El misterio de la Navidad y la vida cristiana, por Vicente Jiménez, arzobispo de Zaragoza
Queridos diocesanos:
Celebramos el domingo segundo después de la Navidad. La Liturgia de la Iglesia y el ambiente festivo nos invitan a meditar de nuevo en el misterio de la Navidad y la vida cristiana. No es lo mismo la Navidad que las navidades. Navidad es la conmemoración anual del misterio de un Dios que se hace hombre en las entrañas purísimas de la Virgen María. Es la celebración asombrada y agradecida del paso del Señor por la historia de los hombres. Las navidades vienen a ser un carrusel de festejos, una traca de sentimientos, bajo cuya fronda laica y comercializada resulta cada vez más difícil reconocer el rostro de la verdadera Navidad. Los árboles de las navidades no dejan ver el bosque de la Navidad.
Navidad: celebración del misterio de la Encarnación. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (Jn 1, 14). Esta afirmación del prólogo del evangelio de San Juan es la gran obertura de la sinfonía teológica de la Navidad. En Cristo la Revelación de Dios logra su plenitud. Es total y definitiva. Es el Verbo, la Palabra en la que Dios se dice; la Imagen en la que se expresa; el Mensaje y el Mensajero.
Nuestra participación en el misterio. Uno de los grandes temas de la Navidad es el “admirable comercio”: el intercambio maravilloso, del que hablan los Santos Padres. El Hijo de Dios se hace hombre, para que el hombre participe de la naturaleza divina. La Navidad es el misterio del compartir. Es la teología de la gracia. San León Magno, teólogo de la Navidad, escribe: “reconoce, cristiano, tu dignidad…has sido hecho partícipe de la naturaleza divina”. Esta participación divina es una realidad adquirida ya, pero todavía no plenamente lograda. El orden indicativo del ser ontológico reclama el orden imperativo del obrar moral: actúa conforme a lo que ya eres.
Se encarnó de María, la Virgen. “El tiempo de Navidad es una conmemoración prolongada de la maternidad divina, virginal y salvífica, de aquella cuya virginidad inviolada dio al Salvador del mundo” (Pablo VI, Marialis Cultus 5). El día 1º de enero, en el umbral de un Nuevo Año, la Iglesia ha celebrado la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, Madre de Aquel que “es nuestra Paz” (Ef 2, 14). Todavía está reciente la Jornada Mundial de la Paz, que hemos celebrado el 1º de enero con el lema propuesto por el Papa Francisco para este año: Nunca más esclavos, sino hermanos.
Navidad y familia. La salvación de Dios se ha hecho presente a través de una experiencia de familia. Por eso la Navidad es tiempo de familia, donde hay siempre un sitio libre en el hogar y una silla a punto, la mesa preparada, “caliente el pan y envejecido el vino”. En Navidad dirigimos nuestras miradas y elevamos nuestros corazones a la Sagrada Familia de Nazaret, “para que nuestras familias sean fieles a sus deberes diarios, para que sepan soportar las dificultades de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas (Juan Pablo II, Familiaris Consortio 86).
Navidad cristiana para todos. En este ciclo navideño, me dirijo a todos para exhortaros a vivir cristianamente la Navidad. A vosotros, niños, que sois los grandes protagonistas de estas fiestas. Sois la más hermosa y viva imagen del Niño Dios, el Enmanuel, el Dios con nosotros. A vosotros, mayores y ancianos. Lo vuestro son los silencios y la sabiduría de los años. Mi saludo navideño va lleno de reconocimiento y esperanza. De vosotros aprendimos a vivir este misterio y esta hermosa tradición familiar. No os sintáis un estorbo. Os queremos. Cada día tendréis algo nuevo que enseñar o que aprender. No importan los años. Lo que hay que temer es la vejez del alma. Sed felices, queridos mayores y ancianos, especialmente en Navidad. A todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, a los que gozáis y a los que sufrís por el peso del dolor o la enfermedad, por las consecuencias de la grave crisis económica y social, porque Dios os ama a todos. Para todos envió a su Hijo Jesucristo, el gran regalo para los hombres, el beso de ternura y misericordia de Dios a la humanidad.
Todos celebramos cristianamente la Navidad y no sólo las navidades: si creemos en el anuncio del ángel; si nos acercamos al pesebre; si hemos preparado la cuna para que el Niño Dios nazca en nuestros corazones; si no sólo hacemos el Belén, sino que somos un belén viviente, “casa del pan” para el pobre y el desvalido, para el parado y el inmigrante; si llevamos un poco de luz en la noche obscura del mundo; si somos constructores de la paz en medio de un mundo dividido por las guerras y discordias. Sigamos celebrando, queridos diocesanos, la Navidad, fiesta de gozo y salvación.
Con mi afecto y bendición,
+ Vicente Jiménez
Arzobispo de Zaragoza

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