fielmente entregada. Así, a través de su ejemplo podemos intuir cómo san José educó a Jesús en la carne, dándole a conocer la grandeza del ser humano en su sencillez. Podemos ver también cómo esta formación fue integral: «Jesús iba creciendo en sabiduría, estatura, y gracia» (Lc 1, 52). De aquí podemos sacar algunos aspectos referidos a las distintas dimensiones de la formación.
San José formó a Jesús en su dimensión humana, principalmente a través de su humanidad virtuosa y madura. Podemos pensar en José como un educador maduro y equilibrado, que no se dejaría llevar por egocentrismos, sino que pondría toda su vida al servicio de la humanidad del Salvador, animándole, sosteniéndole en la dificultad y corrigiéndole cuando fuera necesario. Para Jesús, ver a su padre era, sin duda, ver a aquel padre, imagen excelsa de amor maduro, del que nos hablará, por ejemplo, en la parábola del padre misericordioso. Un padre que no se busca a sí mismo, sino que sabe esperar y sale al encuentro de sus hijos para curar sus heridas e introducirles en la alegría de la casa. Este amor maduro será la mejor enseñanza que nosotros, formadores, podremos dar a los seminaristas.
San José formó a Jesús en su dimensión espiritual. María ya había enseñado a Jesús a rezar desde niño. Pero es muy posible que también Jesús aprendiera de su padre a retirarse de las multitudes para dirigirse al Padre que está en los cielos. Podemos imaginar a Jesús caminando con san José de pueblo en pueblo, y pasando muchas noches al raso. Jesús, al despertarse, vería que su padre no estaba ya durmiendo a su lado, sino que se habría separado a un tiro de piedra para, sin perder de vista a su hijo dormido, dirigirse a aquel que se lo había encomendado. ¿Cómo no pensar en san José orando intensamente, elevando las manos al cielo y preguntando al Padre Eterno cómo formar a aquel que Él mismo había puesto en sus manos? La mejor forma de enseñar a los vocacionados a rezar es que ellos nos vean rezar, conscientes de que no tenemos todas las respuestas y hemos de dirigirnos al Señor para pedirle que nos ayude con su gracia a formar y discernir a aquellos que Él nos ha entregado.
San José formó a Jesús en su dimensión intelectual. Si la misión de san José consiste en dar el nombre a Jesús, en introducirlo en las tradiciones de su pueblo, podemos suponer que muchas de las parábolas que llenan los evangelios recogen historias que san José pudo contar a Jesús en tantas horas caminadas y tantas veladas a la luz de la luna y las estrellas. San José enseñó a Jesús las historias que conocía sobre la vida de los hombres, desarrollando así su imaginación, su memoria, su inteligencia. El diálogo vivo y abierto, la confrontación de pareceres entre los candidatos al sacerdocio y quienes los acompañan es un acicate vivo para la formación intelectual, que no ha de reducirse a la acumulación de conocimientos para pasar un examen, sino que requiere profundidad y conexión con la vida de los hombres que solo se alcanza a través de un continuo diálogo.
San José formó a Jesús en su dimensión pastoral. Jesús es reconocido como hijo de José, precisamente por su trabajo. «La gente decía ¿no es el hijo del carpintero?» (Mt 13, 55). Jesús acompañó a su padre como aprendiz a lo largo de los pueblos de Judea y Galilea. Así aprendió no solo la fatiga del trabajo, sino a establecer relación con los hombres y sus familias. De José aprende Jesús el verdadero arte pastoral para establecer relaciones de confianza que abra el corazón de las casas al evangelio anunciado. Así enseñará también Jesús a sus discípulos, recomendándoles: «Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz, y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz» (Cf. Mt 10, 11-12). ¿Cómo no reconocer en estos consejos los dados por san José a su hijo? La formación pastoral de nuestros seminaristas pasa porque ellos nos vean en relación con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, acogiéndolos y entregándonos a ellos para comunicarles la Buena Noticia de la Salvación.
Que la presencia discreta de san José a través de los formadores y demás acompañantes vocacionales vaya conformando la vida de los candidatos al sacerdocio a la de Nuestro Señor.
Jesús Vidal Chamorro
Presidente de la Subcomisión Episcopal para los Seminarios y obispo auxiliar de Madrid
