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El Año de la Fe y la renovación de nuestra iglesia diocesana, por Vicente Jiménez Zamora, obispo de Santander

 Introducción: El Año de la fe, tiempo de gracia

  Queridos sacerdotes, diáconos, miembros de vida consagrada y fieles laicos:

“La puerta de la fe” (cfr. He 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros”[1].

Con estas palabras iniciales de la Carta Apostólica Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre el Papa Benedicto XVI convocaba el Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, fecha del 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Con la promulgación de dicho Año de la fe, el Papa Benedicto XVI, Sucesor de Pedro, propone a toda la Iglesia lo más importante del programa de su pontificado: “La exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”[2]. El Año de la fe se propone una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor Resucitado, capaces de señalar la puerta de la fe a tantos que están en búsqueda de la verdad.

 

Por encargo del Papa Benedicto XVI, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Nota con indicaciones para el Año de la fe, publicada el 6 de enero de 2012, hacía propuestas para vivir este tiempo de gracia en el ámbito de la Iglesia universal, de las Conferencias Episcopales, de las Diócesis, y de las parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos. Por lo que se refiere a las Diócesis, se sugería en la citada Nota  la conveniencia de que cada Obispo dedicara una carta pastoral al tema de la fe, recordando la importancia del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, teniendo en cuenta las circunstancias específicas de la porción de los fieles a él confiada.

 

Con sumo agrado acojo esta sugerencia y ofrezco a todos los diocesanos, sacerdotes, diáconos, miembros de vida consagrada y fieles laicos, esta carta pastoral titulada El Año de la fe y la renovación de nuestra Iglesia Diocesana. Así lo indica nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013.

 

La Conmemoración Jubilar Lebaniega, que hemos celebrado a lo largo de este año 2012, ha sido una buena preparación en nuestra Diócesis para disponernos a vivir los acontecimientos de la Iglesia universal y particular como un kairós, es decir, un tiempo de gracia y salvación, en el que Dios nos llama a todos, pastores y fieles, a una profunda renovación de nuestra fe y vida cristiana. Estemos atentos para escuchar la voz del Señor y poner en práctica lo que el Espíritu Santo dice a nuestra Iglesia (cfr. Ap  2, 7)[3].

 

Todos somos conscientes de los problemas y desafíos que debe afrontar hoy la fe y sentimos más que nunca la actualidad de la pregunta de Jesús: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lc 18, 8). Por ello, si la fe no se renueva y fortalece, convirtiéndose en una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro personal con Jesucristo, todas las demás reformas y cambio de estructuras serán ineficaces.

 

El Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos grandes acontecimientos, que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II y los veinte años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Por eso, descubrir la naturaleza de la fe como experiencia viva del encuentro con Cristo; presentar la gran fuerza renovadora del Concilio Vaticano II; y proponer el Catecismo de la Iglesia Católica al servicio de la catequesis, son los tres apartados de la presente carta pastoral, que quiero que sirva como horizonte de fondo para la realización de nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013. Espero y deseo que este Año de la fe renueve en profundidad nuestra Iglesia Diocesana de Santander. Así lo pido con fuerza al Señor, por intercesión de la Virgen María, peregrina de la fe y estrella de la nueva evangelización.

 

 

I.  LA FE, EXPERIENCIA VIVA DEL ENCUENTRO CON CRISTO

 

1.    Crisis de fe y reacción

 

Con la convocatoria del Año de la fe, el Papa Benedicto XVI está llamando a toda la Iglesia a un tiempo para renovar y fortalecer la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. En los ambientes de vieja cristiandad, la fe no puede darse por supuesta. “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y prácticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas” [4].

 

Más aún, existe un analfabetismo religioso. “En el encuentro de los cardenales con ocasión del último consistorio, varios Pastores, basándose en su experiencia, han hablado de un analfabetismo religioso, que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente. Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar, por tanto, a ser capaces de escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”[5].

 

Todo lo cual se une para llevar a muchos de nuestros cristianos a vivir una apostasía silenciosa [6],  hasta el punto de vivir como si Cristo no existiera[7].

 

Ante esta situación, brevemente apuntada, es necesario que los creyentes activemos nuestra experiencia de fe; una fe que no sólo sea capaz de sostener nuestra vida de cristianos, sino que pueda ser propuesta a los que buscan sentido y compañía en su vida. “Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe […]. Como afirma San Agustín, los creyentes “se fortalecen creyendo” […]. Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios” [8].

 

Es necesario, pues, reaccionar ante esta situación de crisis y debilidad de nuestra fe como nos urge el Papa desde el comienzo de su pontificado: “La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” [9]. La Iglesia siente que es su deber lograr imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras para hacer audibles también en nuestros desiertos la palabra de la fe, que nos ha regenerado para la vida verdadera en Dios.

 

Esperamos que con el Año de la fe y a partir de la celebración del Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, “crezcan en la Iglesia el coraje y las energías en favor de la nueva evangelización, que lleve a redescubrir la alegría de creer, y ayude a encontrar nuevamente entusiasmo en la comunicación de la fe. No se trata de imaginar solamente algo de nuevo o de promover iniciativas inéditas para la difusión del Evangelio, sino más bien de vivir la fe en una dimensión de anuncio de Dios: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” [10].

 

2.    La fe, encuentro personal con Cristo

 

La fe cristiana no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales, una tradición, una costumbre social. La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real con Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones favorables para que se realice este encuentro entre los hombres y Cristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de este encuentro, al mismo tiempo íntimo y personal, público y comunitario. Como ha afirmado el Papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” [11].

 

La fe siempre empieza con un encuentro con Jesús. Algunas personas entraron en contacto con Jesús y se quedaron con Él. Por este encuentro y por lo que estaba en juego en la vida y muerte de Jesús, sus vidas recibieron un nuevo significado. Sobre las formas de este encuentro, los evangelistas sinópticos son muy escuetos. Jesús camina por la orilla del lago; llama sucesivamente a dos parejas de pescadores, que lo siguen inmediatamente (cfr. Mt 4, 18-22); y lo mismo ocurre con Leví (Mateo), el recaudador de impuestos (cfr. Mt 9, 9). Luego se nos da la lista de los doce apóstoles (cfr. Mt 10,2-4), precisando el evangelio de San Marcos por su parte que Jesús “llamó a los que quiso y se fueron con Él. E instituyó doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13-14).

 

El evangelio de San Juan da mayor densidad a estos relatos. Algunos discípulos de Juan Bautista han oído hablar de la aparición en escena de Jesús. Toman la iniciativa y le preguntan dónde vive. “Él les dijo: “venid y veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era como la hora décima” (Jn 1, 39).

 

El tono del versículo tiene un aire de recuerdo personal, pero guarda secreto acerca del contenido del encuentro. Este fue suficientemente decisivo como para que el boca a boca funcionara y los dos discípulos dijeran a sus hermanos y a sus amigos: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41). El relato de San Juan invita a pensar que algo muy fuerte ocurrió durante este primer encuentro.

 

3.    Fe y conversión

 

El encuentro personal con Jesús, gracias a su Espíritu, es el gran don de Padre a los hombres. Es un encuentro, al cual nos prepara la acción de su gracia en nosotros. Es un encuentro, en el cual nos sentimos atraídos, y que mientras nos atrae nos transfigura, introduciéndonos en dimensiones nuevas de nuestra identidad, haciéndonos partícipes de la vida divina (cfr. 2 Pe 1, 4). Es un encuentro, que no deja nada como era antes, sino que asume la forma de metanoia, es decir, de conversión, como Jesús mismo pide con fuerza, al comienzo de su predicación: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

 

La fe como encuentro con la persona de Cristo tiene la forma de la relación con Él, de la memoria de Él, en particular en la Eucaristía y en la Palabra de Dios, y crea en nosotros la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu; una mentalidad que nos hace reconocernos como hermanos, congregados por el Espíritu en su Iglesia, para ser luego testigos y anunciadores del Evangelio. Es un encuentro que nos hace capaces de hacer cosas nuevas y de dar testimonio, gracias a las obras de conversión anunciadas por los profetas (cfr. Jr 3, 66 ss; Ez 36, 24-36), de la transformación de nuestra vida[12].

 

La fe no es una ideología. Es aceptar personalmente a Cristo. Es necesario creer con el corazón. “Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación” (Rom 10, 10). “El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia, que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo”[13].

 

La fe, además de ser una adhesión personal al Señor, es un acto comunitario. Todo “creo” debe también significar “creemos”. “Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en el bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los Obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo” es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir. “creo”, “creemos”[14].

 

4.    Vida de fe y testimonio de la caridad

 

“El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad” (1 Cor 13, 13). Con palabras aún más fuertes – que siempre atañen a los cristianos – el apóstol Santiago dice: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros le dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero nos les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también es la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin la sobras, y yo con mis obras te mostraré la fe” (Sant 2, 14-18)[15].

 

La fe se manifiesta en la caridad; ahora bien, la caridad sin fe será filantropía. Fe y caridad en el cristiano se reclaman mutuamente, de modo que la una sostiene a la otra. Hay que destacar entre nosotros el valor testimonial de muchos cristianos, que dedican su tiempo y su vida con amor a quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en esas personas se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden amor el rostro del Señor Resucitado: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Es la fe la que permite reconocer a Cristo; y es su mismo amor el que estimula a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras, se expresa en la obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas en sus necesidades materiales y espirituales.

 

  • Nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013 y el Año de la fe

 

Todo lo que se dice en esta primera parte de la carta pastoral  nos ayudará a desarrollar el apartado tercero de la celebración de la fe de nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013, cuyas acciones principales son:

 

– X Jornadas Diocesanas de Formación Pastoral: “Ser creyentes para ser testigos”. Preparación del Año de la fe;

 

– habilitación de centros en las Parroquias, Unidades Pastorales y Arciprestazgos, con personas que aseguren y dinamicen la oración tanto litúrgica como no litúrgica;

 

– celebración el 12 de octubre de la apertura del Año de la fe con una Eucaristía en la S. I. Catedral para confesar la fe en el Señor Resucitado;

 

– organización de celebraciones penitenciales en las Parroquias y/o Unidades Pastorales, particularmente durante la Cuaresma, en las que se ponga el énfasis en pedir perdón a Dios por los pecados contra la fe;

 

– organización en cada Vicaría de una peregrinación a la S. I. Catedral, para celebrar y confesar la fe de la Iglesia en torno a nuestro Obispo, Sucesor de los Apóstoles;

 

– realización de una publicación sencilla de los santos, beatos y mártires de nuestra Diócesis, auténticos testigos de la fe, como señal de memoria agradecida, estímulo en el camino de la fe y motivo de esperanza para participar en su destino.

 

En el apartado cuarto de expresión de la caridad, se propone el objetivo de afrontar desde la misión de la Iglesia la crisis económica con el reto de los parados, los inmigrantes y la pobreza, potenciando las Cáritas parroquiales y/o Unidades Pastorales, cuidando la acogida y la integración, la asistencia, promoción y denuncia social. Se señalan dos acciones:

 

– continuación y promoción de las iniciativas ya consolidadas, especialmente la campaña de Cuaresma “Ayuna, comparte y ora”;

 

– promoción de la campaña de solidaridad con los parados, mediante el gesto mensual de la entrega del salario de un día.

 

 

 

II.  EL CONCILIO VATICANO II, GRAN FUERZA PARA LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA

 

1. Concilio con cincuenta años de actualidad

 

El Santo Padre en la citada Carta Apostólica Porta fidei  escribía a este respecto:

“He pensado que iniciar el Año de la fe, coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del Beato Juan Pablo II, “no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia […]. Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: “Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia”[16].

 

En numerosas ocasiones el Beato Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI se han referido a la actualidad e importancia fundamental del Concilio Vaticano II. Refiero aquí y ahora la cita que el actual Papa hace del testamento de su predecesor: “El nuevo Beato escribió en su testamento: “Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”. Y añadía: “Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado”. ¿Y cuál es la causa? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de la libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el lema de su primera encíclica e hilo conductor de todas las demás” [17].

 

2.    Algunas características singulares del Concilio Vaticano II

 

Importancia impar. El Papa Pablo VI destacaba así la importancia impar del Vaticano II: “Ha sido el más grande por el número de Padres conciliares venidos a la sede de Pedro, desde todas las partes del globo, incluso de aquellas donde al jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que, durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno porque, teniendo presentes las necesidades de la época actual, se enfrentó sobre todo con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la Sede Apostólica, sino también a toda la familia humana”[18].

 

Universalidad. En el penúltimo Concilio Ecuménico, Concilio de Trento (1545-1563), los Padres conciliares fueron 258. En el Concilio Vaticano I (1869-1870) participaron 750, de los cuales 200 eran italianos.

 

El Concilio Vaticano II (1962-1965), a partir de la segunda sesión, reunió a 2860 Padres conciliares, provenientes de 141 países, con más de 100 del continente africano. Además de los Padres conciliares, participaron 480 “expertos conciliares” (grandes teólogos como Henri de Lubac, Jean Danielou, Yves Congar, Chenu, Rahner…). Por primera vez en un Concilio, estuvieron presentes 58 auditores y auditoras (religiosos/as) y 101 observadores no católicos.

 

Renovación hacia dentro y hacia fuera. El Papa PabloVI, en el discurso de inauguración de la segunda sesión conciliar (29.09.1963), indicó cuatro metas para el Concilio:

–        profundización en la naturaleza de la Iglesia;

–        renovación interna de la Iglesia;

–        búsqueda de la unidad de todos los cristianos;

–        diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo.

 

El tema fundamental que debía tratar el Concilio era la Iglesia y su renovación. El cardenal arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, futuro Papa PabloVI, escribió una carta al Cardenal Cicognani, Secretario de Estado, notando la falta de un plan “orgánico, ideal y lógico del Concilio” y hacía la propuesta de que el tema unitario  del Concilio fuera la Iglesia. De ahí surgieron las dos grandes constituciones centradoras del Concilio: Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium y Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno Gaudium et Spes.

 

3.    Un Concilio con futuro

 

Nuestra tarea actual ante el Concilio Vaticano II consiste en pasar de la nostalgia del pasado a la lectura y aplicación con esperanza de los documentos conciliares, que siguen estando vivos. Tenemos que hacer como “un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo” (Mt 13, 52).

 

Nuestra misión es hacer una correcta interpretación del Concilio Vaticano II dentro de la llamada “hermenéutica de la reforma”, según señaló el Papa Benedicto XVI en el Discurso a la Curia Romana, el 22 de diciembre de 2005. El Papa denunciaba la situación conflictiva en el interior de la iglesia posconciliar y decía: “Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil […]. Todo depende de la recta interpretación del Concilio, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clase de lectura y aplicación”. Y hacía la distinción entre “hermenéutica de discontinuidad y de la ruptura” y “hermenéutica de la reforma, que es renovación “en continuidad con el único sujeto-Iglesia que el Señor nos ha dado; sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla sin dejar se de ser él mismo, el único pueblo de Dios en camino”[19].

 

Cada ministro del Evangelio debe dar gracias al Espíritu Santo por el don del Concilio y sentirse constantemente su deudor. Para que esta deuda se pague son necearios todavía muchos años y muchas generaciones.

 

Nuestra labor en este Año de la fe es leer en profundidad todos los documentos conciliares, interpretarlos según la mente del Magisterio auténtico de la Iglesia y aplicarlos con la hermenéutica que señala el Papa. Estemos atentos a lo que el Espíritu dice a las iglesias (cfr. Ap 3, 6).

 

  • Nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013 y el Concilio

 

En nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013 está contemplado el estudio del Concilio Vaticano II, en el apartado segundo Anuncio de la Palabra, con las siguientes acciones:

 

–        organización de la formación permanente del Clero sobre los “documentos del Concilio Vaticano II”; “la fe, la razón y la incredulidad”; y “la nueva evangelización y la pastoral”;

 

–        organización de unas jornadas de estudio con la participación del mundo académico y de la cultura, en un clima de diálogo renovado y creativo entre la fe y razón, que muestren cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad;

 

–        por otra parte, en el apartado primero de la Experiencia de la comunión, dentro de este curso celebraremos la proyectada y preparada Asamblea Diocesana de Laicos, cuya finalidad es hacer una amplia reflexión sobre la identidad, vocación y misión de los laicos en nuestra Iglesia de Santander y en la sociedad cántabra, a la luz del Concilio Vaticano II y de la Exhortación Apostólica Christifideles Laici.

 

 

 

III.         EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, INSTRUMENTO AL SERVICIO DE LA CATEQUESIS

 

1. Instrumento al servicio de la catequesis

 

En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebran también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por el Beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis, realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia Católica[20].

 

A continuación transcribo algunos párrafos de la Constitución Apostólica  del Beato Papa Juan Pablo II Fidei depositum, en los que aparece el valor doctrinal del catecismo[21].

 

“El “catecismo de la Iglesia Católica” que aprobé el 25 de junio pasado, y cuya publicación ordeno hoy en virtud de la autoridad apostólica es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio eclesiástico. Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe. Dios quiera que sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo llama sin cesar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en peregrinación hacia la luz sin sombra del Reino”.

 

“La aprobación y la publicación del “Catecismo de la Iglesia Católica” constituyen un servicio que el Sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia Católica, a todas las Iglesias particulares en paz y comunión con la Sede apostólica de Roma: el sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor Jesús (cfr. Lc 22, 32), así como de reforzar los vínculos de unidad en la misma fe apostólica.”

 

“Pido, por tanto,  a los pastores de la Iglesia y a los fieles, que reciban este Catecismo con un espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realizan su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente para la composición de los catecismos locales. Se ofrece también a todos aquellos fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación (cfr. Jn 8, 32). Quiere proporcionar un punto de apoyo a los esfuerzos ecuménicos animados por el santo deseo de unidad de todos los cristianos, mostrando con exactitud el contenido y la coherencia armoniosa de la fe católica. El “Catecismo de la Iglesia Católica” es finalmente ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 Pe 3, 15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia Católica.”

 

“Este Catecismo no está destinado a sustituir a los catecismos locales debidamente aprobados por las autoridades eclesiásticas, los obispos diocesanos y las Conferencias Episcopales, sobre todo cuando estos catecismos han sido aprobados por la Santa Sede. El “Catecismo de la Iglesia Católica” se destina a alentar y facilitar la redacción de nuevos catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas, pero que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica”.

 

2.    Una fe “profesada, celebrada, vivida y rezada”

 

Fiel al Señor, desde los comienzos de su historia, la Iglesia ha asumido la verdad de los evangelios, reunida en la síntesis y en la norma de la fe, que es el Símbolo, norma que ha sido traducida en orientaciones de vida, vivida en una relación filial con Dios. Todo esto lo ha recordado el Papa Benedicto en la Carta Apostólica Porta fidei, cuando al citar la Constitución Apostólica Fidei depositum, con la que fue promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que para poder ser transmitida la fe debe ser “profesada, celebrada, vivida y rezada”[22].

 

Así, a partir del fundamento de las Escrituras, la Tradición de la Iglesia ha creado una pedagogía de la transmisión de la fe, que ha desarrollado en los cuatro grandes títulos del Catecismo Romano: el Credo, los Sacramentos, los Mandamientos y la oración del Padre Nuestro. Por una parte, los misterios de la fe en Dios Uno y Trino, como son confesados (Símbolo) y celebrados (Sacramentos); por otra parte, la vida conforme a esa fe, que se hace operante a través del amor (Decálogo) y en la oración filial (Padre Nuestro). Estos mismos títulos forman hoy el esquema general del Catecismo de la Iglesia Católica.

 

3.    Un subsidio precioso e indispensable

 

“El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de al fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de la teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe”[23].

 

“Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural […]. En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad”[24].

 

  • Nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013 y el Catecismo

 

Nuestra Programación Pastoral Diocesana 2012-2013, en el apartado segundo El anuncio de la Palabra destaca la importancia de la catequesis con el siguiente objetivo: Fomentar el paso de una catequesis eminentemente centrada en los sacramentos a una catequesis entendida como proceso estable de educación de la fe, y orientar el proceso catequético infantil como catequesis familiar, implicando en esta última a los padres y abuelos. Se proponen varias acciones:

 

–        puesta en marcha de la catequesis familiar en todas las parroquias;

 

–        organización en la Diócesis de una Jornada sobre el  Catecismo de la Iglesia Católica, invitando a tomar parte de ella sobre todo a los sacerdotes, personas consagradas y catequistas;

 

–        realización de eventos catequísticos para jóvenes y para quienes buscan encontrar el sentido de la vida, con el fin de descubrir la belleza de la fe de la Iglesia, aprovechando la oportunidad de reunirse con sus testigos más reconocidos;

 

–        ofrecimiento de mayor atención a las escuelas católicas, las clases de religión y la pastoral juvenil para ofrecer a los jóvenes un testimonio vivo del Señor y cultivar la fe con oportuna referencia al uso de buenos instrumentos catequéticos, como, por ejemplo, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y el Youcat (Catecismo Joven de la Iglesia Católica)

 

Conclusión: María indica el camino de la Iglesia

 

A lo largo de este Año el Papa nos invita a recorrer la historia de nuestra fe, contemplando a Jesucristo, a la Virgen María, a los Apóstoles, a los primeros discípulos, a los santos y mártires, a los consagrados, a los hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida ( cfr. Ap 7, 9; 13, 8)[25].

 

La Virgen María, que es imagen de la Iglesia y modelo de fe, nos indica el camino. Unas palabras del cardenal Joseph Ratzinger  ilustran este punto: “la Iglesia no es un aparato; no es simplemente una institución. Es Mujer. Es Madre. Es un ser vivo. La comprensión mariana de la Iglesia es el contraste más fuerte y decisivo con un concepto de Iglesia puramente organizativo o burocrático. Nosotros no podemos hacer la Iglesia, debemos ser Iglesia. Sólo siendo marianos, somos Iglesia. En sus orígenes, la Iglesia nació cuando el fiat brotó en el alma de María. Este es el deseo más profundo del Concilio: que la Iglesia despierte en nuestras almas. María nos indica el camino”[26].

 

Con la Virgen a quien invocamos en la Salve Regina como vida, dulzura y esperanza nuestra, el futuro de la Iglesia está lleno de esperanza. “En el alba del nuevo milenio, vemos con alegría emerger el “perfil mariano” de la Iglesia, que comprende en sí el contenido más profundo de la renovación conciliar”[27].

 

De María la Iglesia aprende a realizar con exactitud el ferfil que ha diseñado de ella el Concilio Vaticano II: a vivir inmersa en el Misterio (amor acogido); a hacerse Comunión (amor correspondido); a proyectarse hacia el mundo en la Misión (amor compartido).

 

Pongo los frutos de renovación de nuestra Iglesia Diocesana de Santander bajo la protección maternal de nuestra Patrona la Virgen Bien Aparecida e imploro la intercesión de los Santos Mártires Emeterio y Celedonio.

 

 

Santander, 30 de agosto de 2012

 

Solemnidad de San Emeterio y San Celedonio, mártires

 

 

+ Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander

 

 

 

 


[1] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 1.

[2] Ibid., n. 2.

[3] Cfr. Vicente Jiménez, Carta Pastoral La Cruz, signo de amor, pág. 7.

[4] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 2.

[5] Benedicto XVI, Homilía de la Misa Crismal ( 5 de abril de 2012).

[6] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 9.

[7] Ibid., 47.

[8] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 7.

[9] Benedicto XVI, Homilía para el comienzo del ministerio petrino del Obispo de Roma (24 de abril de 2005: AAS 97 (2005) 710.

[10] Instrumentum laboris  para el Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, n. 9.

[11] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 1.

[12]  Cfr. Instrumentum laboris para el Sínodo d elos Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, n. 19.

[13] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 10.

[14] Catecismo de la Iglesia Católica, n.167.

[15] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 14.

[16] Ibid., n. 5

[17] Benedicto XVI, Homilía de la Beatificación de Juan Pablo II, (1 de mayo de 2011).

[18] PabloVI, Breve Pontificio “In Spíritu Sancto”,  clausura del Concilio (8 de diciembre de 1965).

[19] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005) AAS 98 (2006) 52.

[20] Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Porta fidei, n. 4

[21] Cfr. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei depositum (11 de octubre de 1992).

[22]  Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 9.

[23]  Ibid., n. 11.

[24]  Ibid., n. 12.

[25]  Ibid., n. 13.

[26] J. Ratzinger, Die Ekklesiologie des Zwriten Vatikanums, en IKZT 15 (1986) 52.

[27]  Juan Pablo II, Catequesis (26 de noviembre de 1998).



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